Aun en la romántica Francia de ese tiempo, el éxito de una obra generó más de un planteo jurídico
No por nada Ana López-Varela tituló su artículo sobre el tema “Así nació la canción más sexual y prohibida de la historia”, primero publicado en la edición española de la revista Vanity Fair y luego en otras muchas publicaciones. “Dos íconos sexuales del siglo XX dándolo todo para una sola canción, la suya”, inicia su crónica.
Los protagonistas se las traían: por una parte, Brigitte Bardot en plena explosión de su fama, convertida en el símbolo de la belleza y sensualidad francesa, al punto de tener su perfil en las monedas del país. Un atributo que no se detenía en las fronteras galas y se extendía no sólo por Europa sino también a los Estados Unidos, donde se había incluso acuñado una nueva palabra, “bardolâtrie”, para describir el entusiasmo que generaba.
Su partenaire no podía ser más particular: Serge Gainsbourg, un cantautor rebelde, de letras juguetonas y varias canciones transformadas en éxito. Como dice López-Varela: “Era un tipo duro que encadenaba un cigarro con otro y se abandonaba a placeres mundanos como la música, la pintura y, por encima de todo, las mujeres: el hilo conductor de su vida. Una existencia cuya banda sonora principal fue, sin duda, Je t’aime… moi non plus, la canción más sensual y escandalosa de la historia”.
El tema trataba de un diálogo de susurros oído en un encuentro entre dos amantes que terminaba como usualmente terminan tales asuntos. En lo instrumental, se inspiraba en A Whiter Shade of Pale de la banda rockera británica Procol Harum, una combinación de pop barroco con rock sinfónico y hasta psicodélico. La influencia era tan marcada que no pocos lo entendieron directamente como un plagio. El título de la canción provenía de la conocida cita atribuida a Dalí: “Picasso es español, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco”. De ahí, “Yo te amo…yo tampoco”. Estaba claro que la columna vertebral de Serge era reelaborar lo que iba juntando de otros.
“Aquel invierno de 1967 que este tema vio la luz (…) si algo marcaba aquellos meses fríos de París era el amor que el compositor sentía por Brigitte Bardot. Un amor casi enfermizo. Dicen que durante el cortejo que ambos artistas tuvieron, Serge prometió a Brigitte componerle la canción de amor más bella jamás compuesta. Nadie sabe si fue aquello lo que convenció a la actriz para rendirse a los encantos del cantante. Y aunque estaba casada entonces con Gunter Sachs, lo cierto es que ambos vivieron un romance que duró 86 días y, de paso, incendió a la sociedad francesa”.
Se grabó el 10 de diciembre de 1967 en el estudio Barclay, situado en la avenida Hoche, de París. Hasta ahí, la cosa iba solo por lo musical. Pero cuando en la siguiente jornada, cuando media Francia escuchó la canción en Radio Europa 1 -la emisora “con onda” del momento-, se complicó el asunto y aparecieron la actuación de los colegas galos de la época. Al marido de Brigitte, el tercero de ellos, el fotógrafo, empresario, coleccionista y mecenas del arte, así como militante del “jet set” de la época, Gunter Sachs, no le cayó en gracia la interpretación. Bardot era su segunda esposa, a la que había “arrimado el bochín” con gestos tan espectaculares como arrojarle cientos de rosas desde un helicóptero sobre la villa de Brigitte en la Riviera francesa o declararse con tres anillos de compromiso poblados de diamantes. La pareja había contraído enlace Las Vegas, justo el día de la Bastilla, un 14 de julio de 1966. Duró lo que suelen durar los casorios llevados a cabo allí por famosos.
Los abogados de Gunter se dejaron ver por Radio Europa 1 y por otras emisoras a fin de que no se pasara la canción, mostrando que Brigitte había retirado su consentimiento a que el tema se difundiera, algo que hizo para apaciguar los ánimos conyugales de Sachs. En opinión de López-Varela: “Sus celos justificados acabaron en un despacho de abogados”. La canción no sólo terminó en divorcio para la Bardot sino que también fue el punto final de la relación con Serge.
Gainsbourg intentó que otra mujer grabase la parte femenina, pues era el autor de la letra y la música, pero las cantantes de la época se negaron. Terminó llevándolo a cabo con su siguiente relación, la joven actriz británica Jane Birkin. “Se convirtió en un éxito internacional escandaloso, incluida la condena de rigor del Vaticano. Era la canción prohibida que todo el mundo quería escuchar. Todos, menos su primera intérprete. “Creí morir”, declaró Brigitte que sintió cuando escuchó la nueva versión. “Le hice daño a Brigitte al entregarle a otra estas palabras escritas para ella. Le hice daño a Jane diciéndole que esta canción fue escrita para Bardot. Lo lamento”, confesaría Gainsbourg.
El tema fue polémico porque ninguna canción había representado hasta el momento un acto sexual tan directo, sin siquiera disimularlo con alguna referencia al amor, durante la revolución sexual de los años 1960. Ahora, a los jóvenes de hoy les parece aburrido.
Su difusión fue vedada en las radios de países con regímenes políticos tan disímiles como España, Islandia, Italia, Polonia, Portugal, Reino Unido, Suecia y Yugoslavia. Acaso ninguna otra canción en el siglo XX fue objeto de tanta censura. Luego Birkin afirmaría que Gainsbourg contaba con la condena del Vaticano como “nuestro mayor relacionista público”.
El divorcio de Brigitte y Gunter terminó pactándose en buenos términos, sobre todo porque ella no quiso ni un solo franco de su fortuna. El tema original permaneció sin difundirse hasta en 1986, cuando Bardot lo autorizó y cedió los beneficios de sus derechos a diversas asociaciones de defensa de los animales. Tuvo cierta repercusión sólo en Francia, más que por curiosidad que por escándalo. Para entonces la sensibilidad del mundo al respecto había cambiado y mucho.
Me encantó la historia que no conocía y como se relata