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Hace cerca de dos siglos, los ingleses inventaron el fútbol, deporte que fue llamado “el juego de los ingleses locos”. Mucho antes de eso, “los griegos locos” habían inventado la democracia, sistema de gobierno que otorga el poder al pueblo, el cual elige a sus representantes por medio del voto.
Difícilmente “los ingleses locos” de mediados del siglo XIX hubieran podido imaginar cómo evolucionaría su juego y qué grado de popularidad alcanzaría.
Lo mismo debe de haber sucedido con los griegos. La democracia se expandió por todo el mundo y se posicionó como único sistema de gobierno respetable.
En Argentina hay elecciones desde mediados del siglo XIX, casualmente la misma época en que -tal como mencionamos- nacía el fútbol. Desde entonces se respetaron ciclos eleccionarios para la renovación de autoridades. Se fueron cambiando las reglas; entre otros objetivos, esos cambios buscaban la mayor participación popular posible, para garantizar que la voz del pueblo fuera escuchada.
Un cambio fundamental, en ese sentido, fue la inclusión del voto femenino. Hoy resulta imposible pensar que sólo en 1951 las mujeres accedieron al derecho de votar.
A partir de 1930 los mencionados ciclos electorales comenzaron a sufrir interrupciones. Las fuerzas militares se arrogaron el poder de gobernar y de desoír la voluntad popular. El último de esos períodos, el más trágico vivido por el país, terminó hace poco menos de 40 años.
Precisamente hace exactos 40 años -es decir, en agosto de 1983- muchas personas no podían creer que, finalmente, en octubre se llevarían a cabo las elecciones que pondrían fin a ese tiempo siniestro. Para muchas de esas personas fue, también, la primera oportunidad de emitir su voto.
Así como los “ingleses locos” no entenderían hoy el VAR ni los griegos inventos tales como el balotaje o las PASO, a aquellas personas que votaron por primera vez en 1983 les cuesta entender por qué hoy la participación electoral es tan baja. Aquel 85% que votó hace poco más de 40 años ve con tristeza cómo cayó el interés popular, cómo creció en forma proporcional el desánimo y cómo muchos dejaron de creer no ya en la política sino también en la propia democracia como sistema.
Ayer domingo participó cerca de 70% del electorado nacional; se trata de la cifra más baja para una PASO -tipo de elección que nació en 2011- y la segunda más baja en general, sólo superada por las Legislativas de 2021, llevadas a cabo bajo la sombra de la pandemia de covid.
Múltiples son las razones; analizarlas o simplemente enumerarlas obligaría a un análisis más profundo que el que permite el reducido espacio de esta página. Hastío, desilusión, bronca, desengaño, apatía, desinterés e irresponsabilidad, entre otros, pueden ser citados como motivos valederos.
Diversos enfoques podrían permitir una evaluación de esos motivos y llevar a justificarlos. El actual contexto -entre cuyos elementos se encuentran una inflación descontrolada, la pobreza, la miseria y la violencia, entre otros- es uno de esos enfoques posibles.
La variedad de la oferta política que ayer domingo se pudo ver en las mesas de los cuartos oscuros contrasta con la escasez que se constata en almacenes y supermercados. El colorido que ofrecían las boletas ciertamente habría llenado de esperanza los corazones de quienes votaron en 1983.
Ayer, sin embargo, a quien escribe estas líneas le pareció ver en muchas boletas octógonos similares a los que figuran en las etiquetas de los productos que se ofrecen en las góndolas de los supermercados. “Escaso respeto por las instituciones” o “Antecedentes poco recomendables” podrían haber sido las inscripciones de estos octógonos imaginarios, impresos en las boletas para alertar a quienes votan sobre las consecuencias de su decisión.
A propósito de “decisión”: no votar o votar en blanco o anular el voto o emitir un “voto bronca” también es una decisión. Una decisión que no ayuda a cambiar el curso de la historia pero que es una voz de alerta para quien vaya a gobernar.
(*) Editor
Impecable Resumen!!
Muy bueno!!!