Por Osvaldo Entre Ríos (*)
En 1984, Eduardo Galeano escribía Memoria del Fuego 2, Las Caras y Las Máscaras. En uno de sus capítulos hablaba de un hombre poco conocido en nuestro país y su carta de presentación era una frase de éste: “Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.”
Simón Rodríguez nació en Caracas el 28/29 de octubre de 1769. Es ambigua la fecha porque se deduce de sus dos nombres, seguramente aplicados por su condición de párvulo expósito -Simón, el día 28 por San Simón apóstol; Narciso, el día 29 por San Narciso de Jerusalén. Las reseñas biográficas etarias y/o de origen cumplen sólo una función de preanuncio de lo verdaderamente importante, que es la trascendencia de su labor en sus tiempos y en los nuestros.
Simón fue uno de los mentores, si no el mentor de su tocayo Simón Bolívar. Desde los trece años del segundo, el maestro le enseña a su alumno los secretos del universo, los principios básicos de la sociedad en la que él creía, Libertad, Igualdad y Fraternidad. Lo hace carpintero, domador, le enseña el nombre de las estrellas del cielo guajiro y los instruye en el placer de la lectura, recorriendo los caminos precolombinos existentes aún en la Venezuela colonial.
Hay una razón primordial para traer a colación el desempeño de Rodríguez como maestro del Libertador y ésta aparece en una carta que el propio Bolívar enviaba, en 1824, al general Santander. En ella decía que su mentor enseñaba divirtiendo. Y ésta es la palabra y ejercicio que aparece en toda la obra de Rodríguez y en su pensamiento contrapuesto a la rigidez de la educación colonial que ha llegado aún y no sólo en resabios hasta nuestro tiempo.
En 1803 se exilia voluntariamente en Europa y es allí donde termina de formarse en todas las ciencias y adquiere el carácter que lo forja como el maestro de la América Hispánica. Regresa en 1824 y la recorre toda, con el pensamiento lúcido y determinante de que la educación en Las Indias deberá ser original y no una copia de los colonizadores. Su legado comienza con la formación de escuelas taller en Perú, Colombia y Bolivia. En su Sociedades Americanas publicada en Arequipa, Concepción, Valparaíso y Lima desde 1828 a 1842, plasma su idea de lo que debe ser la educación en América.
“La América española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno y originales sus medios de fundar uno y otro. O inventamos o erramos.”
El verdadero meollo en el cual fijó sus objetivos era la liberación real de América por medio de una revolución de las ideas, teniendo como eje primordial la educación como universalidad de posibilidades de ser libres. Su método distaba mucho del implantado en épocas coloniales y que seguía rigiendo aún luego de la liberación castrense de casi toda Latinoamérica.
Siempre resulta retador hablar del maestro Simón Rodríguez, sobre todo, comprender la época en la que le toco vivir y hacer propuestas que en muchos casos fueron dejadas a un lado por no ser entendidas o más bien las entendían demasiado y fueron saboteadas por toda suerte de intereses solapados de la clase política que operaba en la época. Decía el maestro: “El proyecto de educación popular tiene la desgracia de parecerse a lo que, en varias partes, se ha emprendido con este nombre, y se practica bajo diferentes formas con un corto número de individuos, sobre todo en las grandes capitales. Las fundaciones son todas piadosas, una para expósitos, otras para huérfanos, otras para niñas nobles, otras para hijos militares, otras para inválidos (…) en todas se habla de caridad: no se hicieron por el bien general sino por la salvación del fundador o por la ostentación del soberano.”
La combinación de una escuela de saberes, de oficios, con la enseñanza intelectual, era la meta de Simón. Al contrario de nuestros Sarmiento y Alberdi, concebía la educación como la herramienta de transformación insoslayable para hacer ciudadanos libres y latinoamericanos. Su principal diferencia con respecto a los que nos tocó como base de la enseñanza actual, es que partía desde abajo, desde los más humildes. La formación de hombres libres que aspirasen a un mejor bienestar económico y fundamentalmente, a un mejor bienestar social, a una inclusión real. Nuestro maestro sanjuanino, por el contrario, educaba élites para que llegaran al poder, la intelectualidad como un medio mas para sólo dirigir destinos.
Simón Rodríguez no tuvo injerencia en nuestras tierras. Nosotros “mamamos” una educación como “la preparación para…” y el caraqueño la concebía como una “unidad entre el sujeto cultural, educativo y político”. Su método era el coaprendizaje , sólo posible en un ámbito propicio dónde la descalificación no puede tener lugar. La meta era promover a los sectores populares, a los “desarrapados.” No disciplinarlos.
Sus contemporáneos los tildaron de borracho, loco, embaucador.
La historia de nuestra Patria Grande podría haber sido otra.
(*) Ensayista. Autor de Carta de Leones a Corderos (Mención de honor por el Fondo Nacional de las Artes)