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Lenguaje claro: elogio a la autocorrección

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Por Leonardo Altamirano (*)

Elaborar un texto jurídico claro a menudo requiere un esfuerzo mayor que producir uno confuso. Trasladar al papel (o a la pantalla) la descripción de los hechos, los argumentos legales o las decisiones jurisdiccionales no siempre resulta una tarea automática. Escribir con claridad requiere de un trabajo artesanal y minucioso, necesario para evitar malentendidos.

A veces, se exalta demasiado la súbita inspiración, en desmedro de la constancia y la ejercitación permanente. Muchos escritores se enamoran de la primera versión de sus textos; la que aparece a medida que las ideas van adquiriendo forma en nuestra mente. Pero, por lo general, estos primeros esbozos contienen errores o imperfecciones que pueden ser fácilmente subsanados con una segunda o tercera lecturas.

La autocorrección constituye un recurso de extrema importancia para quienes desean perfeccionar su redacción jurídica y elaborar documentos más claros y eficaces, que disminuyan el riesgo de interpretaciones erróneas. La revisión de los textos no se opone a la inspiración sino que la complementa, le aporta detalles, contrastes, precisión.

En relación con este asunto, querría compartir una anécdota personal, que sucedió hace algunos años. Entonces trabajaba con un dibujante, a quien admiro profundamente. Solía quedarme a su lado mirando cómo elaboraba sus ilustraciones. Me parecía una actividad fascinante. Primero, trazaba sobre el papel círculos, líneas y garabatos que parecían no tener sentido. Después, borraba algunos, volvía a dibujarlos y los borraba otra vez. Más tarde, convertía esas formas toscas en figuras identificables, agregaba sombras y reflejos. Así, poco a poco, emergía del confuso bosquejo inicial una ilustración magnífica, llena de matices, impactante, convincente. Si alguien me hubiera preguntado, en la primera parte del proceso, qué estaba dibujando el ilustrador, no hubiera acertado jamás. Pero al final (después de borrar, dibujar, volver a borrar y dibujar otra vez) no había lugar a dudas, la figura estaba allí, perfectamente nítida.

Esta experiencia siempre me pareció una excelente analogía sobre el proceso de autocorrección de los escritos. Las primeras líneas del texto cumplen un papel esencial porque nos liberan del terror a la hoja en blanco. Rompen la inercia, nos ponen en movimiento. Pero esto no quiere decir que tengan que permanecer inalteradas hasta la versión final. Hay que saber borrar algunos trazos y reemplazarlos por otros.

Releer aquello que escribimos es un paso importantísimo para pulir el estilo de redacción. Tenemos que volver varias veces sobre los textos y preguntarnos si transmiten exactamente lo que queremos expresar. Y, sobre todo, preguntarnos si hay alguna forma mejor de decir las cosas. Esto va produciendo, poco a poco, un salto de calidad. No hay que tenerle miedo a borrar aquellos fragmentos que no nos convencen, que “nos hacen ruido». A menudo, estas supresiones permiten que surjan fragmentos más convincentes.

Jugar con el texto mejora los mensajes: reemplazar algún término por otro más preciso o más coloquial, cambiar la posición de algún inciso para que no interrumpa la fluidez de la lectura; suprimir una información redundante -que ya incluimos anteriormente-.

A muchas personas, incluso, les resulta útil leer en voz alta sus producciones. Este procedimiento ayuda a detectar redundancias, errores de concordancia, anáforas ambiguas. También permite advertir si las oraciones son demasiado extensas y complejas, si pueden confundir al lector. Si no podemos leer de corrido una frase que escribimos, entonces, conviene reformularla. La mayoría de las organizaciones que promueven el lenguaje claro señala que todos los documentos jurídicos o administrativos deben ser comprendidos por cualquier persona que tenga una formación estándar, sin necesidad de leerlos varias veces.

En definitiva, la autocorrección nos permite ponernos en el lugar del destinatario; salir de la posición de enunciadores y mirar nuestros propios escritos del otro lado del mostrador. Nunca debemos perder de vista que es el destinatario del mensaje -no el enunciador- quien, finalmente, le va a asignar el sentido. Es en la interpretación donde los textos ponen en juego su eficacia, esto es, su capacidad para producir los efectos deseados por el enunciador.


(*) Doctor en semiótica. Licenciado en comunicación social

Comentarios 2

  1. Yorlinh says:

    Excelente estimado Leonardo, la autocorrección de los escritos nos ayuda a dehar clara la idea que queremos expresar, buen articilo.

  2. Sariah Marino says:

    Completamente de acuerdo con el autor. Los textos que nosotros mismos construimos requieren de una nueva evaluación. Yo lo hago después de un tiempo de finalizar el escrito, porque si no lo hago así, siento que estoy como «contaminada» y no puedo ver aquello que pasada una hora por ejemplo, si lo detecto.

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