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Las terribles consecuencias de la decadencia

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Cada vez que la Universidad Católica Argentina (UCA) informa sobre los índices de pobreza, surge en la opinión pública una ola de manifestaciones alarmadas por el número estadístico. Lo mismo pasa cuando es el Indec el que da la cifra oficial. No obstante, a medida que pasan los días, luego de conocida la información, volvemos a la normalidad y seguimos nuestra vida como si nada ocurriese.

No creemos que sea por falta de empatía sino todo lo contrario: la mayoría de la gente se halla tan abrumada con esta realidad, que muchos de nosotros jamás pensamos vivir en nuestro país, que no sabe muy bien cómo reaccionar. No es la pobreza el único elemento de ese espanto, que lamentablemente reviste carácter de complejo y diverso: inseguridad, inflación, corrupción, problemas con la educación, salud, por citar sólo las principales. “Es como si se hubiera abierto la Caja de Pandora en nuestro país, y desde hace rato”, nos graficaba un conocido los otros días. Tan azorado frente a lo terrible de la realidad actual, como muchos. 

Se trata de un sentimiento, el asombro de hasta dónde puede complicarse la realidad, del que participamos, pero sobre el que también queremos reflexionar. Para no quedarnos en el inmovilismo de un sentimiento que espanta. 

Entendemos que entre muchos factores que inciden en nuestro “acostumbramiento”, se encuentra en que la información que nos golpea, nos llega a través de números estadísticos (que como se dice comúnmente son fríos), sin percibir que esos números hacen referencia a personas que sufren las consecuencias de esa realidad.

Ello es lo que ocurre particularmente con la pobreza. Se nos muestra un porcentaje, el que no refleja, de manera directa, el contenido de esa cifra. Tal vez sea porque el sistema que se sigue oficialmente es un sistema indirecto que establece la línea de pobreza con base en los ingresos que debe tener una familia o una persona como medio para satisfacer las necesidades consideradas como básicas. Muchas veces se ha dicho que es necesario recurrir a un método directo, de medición el cual permite determinar la posibilidad concreta para acceder a determinados satisfactores, sin indagar en los medios.

Hacemos esta introducción porque días pasados, tal vez como pocos, el ahora director técnico de fútbol Carlos Tévez, mostró con enorme claridad lo que ha ocasionado la pobreza en nuestro país en los últimos años, y lo que realmente implica ser pobre, más allá de los ingresos que tenga una persona. 

“Carlitos” en un reportaje contó respecto de los jugadores del club que entrena: “Tres de los chicos que tenemos en el plantel de primera me dijeron que no sabían sumar ni restar…”, dijo, haciendo referencia al plantel del Club Atlético Independiente, y agregó: “Ahí está la pobreza. Lo podemos ayudar al chico con comida y un montón de cosas, pero el estudio, que él se sepa defender, leer lo que está firmando, que no lo caguen…”.

Por otro lado, en relación a cómo cambió el ser pobre de años atrás a la actualidad dijo: “Nosotros fuimos pobres, pero a nuestros viejos los veíamos levantarse a las 6 de la mañana y volver a las 7 de la tarde llenos de cal, con los pantalones rotos…. tu papá se rompía la cabeza para traer la plata a la casa y vos tenés que saber leer, expresarte, para saber si te están diciendo la verdad”.

En realidad, dijo mucho más; sólo resaltamos estas frases porque ponen en evidencia, como pocas veces hemos escuchado de una persona popular, la realidad que vive nuestro país,y qué significa ahora ser pobre. 

En tiempos electorales y frente a un cambio de gobierno, esperamos que realmente se enfrente el problema como debe ser. Ello implica no sólo asegurar (si es que acaso se lo asegura) un plato de comida sino también, salud, condiciones dignas de vida (v.g. acceso al agua potable, a cloacas, por ejemplo), la imprescindible vuelta a la cultura del trabajo y fundamentalmente, educación. No formal, sino de calidad.

Sucede que, como dice Carlitos, sin eso, seguiremos sumergidos en esta realidad, que no sólo corresponde a los políticos cambiar sino también a todos nosotros, como miembros de una sociedad, exigir los remedios en vez de la tentación de naturalizar las tragedias socioeconómicas como algo sin solución,ni responsables. Aceptar los signos de la decadencia colectiva sólo la profundiza. 

Lo terrible en materia de números estadísticos lo es aún más cuando se visualiza respecto de personas concretas, aunque no sepamos ni su nombre. Está bien que nos moleste, pero no alcanza: uno debe comprometerse. En cuanto a los ciudadanos, el principal y más próximo de esos compromisos pasa por ir a votar. Como se piense, como se sienta. Por todos aquellos que la están pasando aún peor que nosotros.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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