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Las leyes de sangre de Dracón

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Fue la primera ley escrita en Grecia, pero la posteridad desdibujaría su grandeza

Por Luis R. Carranza Torres

No fue el primero de los legisladores griegos ni el código pergeñado por él resulta el más antiguo. Pero sí para nosotros, tanto él como su legislación, son las más antiguas conocidas al presente respecto del derecho griego antiguo.
Dracón desempeñó el cargo de arconte epónimo. Según Aristóteles, poco más de medio siglo antes se había instituido dicha magistratura, en número de seis, para registrar y hacer públicas las leyes en la ciudad de Atenas.
Era un tiempo de grandes tensiones sociales, a causa de un derecho consuetudinario que los nobles aplicaban a su entero arbitrio, generalmente en perjuicio de los demás ciudadanos. Sobre todo, cuando se trataba de préstamos de los más pudientes a quienes no lo eran en absoluto. El régimen aristocrático de gobierno se resquebrajaba por los propios abusos, y la posibilidad de una guerra civil entre los distintos niveles sociales impulsó a los nobles a ceder a los reclamos del resto de los ciudadanos a fin de instaurar un sistema legal con mayores garantías de igualdad y justicia.
Se nombró entonces a Dracón, considerado un ciudadano entre los más sabios y justos de la ciudad, a fin de establecer un cuerpo escrito de leyes que reemplazara las de origen consuetudinario, transmitidas verbalmente. Una legislación para todos, inmutable en las normas por estar registradas por escrito, era el primer paso hacia un gobierno y una justicia de iguales.
El cuerpo de leyes subsiguiente que elaboró se grabó en tablas de piedra que pasaron a estar expuestas en el Ágora. Se trataba ésta del más antiguo espacio público abierto occidental, antecesor de nuestras plazas actuales. Tal espacio era a la vez mercado, sede de los actos del gobierno, centro del culto, lugar de reuniones públicas y para espectáculos.
De tal forma y por vez primera, todos los ciudadanos podían ver y conocer las distintas leyes que los regían. Se aventaba con ello cualquier tipo de arbitrariedad en la aplicación de una norma de parte de los jueces, y los ciudadanos podían no sólo saber de antemano sus derechos y deberes sino también ejercer un control sobre si se aplicaban o no en todos los casos análogos.
Asimismo, en cuanto al contenido de las normas producidas por Dracón, contenían no pocos avances jurídicos que permanecen hasta nuestros días. Para empezar, se estableció el monopolio público respecto al castigo de los delitos, haciendo del Estado el acusador exclusivo de aquellos procesados por crímenes, eliminando la posibilidad de justicia privada que venía en la costumbre por vía de la venganza proporcional a la ofensa.
En el código de Dracón las penas eran independientes de la posición social de los infractores, lo que representaba toda una verdadera «democratización» del derecho, que abrió paso luego a la del propio gobierno de la polis.
Sin embargo, tales virtudes pasaron a un segundo plano porque se establecieron penas severas aun para infracciones menores, lo que dio origen al adjetivo de «draconiano», que permanece hasta nuestros días.
En su articulado, se castigaban casi todos los delitos con la pena de muerte. Por eso, popularmente se decía que tales leyes de este legislador no estaban escritas con tinta sino con sangre. También, conforme a Aristóteles, los atenienses decían que tales normas no eran producto de un ser humano sino de una serpiente.
Se trata, a nuestro entender, de una calificación injustificada; probablemente fruto de las luchas políticas de la época.

Es cierto que tales normas contenían penas severas pero, en el contexto de la época, en modo alguno resultaba un ordenamiento sanguinario como luego se lo calificaría. Tal severidad no era tanta por la voluntad de su autor sino por la carga de las costumbres de la propia polis ateniense.
En la realidad de las cosas, Dracón fue autor sólo de una muy pequeña parte de estas normas, limitándose en las demás a sistematizar el derecho consuetudinario que venía de larga data. Probablemente las envidias le endilgaron un rigor que no era suyo sino propio de la tradición helénica en la materia.
Y por si faltara algo para sostener lo injusto de tal fama, se halla el hecho de que su legislación estuvo en vigor hasta el siglo VI a.C., cuando fue sustituida por el código de Solón, quien suavizó algunas de las leyes pero mantuvo muchas otras. En particular, continuó con la vigencia de los grandes principios de justicia pública e igualdad de penas que había impuesto.
Es por eso que los análisis desapasionados e integrales respecto de tal ordenamiento difieren en la mala fama y consideran que la reforma legal draconiana fue uno de los primeros pasos hacia el establecimiento de la República en Atenas. La primera de su tipo en la historia del mundo.

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