Por Armando S. Andruet (h)
twitter: @armandosandruet
Me he referido en distintas ocasiones a cuestiones que son, por definición, las que ocurren en las últimas semanas de trabajo en los Poderes Judiciales en general. Esto es, los abogados urgidos por concluir las cuestiones pendientes y que ingresan en un torbellino de urgencias y ansiedades, que a veces se presentan como inversamente proporcionales a la diligencia que ese letrado colocó en esas mismas cuestiones durante todo el tiempo anterior.
Por su parte, los Tribunales en todo su espectro, aguardando con merecida razón el apreciado descanso que se avecina luego de la fecha que el almanaque indica como el día señalado, tienen por lo corriente comportamientos que siguen su rutina y práctica habitual. Sin embargo, también todos conocemos que muchos agentes, funcionarios y magistrados aceleran dichos tiempos de descanso indebidamente y entonces se ingresa en una suerte de laboriosidad con pausas más prolongadas.
Posiblemente si el polo profesional abogadil no estuviera inmerso en una vorágine exacerbada, y en rigor a veces también exagerada, de seguro que aquella debilidad no generalizada pero real de los Tribunales no sería advertida, porque la contrastación no se podría brindar en forma clara y distinta. Mas la realidad indica que el tiempo y las circunstancias son las que delimitan las condiciones operativas, y el calendario dice que hoy es 19 de diciembre y los días hábiles que restan son pocos para lograr cosas importantes.
Las confrontaciones de los estados de ánimo y los lugares que cada uno ocupa en el territorio biográfico son naturalmente las que nos muestran la medida que les colocamos a los otros y a las cosas de los demás. Al fin de cuentas, todo es como es: el que está mejor se siente más cómodo y el perdidoso nada de bueno advierte.
También he compartido por este medio reflexiones que se vinculan con ciertos desatinos que en modo ostensible a veces los Tribunales ejecutan, puesto que como es natural las personas quieren compartir un pequeño momento celebrativo en el mismo lugar en donde todos los días laboran. En rigor de verdad, dicho “ámbito laboral” se termina convirtiendo en espacio no sólo de trabajo sino por el tiempo que se lo está ocupando, por la dimensión de las cuestiones que allí se entremezclan y por la natural relación que se genera entre sus integrantes. Pues que muta a ser “espacio biográfico”.
Sin duda, que el tránsito de “ámbito laboral” a “espacio biográfico” tiene un conjunto de situaciones de alarma y para lo cual todos debemos estar suficientemente entrenados, puesto que los límites se tornan borrosos para determinado tipo de relaciones y confusos para la comprensión ajena de quienes no integran el círculo y quieren visualizar allí solo lo que objetivamente es: ámbito laboral.
Mas la realidad impone siempre la medida de las cosas. Sin privaciones, pero también sin exageraciones y con la premisa del buen criterio, todos sabemos que no es posible negar que si lo biográfico no se apoderara de lo laboral el mundo del trabajo se convertiría en la misma práctica que Aldous Huxley había propuesto para “su mundo feliz” (que, como es evidente, poco de ello tenía).
En razón de estos temas que atraviesan lo biográfico de cada quien en el mundo laboral, pues quiero traer al presente mi propia experiencia en el ámbito laboral judicial y que como tal, atravesó toda mi vida.
En ella he encontrado algunas pocas malas personas de las cuales no vale la pena nada decir. He también encontrado infinita cantidad de otras que, de acuerdo a los lugares de poder o decisión que uno ha tenido o tiene, brindan saludos más afectuosos o más distantes.
Ello lo sabemos todos, he aprendido a ver crepúsculos y amaneceres de atenciones y desatenciones. Luego de mi enfermedad que durante varios meses me tuvo fuera de la función de la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia, comprendí cabalmente que las personas para muchos son fungibles como objetos y los cargos o lugares son lo verdaderamente imperecedero. Mas nada de lo triste que puedo recordar empalidece las enormes alegrías que he tenido con quienes a lo largo de tanto tiempo fueron mis superiores, mis colaboradores y mis colegas.
Días pasados, la muerte finalmente abrazó un cuerpo que despiadadamente venía sobrellevando un dolor severo, pero que ni siquiera eso hacía palidecer la mirada profunda de un hombre que entendía que su forma de vivir era vivir también –a más de su familia- para la gran familia judicial. Entendiendo que ella no era la corporación judicial, que tan mala prensa y con razón tiene, sino un ámbito donde la concordia y la discordia son las formas naturales en que las cosas se brindan.
Nuestro amigo Carlos García Allocco falleció el 22 de noviembre de 2018. Pronto será un mes de ello y su ausencia completa se percibe entre quienes hasta hace poco tiempo han sido sus colegas. Ello es indudable.
En un tribunal colegiado como es el Tribunal Superior de Justicia, cada uno de quienes lo integran tiene habilidades naturales o adoptadas, pero que se convierten en especiales para algo que a dicho cuerpo le importa mucho de cumplir. Allí está la fortaleza de un colegio.
García Allocco ingreso a la vocalía del TSJ en el año 2007, luego de una dilatada carrera en la magistratura que había comenzado en el año 1970 en los cargos iniciales y que lo había llevado a esa fecha a estar ocupando una vocalía de Cámara Civil, Comercial, Familia, Trabajo y Contencioso-Administrativo en la ciudad donde tenía su residencia: Marcos Juárez.
Si bien lo había tratado en algunas ocasiones antes de su incorporación al TSJ, nuestra relación no pasaba de ser amable y cortés. Tomé su juramento en mi función de presidente y luego nos acompañamos recíprocamente durante todo el tiempo que me restó en dicho tribunal, integrando la Sala Civil y Comercial del TSJ.
El tiempo extenso que compartimos, la intensidad de sus conversaciones, la densidad de sus preocupaciones y su inagotable insistencia en tantos temas me hicieron encontrar en él una persona que con el correr de los meses y años dejó de ser mi colega de Sala para integrase en mi reducido círculo de afectos. Y así experimentar con él una extraordinaria confianza: esto es, sin atisbo alguno de intenciones ocultas aunque ellas hubieran sido buenas, y por ello, poder hablarle y también recibir su palabra, de la manera en que uno recibe aquella que un amigo puede decir y que a veces, aunque duela en lo profundo, es siempre bien apreciada.
Carlos García Allocco fue un hombre que hizo muchas cosas por el Poder Judicial, quizás muchas más de las que la superficie del conocimiento puede presentar o el común conocer. Quienes sabemos acerca de la parte oculta del iceberg que en todos los lugares donde hay poder existe, reconocemos que lo que se muestra es mínimo frente a lo que se hizo. No siempre es sencillo lograr resultados en lugares complejos; sin embargo, su encarnizada obstinación para muchas cuestiones, y por lo cual muchas veces me enfadé con Carlos, la mayoría de las veces producían resultados positivos y que hoy jueces, abogados y justiciables pueden disfrutar.
Carlos García Allocco, como he dicho, fue un pragmático: quiso ser juez y lo fue siempre. Hombre formado en el derecho procesal que nunca le interesó con fruición incursionar en el mundo académico, pero sin embargo lo respetaba mucho. En el fondo bien sabía que los jueces no tienen por qué ser profesores, investigadores, escribir libros y dictar conferencias. Apreciaba la acción que produce resultados que satisface a los justiciables, sin populismo alguno pero brindando salubridad judicial.
Pocas veces discutimos más allá de la cuenta y cuando ello ocurrió, en el momento oportuno y con la grandeza que siempre tuvo, su abrazo, su sonrisa y su mirada clara nos devolvía al lugar anterior a la discordia. Carlos fue un hombre creyente, no dudo que estará con quienes más ha querido. Por ahora, decir que también lo hemos querido es suficiente.