La política húngara es una de las más derechistas, euroescépticas y nacionalistas que predomina hoy en el espacio europeo, y que consigue mayor cantidad de votos y participación electoral. El escepticismo joven en un contexto de crecimiento económico e incipiente desarrollo tornan difícil cualquier cambio en el esquema de gobierno
Por Pablo Cejas Romanelli *
Budapest, Hungría. La ciudad está tranquila en los primeros días de la primavera europea. Las lluvias son bastante frecuentes en esta época de este año y la temperatura lucha por superar 22ºC. Los múltiples medios de transporte público funcionan mejor de lo que esperan muchos de los expats (denominación acuñada para aludir a quienes somos inmigrantes en esta ciudad, expatriados de nuestras patrias), con frecuencias y calidades de servicios excepcionales.
La población viene y va de sus trabajos, en un mercado laboral incipiente y dinámico. El bajo desempleo es un factor de atracción para muchos extranjeros que buscan mejores condiciones que en sus países de origen. Sin embargo, muchos nacionales húngaros prefieren procurar mejores horizontes en otras latitudes del mundo, muchas veces en Europa gracias a las mayor simplicidad que supone la libre circulación dentro de la Unión Europa (UE) para los ciudadanos europeos.
Esta migración hacia afuera del país redunda en beneficio de quienes vienen de otros lugares con economías tambaleantes, procesos políticos complejos y una situación laboral inestable marcada por aumentos que siguen a la inflación más que al mérito o la capacidad de trabajo, aunque también haya excepciones.
Las caras de los transeúntes parecen un poco aletargadas, preocupadas o enojadas. La cultura no es demasiado permeable y la dificultad idiomática del húngaro, uno de los más difíciles del mundo, no ayuda en lo absoluto.
Entre los cables de los trams y los trolebuses, las nubes plomizas y alguna garúa que apenas molesta sobre el rostro se puede visualizar cartelería pro régimen del gobierno actual, que pone en el centro de las discusiones tres factores fundamentales: la migración (en su versión inmigración), Bruselas (por ser la virtual capital de la UE) y el magnate Soros (de origen húngaro, hoy residiendo en Estados Unidos).
Parecen ser los tres enemigos públicos de un régimen que les endilga todos los males de la patria a uno de de ellos o a sus combinaciones.
El gobierno se define conservador, de extrema derecha, euroescéptico y tiene un sistema de propaganda que apunta con sus tres factores de crisis a la población de edad superior a 50 años.
Esta población es la que mayor participación tiene en las urnas, y la que le viene dando un cheque en blanco al partido de gobierno desde hace nueve años confiando en los destinos que se propone el Primer Ministro, reelecto el año pasado por otro periodo más. Las reformas constitucionales en Hungría permitieron al Primer Ministro una duración de cuatro años (con renovaciones en función de la Asamblea Nacional) y un mandato ilimitado en el tiempo en la medida que cuenta con la aquiescencia de la Asamblea Nacional con escaños del partido gobernante.
Exceptuando a los jóvenes que ven con mucho temor y enojo las políticas conservadoras del gobierno y que minan el futuro que anhelan de progreso y multiculturalismo, la población adulta y adulta mayor se inclina por el gobierno que les otorga mayores beneficios y que se alimenta con noticias elaboradas y direccionadas hacia ellos. Se van armando las opiniones públicas antinmigración, antieuropeas y, con algún éxito también, anti Soros.
Esta población adulta es la que domina la asistencia a los comicios locales, como así también a los europeos, lo que significa para el gobierno de Viktor Orbán un cuerpo recepticio de propaganda y realidades performativas con base en un sistema de ideas e ideologías que guardan más relación con el marketing que con la realidad.
El escepticismo de los jóvenes en la política como instrumento y canalización de los cambios no ayuda a mutar la situación, sino más bien contribuye a hacer más recalcitrante las políticas de Orbán que no encuentran oposición en las urnas.
La estabilidad económica
como factor de poder
La salida superior al tercio de millón de personas (casi 5% de la población total del país) para radicarse y trabajar fuera de Hungría y la tasa de crecimiento poblacional negativa (cercana a -0,5%) alarmó al gobierno, que salió a intentar paliar la situación con beneficios fiscales o financieros para las familias que tengan más de tres hijos, expresando que lo que falta en el país son “niños húngaros”.
Los inmigrantes que no son blancos y cristianos no son para nada del gusto de los líderes que pujan por una homogeneidad cultural y étnica. De hecho, el Primer Ministro expresó que el país se encuentra en la diatriba entre “proteger una Europa cristiana, o ceder frente al multiculturalismo”, un argumento ciertamente peligroso y que rememora oscuros pasajes de la historia del viejo continente.
Del otro lado de esta crisis de participación política, la economía del país es un factor de orgullo nacional: según el IBEX de Madrid, en 2018 el país creció más que en los 14 años anteriores, al tiempo que para la UE Hungría muestra un crecimiento marcado del orden de 3,8% durante los últimos cinco años, con un pico de 4,9% durante 2018.
Con una inflación anual cercana pero inferior a 3% (comparado al 1,9% promedio del bloque entero) y una tasa de desempleo de 3,7% (que contrasta con el 6,8% promedio de todos los miembros de la UE) alentada por los menores costos laborales, y un aumento constante del consumo, parece inverosímil que algún opositor pueda acceder al gobierno o a una mayoría parlamentaria en el futuro próximo. Las variables macro se mantienen bajo control y la rigidez en materia migratoria para los nacionales extra UE contribuyen a un fomento del casi pleno empleo.
En efecto, la asociación directa que se suele hacer -sobre todo, como se dijo, por la población votante activa- es que la estabilidad conseguida por el régimen de Orbán se debe justamente a él y que un cambio podría ser un riesgo a esta estabilidad.
Recientemente se conoció que algunos sectores industriales y de la construcción manifestaron preocupación por la falta de trabajadores para dichos sectores, lo que sumado a la rigidez en materia migratoria no permite que oferta y demanda de trabajo se encuentren en un punto. En sectores de la construcción o relacionados con esta se llegó a contratar personal con sordera ya que eran los únicos que estaban disponibles para dichos puestos.
La juventud lo piensa diferente, pero el escepticismo mezclado con el descreimiento y un pesimismo acerca de las posibilidades de cambio en un futuro relativamente próximo coadyuvan a un status quo que no desafía al poder del premier y que van garantizando a lo largo de los años la mayoría en la Asamblea Nacional (Országgyülés) unicameral.
Las elecciones europeas de este mayo son un nuevo reaseguro de las direcciones del gobierno derechista. Los timonazos de Orbán vienen siempre marcados por la opinión pública y los termómetros del marketing político. Lo que satisface al cuerpo elector más allá de cualquier coordinación de bloque con el resto de los 27 países de la UE, es el factor fundamental las medidas y políticas de Estado. En efecto, se espera que en esta lucha puesta por el gobierno en contra de lo que llama “la dictadura de Bruselas”, la coalición de Fidesz y los democristianos (conocida como coalición KDNP) obtenga entre 49% y 55% de los votos, pero que en cualquier caso le daría una mayoría de dos tercios de los escaños que se someten a elección. Las alternativas opositoras se alejan de esos guarismos, lo que resulta en una mayor presencia de la derecha en el único órgano de la UEcuyos miembros son elegidos mediante el sufragio directo.
* Abogado (UNC) y maestrando en Relaciones Internacionales (UNC). Reside en Budapest e investiga en materia de inmigraciones y seguridad en el ámbito de la Unión Europea.
Excelente artículo! Felicitaciones querido colega y amigo!