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Las aguas siguen bajando turbias (II)

Por Luis Eugenio Roa (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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De a poco se fueron logrando avances para los trabajadores explotados. La provincia de Misiones, cuyas mujeres eran unas de las principales víctimas de la trata, tomó nota y comenzó desde su jurisdicción a llevar adelante políticas de gobierno contra esa actividad. Pero como ésta se realizaba en más de una provincia (se captaba a las víctimas en un distrito, se las trasladaba a otro y se las explotaba en una tercera o cuarta provincia) los esfuerzos caían en saco roto, dado que muchas jurisdicciones incluso negaban la existencia de la trata de personas. La necesidad de una ley federal que reprimiera el delito era evidente, pero su sanción era resistida por sectores políticos que se beneficiaban del tráfico de las mujeres.

Sin embargo, la notoriedad pública que iban tomando los casos que salían a la luz impulsó la actividad legislativa y en el año 2008 el Congreso de la Nación sancionó la ley Nº 26364 de Prevención y Sanción de Trata de Personas y Asistencia a las Víctimas. Ésta, si bien tenía imperfecciones, era una herramienta esencial para tipificar como delito la actividad y de esa manera tener una base sólida desde la cual combatir a las organizaciones criminales que lucraban con esa actividad. Posteriormente, en el año 2012 se la modificó por medio de la ley nacional Nº 26842 que perfeccionó la tipificación y profundizó las políticas públicas de asistencia a las víctimas.   Hoy se sabe que la trata de personas no sólo tiene la finalidad de explotación sexual sino que también tienen por objeto la explotación laboral o el tráfico de órganos para su comercialización ilegal. Se sabe que no ocurre solamente en rincones alejados del país. Algunos de los talleres clandestinos descubiertos, donde se sometían a condiciones de esclavitud a cientos de inmigrantes, se encontraban en los barrios de Flores o Caballito en la ciudad de Buenos Aires. El incendio de uno de ellos, que ocasionó la muerte de niños, dejó en evidencia toda la trama de la trata de personas para explotación laboral.

La difusión por los medios de comunicación de estos delitos han sido de gran ayuda, dado que es una ventaja que se conozca de manera masiva sobre la existencia de estas organizaciones criminales y de sus métodos para no caer en sus redes. Hoy se conoce que es un fenómeno mundial. Que genera exorbitantes ingresos económicos y que se encuentra, junto con el tráfico de armas y de estupefacientes, dentro de los ilícitos más lucrativos. Tanta trascendencia tiene que ha sido objeto de tramas de películas taquilleras de Hollywood como Búsqueda implacable, en la cual -más allá de ser el típico filme de acción con persecuciones, peleas e intrigas- pueden observase todos los elementos que configuran la trata de personas con sus distintas etapas de captación, traslado y explotación. Cómo se buscan personas alejadas de su entorno conocido en el que pueden pedir auxilio, el recurso de repetidas violaciones y la imposición del uso de drogas para generar adicciones. De esta manera se quiebran voluntades para que acepten el sometimiento sexual. Y todo esto no ocurre en algún lugar recóndito del tercer mundo sino en la misma “Ciudad luz”, en el centro de la civilización europea, involucrando tanto a sectores de bajos como altos recursos económicos.

La visibilidad del delito y de los métodos utilizados para llevarlo adelante ayuda mucho a destruir prejuicios existentes sobre las victimas con respecto a su voluntariedad y consentimiento de ejercer la prostitución. Sin embargo, aun así, siguen existiendo resistencia o negaciones sobre los alcances de las actividades de estas organizaciones criminales. Si bien se reconoce la existencia del delito con respecto a la explotación laboral y sexual parece no suceder lo mismo con respecto al aspecto vinculado con el tráfico ilegal de órganos. Como ejemplo de esto, recientemente en un masivo programa televisivo nocturno, donde se reúnen alrededor de una mesa algunos periodistas, políticos y economistas a debatir sobre temas de actualidad, uno de los panelistas habló sobre la existencia de tráfico de órganos en el conurbano bonaerense. El conductor del programa y otro panelista intervinieron rápidamente descartando tal posibilidad. Ante la insistencia sobre tal situación, volvieron a rechazar que eso sucediera y alegaron que se trataba de una leyenda urbana.

Ante estas situaciones, no debe olvidarse que en estos casos la realidad ha superado muchas veces lo imaginable. Y que ante estas redes criminales (que son capaces de tener encadenadas a personas con el objeto de explotarlas laboral o sexualmente para obtener una ganancia), no debe creerse que tendrán algún límite moral para no lucrar también con el tráfico de órganos, si fuera posible.
La sociedad no debe confiarse de que con la sanción de una ley y establecimiento de políticas públicas para prevenir la trata de personas y dar contención a sus víctimas es suficiente para eliminar esta actividad. La historia ha demostrado que, ya sea bajo el nombre de esclavitud, servidumbre o trata de personas, tales actividades no desaparecen sino que simplemente mutan en sus formas de llevarse adelante.
Por ello se debe estar siempre alerta para detectar las nuevas modalidades que se utilizan para seguir obteniendo ganancias del tráfico de personas porque, como se mostraba en la película dirigida por Hugo del Carril en 1952, a pesar de los avances conseguidos en los últimos tiempos, “las aguas siguen bajando turbias”.

(*) Abogado. Oficina Misiones Defensoría del Pueblo de la Nación.

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