Más allá de la suerte que corren hombres y mujeres en los enfrentamientos armados, esta columna –humanitaria y antibélica- suma, otra vez, su voz a las denuncias sobre violaciones, secuestros y sometimientos de todo tipo a mujeres, niños, hombres e integrantes de las diversidades sexuales para la prostitución, la pedofilia, la esclavitud y toda trata de personas, que incluye el tráfico ilegal de órganos y experimentación farmacológica.
Esta es una situación sobre la que los argentinos, en tiempos de la última dictadura militar, han forjado su experiencia con la complicidad silente de la sociedad y la justicia.
Estas gravísimas violaciones a los derechos humanos atentan contra la vida, la integridad, la libertad y la dignidad de las personas y conllevan un fuerte componente de género, al ser sus víctimas mayoritariamente mujeres, niñas y niños.
Cabe advertir que las militantes de género, a la hora de la defensa de sus congéneres, adoptan una visión sesgada que agravian las banderas que con legitimidad levantan en los espacios públicos.
No entienden, al parecer, que la trata de personas es un problema complejo, mundial y es uno de los delitos más vergonzosos que existen, ya que priva de su dignidad a quienes son víctimas frecuentes como niños, mujeres y hombres a los que se los somete a situaciones de explotación extrema.
Si bien la modalidad más conocida es la trata con fines de explotación sexual, existen otros modos cuyo número de víctimas va en aumento, como la trata con fines de explotación laboral o la mendicidad forzada, como ocurre en Venezuela y Colombia.
Así sucedió en la ciudad de Loja, cuando se descubrió la presencia de menores de edad de nacionalidad venezolana que al parecer eran víctimas del tráfico de personas.
Un hecho de reciente data se conoció cuando fue noticia mundial: niños indígenas otavaleños estaban en las calles de Caracas pidiendo limosna, no por necesidad sino por obligación y en nombre de un Dios que no les escuchaba, como lo que estaban viviendo los niños de Loja.
Esos niños son alquilados y exhibidos para, con su rostro y su edad, provocar la caridad de los transeúntes o de quienes conducen vehículos, porque están apostados en calles y avenidas, esperando la conmiseración pública.
La ciudad de Córdoba no está exenta de tamañas bandas de explotación de mujeres y niños. Las hubo de supuesto origen sirio libanés – que desconocían esa lengua-, eslavos y hasta existió una invasión de sordomudos que ocupaban todos los espacios públicos, bares y restaurantes de la ciudad.
La curiosidad fue descubrir que los mendicantes rendían cuenta de su faena diaria en la Plazoleta de los Niños –hoy José Ignacio Rucci- ante la mirada complaciente de la seccional de Policía, que se encuentra en las inmediaciones de ese degradado espacio público.
El Protocolo de Palermo, para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas especialmente mujeres y niños, que complementa la convención de las Naciones Unidas contra la delincuencia organizada transnacional, define en su artículo 3 la trata de personas. “La captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación”.
Esa explotación incluirá́, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos.
La trata se desenvuelve en el contexto de los actuales movimientos migratorios productos de la guerra, la pobreza, el hambre y las enfermedades.
Tiene lugar en todas las regiones del mundo y muchos países se ven afectados, como origen, tránsito o destino de las víctimas.
Es el tercer negocio ilícito más lucrativo, después del tráfico de drogas y de armas. Sin embargo, es uno de los más invisibles. Las cifras y las estadísticas sobre este tema revelan sólo la punta de un gran iceberg, pues en la mayoría de los casos las víctimas no realizan denuncias, fundamentalmente por tres razones:
El temor basado en amenazas de los tratantes, por no reconocerse como víctimas y por la estigmatización que sufren cuando el entorno social está al tanto de la situación que han vivido.
Y es que muchas veces se confunde la trata de personas con la prostitución. Esto hace que injustamente se cargue a la víctima con la responsabilidad del delito, como si fuese un “justo merecido”. Inclusive en muchas ocasiones las autoridades proceden con las víctimas como simples infractores de las leyes migratorias. Se pone más atención a la parte normativa que a los derechos humanos y se termina condenando por delitos administrativos a quienes han sido vulnerados.
El machismo agrava aún más todo lo mencionado. Es una forma de esclavitud moderna, con la cual el ser humano se vuelve un objeto comercial que se puede vender una y otra vez (de allí su alta rentabilidad). Si bien es un negocio ilícito, el riesgo de ser descubierto es bajo, reporta altas ganancias y está ligado a otras actividades lícitas que blanquean a este delito como los night clubs, casinos virtuales, bares y otros.
Todo esto en muchos casos ocurre con la complicidad y corrupción de agentes estatales.
Según el Diagnóstico de las Capacidades Nacionales y Regionales para la Persecución Penal del Delito de Trata de Personas en América Central de 2009, emitido por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unocd), Costa Rica, Cuba, Nicaragua y Panamá tienen las industrias de turismo sexual más conocidas en todo Centroamérica. A estos países se los conoce como “paraísos sexuales”.
¿Qué ocurre en la Argentina? Nada se sabe. No hay siquiera estimaciones en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la tragedia que viven las mujeres. Tampoco encontramos datos aproximados en sus homólogos provinciales. Tampoco se pudo acceder a las cifras del presupuesto nacional que se destinan a la prevención.
En los rincones más oscuros de la red de redes es posible encontrar pedidos de mujeres y niños con destino a la explotación sexual. Las bandas delincuenciales ya organizan expediciones hacia las fronteras ucranianas en busca de “sangre fresca”.
Los pedófilos argentinos están en marcha. La cita está pautada para el mes de abril.
Todo será posible en Ámsterdam, Barcelona, Venecia, Roma, Madrid, París. Milán, Sevilla. Andorra, Mónaco, Chipre, la Isla de Malta y otras regiones del Mediterráneo del Oriente Cercano. Todo depende del alcance de la billetera de los pervertidos. Para los eventuales contratiempos –muertes no queridas y demás contingencias- la solución corre por cuenta y orden de los traficantes y de las fuerzas de seguridad de la región.
Todos son socios. Todos son responsables.