Por Christian Julio Díaz / Abogado
La relación conflictual es un sucesivo e ininterrumpido entramado de decisiones. El éxito en un conflicto depende de las elecciones que hagamos en la consecución de nuestros objetivos. Sin embargo, estar en conflicto causa tensión emocional; el primer síntoma psicofísico que surge cuando se está ante una relación conflictiva es la pérdida de la tranquilidad. Es decir que quien debe decidir, lo hace bajo cierto grado de tensión emocional. Muchos han sido los esfuerzos por desarrollar métodos que permitan “tomar una decisión racional”. Detrás de los métodos y las teorías: el “ecce homo”, usted. Que cuando tiene que elegir, se le hace un nudo la boca del estómago, se le aceleran las pulsaciones, se le seca la boca… en definitiva: ¡siente! El miedo, el stress, el enojo, la duda, la ansiedad, el rechazo, la negación, el impulso y el arrebato también son parte del proceso de elección. La particular estructura emocional de cada individuo incide sobre el estilo y la eficacia de los procesos cognitivos.
Ahora bien, repasemos la importancia del rol de las emociones en la vida cotidiana. Las emociones se generan a partir de un acontecimiento interno o externo y, luego de un proceso mental evaluador, se expresan en respuesta hacia éstos. La emoción nos predispone para la acción, fundamentalmente adaptativa para con el entorno. Las emociones nos informan la conexión entre el sujeto y el objeto que la excitó. Según la emoción, su duración e intensidad, podremos establecer la importancia que tiene para el emocionado la circunstancia desencadenante; por ser menos premeditadas, dejan realmente al descubierto lo que acontece en el individuo. Razón por la cual la información que nos proporcionan las emociones adquiere un valor orientativo, por cuanto revela las motivaciones, deseos e intereses. La sensación emocional es intransferible, única e irrepetible incluso para la misma persona. Las emociones pueden proporcionarnos una orientación que nos permita dar una respuesta ante el interrogante de tener que decidir. Esta idea de involucrar las emociones en la toma de decisiones tiene antecedentes de diversa índole: en la religiosidad cristiana renacentista de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola; en la neurociencia con los aportes de Antonio Damasio y su hipótesis del marcador somático y en la psiquiatría, Victor Frankl y la logoterapia.
Desde 1994 la neurociencia ha contribuido a reafirmar el rol de las emociones en la toma de decisiones. En su obra El error de Descartes, Antonio Damasio (2008 [1994]) explica cómo las emociones influyen en el proceso mental de toma de decisiones y razonamiento. Desarrolla la hipótesis del marcador somático. Denomina somático: porque tiene que ver con el cuerpo; las emociones y el sentimiento se expresan en una sensación corporal. Marcador: puesto que lo que se marca es una imagen mental o pensamiento. En resumen: se sostiene que una emoción agradable o desagradable puede aparecer marcando el curso de un pensamiento o imagen mental. A modo de ejemplo, Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido, 2004).
“Tuve la oportunidad de fugarme cuando se acercaba el frente de batalla. […] Me acerqué a un paisano mío, agonizante, cuya vida yo me empeñaba en salvar a pesar del evidente deterioro. Debía guardar la máxima discreción sobre mi intento de fuga, pero mi camarada pareció intuir algo (quizá captó mi nerviosismo). [ …] Al terminar la ronda regresé nuevamente a su lado. Otra vez me atravesó su mirada triste y sentí dentro de mí algo así como una especie de acusación o de reproche. Aquellos ojos desesperados agudizaron la inquietud desapacible que oprimía mi corazón desde el instante mismo en que resolví evadirme del campo. De repente decidí, por una vez, mandar sobre mi destino. Salí a toda prisa y le comuniqué a mi amigo que no me marcharía con él. Tan sólo con decirlo, con expresar mi inquebrantable resolución de permanecer junto con mis enfermos, desapareció mi inquietud interior. Desconocía lo que nos depararían los días por venir, pero gané en íntima paz, una paz que jamás había experimentado antes.” (Frankl, 2004:84). A los supuestos de “ir” o “quedarse” se asociaba un sentimiento y Frankl eligió el supuesto que le daba “paz”.
¿Cómo me hace sentir la decisión tomada? Me tranquiliza, me da paz o me quedo nervioso e intranquilo. El mediador y/o el facilitador deben contribuir a que los participantes involucren las emociones en la toma de decisiones. Implica dar una respuesta desde la interioridad del hombre, donde se encuentra lo más íntimo, original y propio. Lo emocional revela un “algo” que es muy nuestro; un “algo” del que somos dueños y que nadie nos puede arrebatar. Y es paradojal: porque no somos responsables de la emoción pero sí somos sus exclusivos dueños.