El juicio “Virginia vs. John Brown” capturó desde sus inicios la atención de todo Estados Unidos en 1859. La condena de su acusado, John Brown, no hizo sino exacerbar eso. Había pretendido tomar el arsenal federal en Harper’s Ferry para distribuir las armas entre esclavos con vistas a liderar su insurrección por todo el sur, por lo que el jurado encontró lo encontró culpable de todos los cargos: traición a la Commonwealth de Virginia, asesinato e incitación a una insurrección de esclavos. Según lo informado en el New York Herald, que cubría el proceso, “no se escuchó el más mínimo sonido en la gran multitud” al expresarse el veredicto y sólo el acusado tenía “el único semblante tranquilo y sereno allí”.
La imposición de la pena de Brown ocurrió el 2 de noviembre de 1859 y fue dictada por el juez a cargo del pleito, Richard Parker.
Preguntado sobre si había alguna razón por la que no se le debería dictar sentencia, Brown, todavía convaleciente de sus heridas por el ataque, dio un breve discurso en el que expresó que su único objetivo era liberar a los esclavos, no iniciar una revuelta; que estuviera allí era obra de Dios; que, si hubiera estado ayudando a los ricos en lugar de a los pobres, no estaría en los tribunales, y que el juicio penal había sido más justo que lo que él esperaba
Entre los asistentes estaba el escritor Ralph Waldo Emerson, quien luego entendió que el único equivalente de ese discurso en la oratoria estadounidense es el discurso de Gettysburg. Tales dichos fueron reproducidos en su totalidad en al menos 52 periódicos estadounidenses, incluyendo al New York Times.
Conforme la crónica periodística “La única manifestación que se hizo fue el aplauso de un hombre en la multitud, que no es residente del condado de Jefferson”, quien fue llamado a silencio de inmediato. Luego de eso, el juez condenó a Brown a muerte en la horca, pena que fue recibida por el acusado “con serenidad”.
Según la ley de Virginia, debía transcurrir un mes entre el dictado de una sentencia de muerte y su ejecución. El gobernador de ese Estado, Henry Alexander Wise, un abogado formado en la Facultad de Derecho de Winchester, antiguo congresista federal y ex embajador de Estados Unidos ante el Imperio del Brasil, resistió tanto las presiones para adelantar la ejecución de Brown como los muchos pedidos de que conmutara su pena. En el primer caso, porque no quería que nadie dijera que los derechos de Brown no se habían respetado plenamente. En el segundo, por entender que el cargo de traición sólo podía ser disculpado por la legislatura estatal y que no era correcto cambiar una pena cuando había muerto gente inocente en el hecho. Tampoco tuvo éxito un recurso de errores en la sentencia ante el Tribunal de Apelaciones de Virginia.
Dieciséis personas habían muerto en el ataque, incluidos diez hombres de Brown. La primera víctima de Brown era, curiosamente, un afroamericano, antiguo esclavo liberado, que trabajaba en la estación de ferrocarril cuando bajaron del tren para tomarla por asalto. Conforme el Richmond Enquirer: “El sentimiento público en Virginia claramente quería que Brown fuera ejecutado”.
Algunos de los pedidos de clemencia y conmutación de pena fueron incluso de simpatizantes de la causa esclavista. Por ejemplo, del alcalde de la ciudad de Nueva York, Fernando Wood, quien luego propondría que la ciudad de Nueva York se separara de la Unión para continuar el comercio de algodón con la Confederación durante la guerra, y que se opuso firmemente a la 13ª Enmienda, que puso fin a la esclavitud en 1865.
Durante el mes a la espera de su ejecución, Brown escribió más de 100 cartas y recibió a unos 800 visitantes de todo tipo, incluidos adversarios, afianzando aún más el carácter de celebridad nacional obtenido durante el juicio.
Intelectuales como Ralph Waldo Emerson y Henry Thoreau pidieron por él. Incluso, desde Europa, el escritor Víctor Hugo dirigió una carta abierta “a los Estados Unidos de América” en la que pedía, “resguardar la ley moral universal”, ya que “hay algo más aterrador que Caín matando a Abel, y es Washington matando a Espartaco”. Asimismo, entendía: “Políticamente hablando, el asesinato de John Brown sería un pecado incorregible. Crearía en la Unión una fisura latente que a la larga la dislocaría. La agonía de Brown tal vez podría consolidar la esclavitud en Virginia, pero ciertamente sacudiría toda la democracia estadounidense”.
La había escrito desde su exilio en Guernsey, y causó toda una conmoción al llegar en vísperas de la ejecución de la pena. No pocos apostaron sus esperanzas de última hora al peso que podía tener ese llamado de uno de los escritores más célebres del mundo en la época.
Todos destacaron el trato “justo y humano” dado por su carcelero, el capitán John Avis, al condenado. La última comida de Brown, de hecho, fue junto a su esposa y la familia del carcelero.
El tiempo se agotaba para desestimar la ejecución, pero el interesado parecía el más tranquilo al respecto. Nadie podía tampoco prever las consecuencias de lo que sucedería luego.