“Y la República de San Vicente
se hace presente
con su comparsa tradicional”
Copla de una murga popular
Por Ricardo Gustavo Espeja (*) – Exclusivo para Comercio y Justicia
La provincia de Córdoba en el verano de 1932 era gobernaba por Enrique Torino; y la ciudad, por el comisionado municipal Ricardo Belisle. Había comenzado, dos años antes, en nuestra patria una etapa nefasta tras el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen, al romperse, por primera vez –en el siglo pasado- la continuidad institucional, antecedente de muchos otras de trágicos episodios para nuestro país.
Había sido con el apoyo de una mezcla muy heteróclita donde estaban desde Alfredo Palacios, quizás con la mejor de las intenciones, al igual que Lisandro de la Torre. A la postre fueron desplazados por sectores de extrema derecha comandados por José Evaristo Uriburu, Manuel Fresco y Carlos Ibarguren, de triste memoria entre los cordobeses, quienes al final perdieron predicamento por sus propios errores, en especial pretender transformar a la Argentina en un Estado corporativo.
Córdoba no era ajena a esos avatares que afectaban a todo el conjunto de la sociedad. La celebración del carnaval y los corsos, a partir de los años 20 del siglo pasado, ganaba adeptos transformándose en una extraordinaria expresión de la cultura popular. Aunque, con el paso del tiempo, estuvo cada vez más regulado por la autoridad municipal, que delimita los espacios públicos, exige permiso municipal para los disfraces y carrozas y la identificación policial de las mascaritas.
Pedro Ordoñez Pardal, en su celebradísima Historia de mi Barrio La República de San Vicente, señala que, en el año 1932, la Comisión Organizadora de los Corsos de San Vicente solicita al comisionado municipal Belisle el permiso correspondiente para realizar sus tradicionales corsos en beneficio de la Maternidad Provincial. De mal modo, el funcionario avisa que es decisión del Departamento Ejecutivo que –ese año- sólo se realizará el corso oficial en el centro. Por ende, quedaban proscriptos todos los corsos barriales, en especial el celebérrimo de San Vicente,
Justamente, un domingo 7 de febrero se larga el festejo de Carnaval en el Centro de la ciudad. Los sanvicentinos no estaban dispuestos a soportar tamaño agravio. En la clandestinidad se organizaron los resistentes. La consigna de los “revolucionarios” causó zozobra en la tropa gubernamental. Temieron lo peor. “Habrá corso en San Vicente cueste lo que cueste, pese a la prohibición gubernamental”, se susurraban los sanvicentinos.
¡Viva la República de San Vicente!
El lunes 8 se decidió que el corso se efectuaría y si intervenía “la cana”, ya se vería. El taquero era amigo y los tendría anoticiados. A las 18, desde plaza Urquiza a Lavalle empieza la animación, numerosos vehículos llegan a la plaza Mariano Moreno y ante tal cantidad de rodados la “Comisión de emergencia” resuelve que muchos de ellos sirvan como palcos. Y sigue el corso…
Enterado de los sucesos, en el centro, el gobierno se conmociona. Pese a la prohibición, se estaba celebrando el carnaval en San Vicente. Ricardo Belisle estalla de furia. Es que el corso oficial había sido un fracaso. Poco menos de dos centenas son los asistentes. Decide, entonces, castigar a los sediciosos. Corta el alumbrado público de la zona, para hacer fracasar al festejo. No contaba con el ingenio popular que sin vacilar un segundo extendió cables desde los domicilios. Y la fiesta continuó…
Belisle, al borde de la apoplejía –mientras se le volatiliza su “expectable futuro político”- ordena un apagón general. Los faros de los automóviles iluminan el paso de las comparsas.
Frente a tamaño desacato, que no podía ser tolerado por el representante de una dictadura, dio orden de que la policía despejara la calle San Jerónimo: el taquero amigo avisa lo que se viene. Y la represión fue. Dos docenas de vecinos fueron detenidos. Más de 500 personas acompañaron a los presos hasta las mismas puertas de la Comisaría 5ª gritando ¡Viva la libertad! ¡Abajo la dictadura! Dejando bien claras las concepciones republicanas de los sanvicentinos, la multitud no se movió hasta que fue liberado –tres horas después- el último detenido que, en manifestación y al grito de ¡Viva la República! es acompañado hasta su domicilio.
Así se proclamó la República de San Vicente con un espíritu libertario y festivo propio del carnaval, pero que no se redujo a este ámbito sino que inundó a toda su cultura y a una especial forma de encarar la vida, por dura que sea, con un chiste a flor de labios.
(*) Periodista-Historiador