lunes 25, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La primavera de la libertad

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Abogados en la historia. Sus ideas cambiaron el mundo y cerraron una era de la historia universal

Por Luis R. Carranza Torres

“Democracia’ no es una palabra rusa. ‘Libertad’ no es una palabra rusa. ‘Derechos humanos’ no son palabras rusas. Provienen del oeste, de las hordas de Napoleón y los tanques de Hitler. Por eso los disidentes liberales que tanto admiran a occidente tienen poca importancia aquí y siempre han fracasado”. Palabra más, palabra menos, eso es lo que le dice un alto oficial de la KGB al periodista Robert Thorne, “experto en temas rusos” y protagonista de la novela de espionaje El Zorro Rojo, creada por la pluma magistral de Anthony Hyde. La obra, editada en 1985, en plena guerra fría, anticipó desde la ficción el agotamiento del sistema soviético, trazando un cuadro tan preciso que ni los informes de la propia CIA tenía por entonces. Y sí, a veces la realidad imita a la ficción. O, quizás, los novelistas son mucho más veraces en sus palabras que quienes se dedican al ensayo político, supuestamente desde lo real.
Desconocemos si Mijaíl Serguéyevich Gorbachov leyó el libro cuando ese mismo año se convirtió en el séptimo secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Ese cargo lo convertía en el líder de dicho partido único y, por natural consecuencia, en el líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Había sido, en su tiempo, con sólo 49 años, el miembro más joven del Politburó en toda su historia.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Moscú, “Gorby” fue el primero en ocupar dicho cargo poseyendo un título universitario, en lugar de haberse graduado en la Escuela Superior del PCUS.

Supiera o no de la obra de Hyde, su actuación convirtió los dichos del libro en algo profético. No sólo respecto de los cambios en el país sino también sobre su propia caída. Al año siguiente, durante el XXVII Congreso del PCUS presentó su plan de reforma para el país. Tales medidas fueron llamadas inicialmente uskoréniye (aceleración), pero después los términos perestroika (reconstrucción) -respecto de lo económico- y glasnost (apertura, transparencia) -relativo a las reformas políticas- pasaron a ser denominaciones habituales, a veces utilizando una como sinónimo de la otra.
Se buscaba remozar al petrificado aparato estatal y dinamizar la estancada economía soviética apelando a medidas pragmáticas que conferían mayor libertad de acción a las unidades de producción económica, tanto rural como fabril, en reemplazo de la economía dirigida y centralizada desde Moscú, buscando “una economía socialista de mercado”.
Paralelamente, en el plano político, por vía del Comité Central del partido, se nombró por primera vez en cargos estatales a personas que no eran miembros de él y se pusieron en vigencia, a partir de 1988, diversos derechos humanos esenciales que habían sido ignorados desde la época de Stalin, como la posibilidad de que la prensa disintiera e informara libremente, de practicar públicamente un culto religioso y de disponer de propiedad privada.
En cuanto a la esfera internacional, se adoptó la doctrina de la novomyshlenie (nuevo pensamiento), que implicaba poner fin al largo enfrentamiento entre Este y Oeste, normalizar las relaciones con el occidente capitalista y reducir sus gastos militares.
Por su impulso, el Congreso de los Diputados del Pueblo en 1990 votó a favor de eliminar el artículo 6 de la constitución soviética de 1977, quitando al Partido Comunista su estatus privilegiado de “fuerza dirigente y guía de la sociedad soviética”. Con la creación del cargo de Presidente de la Unión Soviética, que se encargó a Gorbachov, se dio el primer gran paso para la separación entre el Estado soviético y el Partido Comunista.
Occidente lo aplaudía pero fronteras hacia dentro tanto los conservadores como los desencantados de cambios más profundos corroían su poder e influencia. También en 1990 Gorbachov sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por terminar con la guerra fría. Sus años de gobierno se los denominó, acertadamente para los parámetros soviéticos previos, “la primavera de la libertad”.

Fue un audaz reformador ruso, a la altura del zar Pedro I o la zarina Catalina II. Pero tal como el zar Alejandro II lo comprobó antes que él, pagando con su propia vida tal enseñanza, los cambios en Rusia no sólo se llevan a cabo de arriba hacia abajo sino que nunca en la historia han tenido éxito, sin ser llevados a cabo, cuanto menos, desde una forma autocrática de gobierno.
La caída de Gorbachov no tuvo relación con un asesinato sino con una maniobra palaciega, después de la intentona del golpe de Estado de 1991. El 8 de diciembre de ese año, los presidentes de las repúblicas socialistas soviéticas de Rusia, Ucrania y Bielorrusia declararon la disolución de la URSS, por el Tratado de Belavezha, estableciendo en su lugar la Comunidad de Estados Independientes. Eso, a pesar del plebiscito que en marzo había determinado que 78% del pueblo apoyaba continuar con la Unión Soviética. Como otras veces en su historia, valía más el poder de los dirigentes que la opinión de las urnas. Huérfano de todo apoyo, el 25 de diciembre de 1991 Gorbachov dimitió como presidente y la URSS dejó de existir. Claro que para entonces sus reformas habían cambiado ya, y en mucho, tanto esa superpotencia como el resto del mundo.

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