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La omnipresencia del dólar en la economía argentina

Por Salvador Treber. Exclusivo para Comercio y Justicia
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La necesidad de disponer de una cifra de cierta importancia en “en monedas fuertes” -en especial dólares- para oficiar como reservas depositadas en el Banco Central, permanentemente constituye un requerimiento en el esquema mundial, pero en ciertas circunstancias representa un problema insoluble.

La disposición de fondos para garantizar una adecuada liquidez en “monedas fuertes” (reconocidas internacionalmente como medios idóneos de pago) suele constituir para una gran cantidad de países uno de los principales problemas a afrontar y que no siempre logran resolver satisfactoriamente.

Las vías para conseguir dichos fondos pueden surgir de variadas formas y orígenes: por ventas al exterior y los respectivos saldos positivos; en forma directa derivados del ingreso al país de recursos externos para concretar inversiones; de extranjeros que opten por radicarse en Argentina o mediante la obtención de préstamos en tales monedas que concreten por parte del sector público o las entidades privadas.

Nuestro país presenta con distinto grado de relevancia esos recursos que, en conjunto, representan no sólo la capacidad externa de pago, sino también la vía para dotar al Banco Central de la República Argentina (BCRA) de reservas. Los destinos potenciales se plantean, con diversos grados de urgencia, según las características de la coyuntura que esté afrontando el país en cada caso. China es quien atesora mayor cantidad de divisas que actualmente ascienden a US$3.625 billones; en segundo lugar, a mucha distancia, la sigue Japón con “apenas” US$1.376 billones.

Antes de la creación del BCRA, el 29 de mayo de 1935, era la denominada Caja de Conversión el organismo público nacional que administraba ese aspecto y tenía la misión de velar por mantener las condiciones indispensables al efecto en un mundo que adhería fervorosamente a los requerimientos de esquema del libre cambio. Y cumplimentar tales principios se señala como uno de los factores que coadyuvó más decisivamente a frustrar el sistema entonces vigente y aceleró el acceso generalizado a regímenes de protección que, no sólo pretendían evitar el contagio en materia de efectos sino alentar el desarrollo interno de productores para la fabricación de artículos sustitutos que se obtenían por medio de importaciones.

La economía argentina en las décadas de los treinta y cuarenta (siglo XX) fue muy afectada, y la actividad industrial interna, virtualmente en sus inicios, de muy altos costos y poco eficiente. Después de vivir insertos en el mundo del librecambio, nuestro país se había convertido en proveedor de productos primarios (carne vacuna y cereales), especialmente del Reino Unido, lo que llevó a una dependencia con ese país. Durante la Segunda Guerra Mundial, continuó comprando y al efecto armó convoyes de buques mercantes custodiados por destroyers, cruceros o acorazados para enfrentar la ofensiva submarina que le planteó Alemania.

Pero tanto, el Reino Unido como Estados Unido no pagaron nada hasta 1946, o sea que postergaron unilateralmente esa obligación para cuando finalizara la contienda armada; lo cual restó la principal fuente de divisas. En nuestro caso fue siempre problemático adaptarse a tales circunstancias, aunque mucho más a partir de la Gran Crisis de los años treinta y el posterior corte de las vías marítimas durante la guerra mundial. En muy pocas oportunidades no constituyó un escollo de primera magnitud y ello volvió a hacerse evidente al encararse muy recientemente una solución definitiva en las negociaciones con los denominados “fondos buitre”.

La problemática actual
En el año 2011, el Central llegó a acumular alrededor de US$52.000 millones en condición de reserva monetaria pero en los años posteriores esa cifra fue disminuyendo ostensiblemente, pese al canje monetario por US$11.000 millones que se realizó con China, la cual concertó como una forma de ayudar a la consolidación financiera de nuestro país sin necesidad de recurrir a EEUU. Dado que en ningún momento se detuvo el proceso de continua merma (se han reducido a apenas unos US$28.000) retorna un explicable clima de gran inseguridad e incertidumbre.

Resulta obvio que la rápida y continua “trepada” en su cotización, especialmente como consecuencia de una política de cuño neoliberal que postula la total desregulación y la exposición a las leyes del mercado, ha alentado un peligrosísimo proceso que se está convirtiendo en un virtual “callejón sin salida”. Hasta el momento, sólo ha trascendido la intención de endeudarse mucho más de lo estrictamente indispensable para pagar a los holdouts. Ese tipo de política los argentinos ya la conocen y saben muy bien, por experiencia propia, que conduce a una eclosión como la que se sufrió en 1999/2002.

Ese peligro concreto, que se visualiza en un horizonte cercano, está sustentado en la explosiva concurrencia del agudo receso devaluatorio, combinado con subas en las tarifas de servicios, sucesión de aumentos en el precio de los combustibles y otros que se anuncian para los próximos meses; además de sensibles bajas ocurridas en el comercio externo. Esta evolución febrilmente alcista no encuentra compensación que los empresarios consideren adecuadas.

Ello hace que, en lugar de esperar que suceda, han optado por anticiparse a inminentes incrementos en los precios internos porque, según las experiencias antes vividas de actualizaciones con rezago respecto de la evolución de los precios, constituyeron siempre motivo de quebrantos y ese es un riesgo adicional que no quieren volver a correr. En consecuencia, la tendencia alcista no sólo en el área de los bienes de consumo sino, muy especialmente, en la cotización del dólar afecta a los consumidores que no pueden cubrirse.

En el primer ámbito, como consecuencia del retraso salarial, suele producirse una caída de profundidad diversa en las compras interna; en el segundo la existencia de una escasa oferta frente a la permanente y creciente demanda de divisas imposible de atender plenamente que señorea en las relaciones económico-financieras.

Esa situación siempre definió sistemáticamente sucesivos procesos de real deterioro que, en países en desarrollo, se tornaron casi inevitables y suelen realimentarse en forma permanente debido a las exigencias para disponer de divisas por parte de los importadores que deben atender sus compras en el extranjero, la transferencia de utilidades que hacen las firmas internacionales radicadas en el país y los que por cualquier causa viajan al exterior e incluso los que prefieren ahorrar en esa moneda; todos los cuales pasan a medir al centavo sus necesidades en la encrucijada, aunque a ellos no los afecte en demasía esa escasez.

En la actualidad debe considerarse, muy especialmente, la vigencia no superada de una crisis recesiva a escala mundial que no está resuelta y que data de 2008. Ella se originó en Estados Unidos pero rápidamente contagió a casi todos los países (28) que constituyen la Unión Europea y Japón; aunque también viene sufriendo los rigores de una drástica caída la economía rusa que lleva dos años de crecimiento negativo (-4% en ambos). Lo extraño es que el dólar en ese contexto conflictivo se ha fortalecido frente a las demás monedas (20% desde 2014).

China e India presentan cuadros algo diferentes entre sí y, obviamente, al resto del mundo. Ambas han disminuido su respectivo ritmo de crecimiento anual pero siguen manteniendo elevadas reservas. La primera redujo su tasa anual de crecimiento de 10,4% (2011) a entre 6,8% y 7% en 2015 pero no ha desacelerado su objetivo a cumplirse hasta 2030 que 75% de la población se concentre en “megaurbes” y, al efecto, han creado 25 nuevas a las que están llevando 250 millones de ex agricultores sometidos a una enérgica reeducación. En cuanto a India, en forma más silenciosa, han disminuido en 10% expansión anual sin aportar detalles.

La difícil provisión de divisas
Es obvio que la mayor fuente en cuanto a provisión de divisas surge de las exportaciones, pero el mercado comprador se ha enrarecido en alto grado y, de esta forma, reducido su volumen expresado en monedas fuertes de forma muy evidente. El total de ventas argentinas al exterior durante 2015 ascendió apenas a US$56.752 millones; cifra sólo superior en 2,03% a la alcanzada siete años atrás en 2009. Debe recordarse que desde entonces creció hasta un importe global máximo de US$82.981 millones en 2011 y a continuación comenzó un continuo descenso llegando a US$79.982 millones en 2012, 75.962 millones en 2013 y 68.335 millones en 2014, pero el año pasado esa tendencia bajista se aceleró con una nueva mayor merma interanual de 16,9% (-$11.583 millones).

Una prueba palmaria de la gran sensibilidad que prima en el mercado, pues es allí donde se ponen en evidencia las opciones que analizan los inversores. Éstas surgen nítidamente como consecuencia de la problemática coyuntural y en respuesta a los incrementos en las tasas de interés introducidos por el Central. Debe recordarse que en cuanto al nivel de los mismos para depósitos a plazo fijo por 35 o más días; se ubicaron en la insólita tasa anual máxima de 38%. La reacción, casi instantánea, sirvió para atenuar la demanda y levemente también la cotización del dólar que descendió hasta 3%.

En efecto, según es habitual en la operatoria de numerosos grandes inversores que se sintieron atraídos por esas colocaciones en pesos, hicieron que la cotización de la moneda estadounidense, que había superado $16 por unidad, disminuyera por debajo de ese nivel hasta colocarse la cotización minorista en $15,20. También debe tenerse muy presente que, luego de dejar inicialmente que quedara sometida a los albures del mercado, -cuando superó los $15- la conducción del Banco Central tuvo que decidir intervenir para atenuar en cierta medida esas subas y fijar un virtual tope; pese a que ello le costó perder alrededor de US$800 de sus reservas.

El presidente les hizo conocer que no desea que supere los US$16 y esto, obviamente, indujo a tal corrección inducida por la autoridad monetaria aunque pareciera que antes no compartía esa virtual limitación. Además, lo sucedido también permitió advertir algún cambio en las expectativas de los grandes operadores que se hicieron eco de la actitud y criterios que priman ahora en el Central; por lo tanto están atentos para la toma de previsiones y hasta con ciertas reservas por el riesgo de que caigan sobre ellos otras medidas si no atendieran razones. Otro sector que optó por incrementar sus márgenes gananciales fueron los más poderosos productores y acopiadores de soja que retuvieron en silos-bolsa hasta 60% de sus existencias correspondientes a la cosecha 2014/15 sin preocuparse demasiado por las consecuencias de la maniobra especulativa.

Tal retención se extendió temporalmente hasta aprontarse para recibir el grueso de la última cosecha (2015/16), pasando por alto los requerimientos del “bien común”. Como para pensarlo…

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