Estaba lejos de nuestro cálculo -como también de todos aquellos que no se han ocupado de estudiar las relaciones entre biología humana, zoonosis y epidemiología- la amenaza viral existente. En septiembre de 2019, un equipo de la Global Preparedness Monitoring Board -especialistas del Banco Mundial y de la OMS- había indicado: “La amenaza de una pandemia mundial es real. Un patógeno en rápido movimiento tiene el potencial de matar a decenas de millones de personas, devastar las economías y desestabilizar la seguridad nacional”.
La mayoría de nosotros estimaba que una sociedad tecnológicamente avanzada como la que nos jactábamos de poseer un año atrás, nos ponía a resguardo de todo descalabro vírico. Científicos de la biología molecular, filósofos, antropólogos, cientistas sociales, economistas, moralistas junto a bioeticistas -entre otros- hacían las proyecciones acerca de un mundo cuasi robotizado, gobernado por una lógica algorítmica y con un sueño prometeico de una vida extensa.
Todo ello se derrumbó. El virus hace más de un año que gobierna el planeta y, con ello, sus tecnologías, sus economías y en alguna medida también la propia libertad del ciudadano. No hace falta recordar las restricciones severas que se han impuesto al inicio de la enfermedad, que se repiten con cierta periodicidad. Dichas circunstancias han llevado a que muchas prácticas y realizaciones que hasta ayer integraban el ajuar de nuestro modo de vivir se hayan volatilizado y difícilmente se puedan repatriar de igual modo.
Así es como un debate interesante está centrado entre aquellos que son entusiastas continuadores, en el futuro, del modo habitual del vivir societario -aunque con transformaciones momentáneas- y quienes parten de la idea de que el proceso de fractura que ha causado el covid-19 ha sido no sólo abrupto sino tan severo que -sostienen- los intercambios societarios en general habrán de ser totalmente diferentes. De allí, habrá de abrirse innumerable cantidad de problematizaciones respecto al mundo por venir.
Algunos han creído que al final de cuentas y sin descuidar la densidad del problema, el futuro sólo impone lo que se ha venido a denominar “nueva normalidad” -transformaciones momentáneas-; por el contrario, los más escépticos futurizan un “nueva realidad”, esto es, una manera diferente de establecer lo social en general. Me inclino por la segunda tesis.
Los criterios que definen esa “nueva normalidad”, que integran parte de la liturgia sanitaria social en una sociedad todavía sin vacunas, tiene un adoctrinamiento en tópicos como el distanciamiento social, la limpieza de manos, el alcohol en gel, los tapabocas, cuarentenas, permisos para deambular, ciudadanía biológica, impedimentos de rozar o tocar a los otros, entre otros.
Tales cuestiones es posible incluso que puedan debilitarse en la práctica social corriente, sin perjuicio de que algunas personas puedan naturalizarlas como un hábito higiénico o, por el contrario, otros más pesimistas -y por ello próximos a la segunda de las tesis- comprendan que son éstas las pocas defensas corrientes y de bajo costo que puedan ejecutarse ante nuevas pandemias u otros ciclos de la ya existente, en especial cuando no hay disponible inmunidad por vacuna.
Aunque hay que ser riguroso, en una sociedad no vacunada como es la nuestra, el recurso medieval cuarentenoso e higienista no será suficiente. Cada persona deberá saber que habrá de luchar sólo con su cuerpo y prudencia como escudo contra el virus. Los países inmunizados impondrán la ciudadanía biológica como criterio de admisión. Los no vacunados, potencialmente infectados, serán los nuevos parias de la política sanitarista biopolítica del futuro inmediato.
A ello se sumarán los nuevos millones de personas empobrecidas que la pandemia terminará por emplazar. Debido a que una buena parte del mundo empresarial ha quedado en una situación agonizante, los empleos y generación de servicios tendrán que esperar para visualizar los albores de un nuevo amanecer próspero. Serán entonces más numerosos los pobres, los excluidos, los migrantes, los vulnerables que antes eran ya despreciados o ignorados; en el futuro serán propiamente descartados, tal como ya había anunciado Bauman para un mundo sin pandemia. Los no vacunados conformarán los futuros guetos víricos.
Los estudiosos de la psicología señalan que las secuelas que habrán de emerger en las personas que no han sabido enfrentar el aislamiento, las cuarentenas y las restricciones de la libertad individual se evidenciarán a corto plazo de maneras no previstas. A ello hay que sumar los que llevan el dolor en su espíritu porque sus muertos no pudieron ser despedidos ni tampoco acompañados en el proceso de morir.
Las afectaciones de la vida individual, socio-laboral, profesional-académica y del entorno espiritual y afectivo son incuestionables. Algunas cuestiones serán provisorias, otras quedarán internalizadas como crédito para el vivir corriente y pasarán a ser nuestra “nueva realidad”, y seguramente para las generaciones futuras se integren en su “futura normalidad”. Mas no para nosotros.
El sintagma de “nueva normalidad” no es adecuado y debe ser entendido como mero recurso lingüístico, o acaso engaño psicológico que nos hemos prodigado antes que juzgar descarnadamente cuál será el mundo de los próximos años.
Siempre después de alguna pandemia, de las tantas que existieron en la historia, las políticas, lugares y personas evidenciaron transformaciones ciertas. Hoy, todo el planeta está globalizado y, por ello, todos los pueblos han sentido lo corrosivo de la enfermedad. Por ello, afirmar que tendremos que vivir en una “nueva normalidad” es sin más un auténtico sofisma. Esta generación que hemos sido los protagonistas de la transformación hemos quedado en el pliegue de la historia y por ello la afectación es tan seria, hemos sido -sin quererlo- habitantes de dos realizaciones socio-biográficas antitéticas: vivencias pre y pospandémicas.
Las claves del vivir que nos queda por delante será comprender que, cada tanto, ingresaremos en fases severas de restricciones sobre nuestra libertad y autonomía que se nos requerirá que cumplimentemos en nuestro modo de socializar, enseñar, educar, disfrutar del ocio, exponer nuestros sentimientos, practicar nuestro culto, bajo sofisticados e impensados comportamientos que la inteligencia sanitaria escabrosamente elaborará.
El miedo en el vivir del hombre pospandémico será una evidencia incuestionable, tal como lo fue en siglos anteriores. Nuestra “nueva realidad” es, también entonces, la realidad ya vivida por generaciones anteriores. Sin embargo, nunca se nos ocurrió recalar en la posibilidad de dicha regresión, puesto que la tecnociencia nos había ilusionado con que ello no ocurriría. Hoy, la “nueva realidad” nos ha traído al presente el temor a la precariedad del vivir y la muerte súbita por el contagio de este virus o de los innumerables que existen. Propiciados, en gran medida, por el desequilibrio ambiental que hemos producido. Será también el miedo el que habrá de permitir que gobernantes puedan hacer intromisiones en la vida de los ciudadanos, y que éstos las autoricen sin reparo.
El sanitarismo político se habrá de ocupar especialmente de todos nosotros y será el nuevo rector de la vida de las personas. Algunas prestarán más atención a ello que otras. Los disidentes en el cumplimiento serán más libres pero también más expuestos a la pandemia que por ese tiempo esté surcando el planeta. Los demás serán piezas gobernadas por el biologismo político. Ésos serán, entre otros, signos de la “nueva realidad”.
La pandemia que nos acorrala todavía hoy destruirá los cimientos de nuestro modo de vivir contemporáneo y, por ello, la “nueva normalidad” es un artificio. Lo que tendremos será una “nueva realidad”, construida sobre las ruinas de antiguos modos de vivir, que nos impondrá vivir de modo diferente: alertas y expectantes a otros episodios víricos.
Las ruinas muestran por lo general una civilización gloriosa. Nuestras ruinas estarán marcadas por la inevitable falta de previsión y cierta irresponsabilidad del colectivo científico que, debiendo escuchar lo que se presentaba como previsible, nada hizo por evitarlo. Tampoco sabemos hoy cuánto se está haciendo para evitar sucesos más graves. Hemos escrito ya que en lo ocurrido a la humanidad por la pandemia hay compromisos morales de la clase científica que todavía no han sido presentados.Al final, la “nueva realidad” impondrá a todos que estemos atentos a una forma de vivir que será bajo la custodia constante del “estado de excepción sanitaria” que organizará nuestra autonomía y, por otro lado, nos insertará en la discusión global entre “ecologistas razonables y consumidores voraces” (Andruet, A. 2020. Estado de excepción sanitaria- Lateralidades morales, sociales y jurídicas. Astrea. Bs. As.).