viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

¿La humanidad ante una nueva fase de la Guerra Fría?

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La política internacional depara enormes sorpresas a cada paso. Hasta el más avisado de los analistas se desorienta ante su dinámica con la aparición de actores inesperados que, a puro golpe de efecto, trastocan escenarios. Obligan a reposicionar, en la mesa de arena, los factores de presión, estableciendo las nuevas áreas y fronteras calientes del mundo.

La rebelión árabe, que está en pleno desarrollo, ha sido, más allá de las operaciones de inteligencia, uno de esos acontecimientos. Dinamitó todos los modelos teóricos. Nadie puede, por estas horas, saber hacia dónde marcha lo que ocurre en Libia o Túnez porque es más o menos fácil derrocar un gobierno. Lo complejo es reconstruir, gobernar. ¿En qué etapa se encuentra la guerra civil tras la caída de los autócratas? ¿Quién identifica con certeza los sectores que se enfrentan? ¿Es útil para lograr la paz la resolución de la justicia egipcia de proscribir la actividad de los Hermanos Musulmanes y confiscar sus bienes?
Estos hechos permiten –aseguran expertos internacionales- pensar que estamos transitando la fase fundacional de la segunda Guerra Fría. De ser cierto, habría que archivar los sueños de un multilateralismo activo. El ejemplo de Naciones Unidas exime de mayores comentarios. No es posible alcanzar la paz perpetua mediante la convergencia de intereses políticos, económicos y sociales dispares. Es que los terceros actores, primero, deben acordar entre ellos, y la historia cuenta que muchos han salido escaldados.

¿Estamos transitando, realmente, una segunda Guerra Fría? Aquí las opiniones se tornan divergentes. No inciden, por cierto, en la realidad. Eric Hobsbawm (EH), el excepcional historiador británico que nos apasiona con la relectura de su Historia del Siglo XX, asegura que la Guerra Fría tiene costados utilitarios. Fueron largamente esgrimidos por los políticos yanquis y sus aliados para ganar elecciones y votos. Las amenazas de guerra seducían a miles de adeptos. Se debía vencer al Gran Oso. Rusia, en tanto, agobiada, debe atender múltiples y graves problemas de entrecasa. No le quedan demasiadas energías para lanzarse a una conquista del mundo. Eso fue explotado hasta el hartazgo por Washington. Sabían de los riesgos de una guerra nuclear. Amenaza que, hasta por lo menos la década de los 70, fue más un juego entre diplomáticos y fulleros. Para su mejor estudio, divide la Guerra Fría en dos períodos bien diferenciados: la Primera Guerra Fría, desde 1945 hasta el estallido de la crisis del petróleo, en 1973; la Segunda Guerra Fría, desde 1973 hasta 1991, cuando, tras la caída del Muro de Berlín, se disolvió la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.

El futuro –sostiene- depende de la habilidad de los políticos para imaginar cómo mantener la paz.  Exhibió la cuestión en una conversación con Aldo Panfichi (1992), para la Universidad Pontificia de Perú, al decir que el sostenimiento de la paz es un problema político. “(…) El final de un período de cierta estabilidad internacional basada en el equilibrio de las superpotencias va a generar una situación de inestabilidad e incertidumbre política en toda una región que va desde Europa Central hasta el océano Pacífico. Nadie, absolutamente nadie, sabe lo que va a suceder; ni siquiera los que viven ahí. Éste es el resultado más dramático del derrumbe de la Unión Soviética. No existirá un orden internacional que pueda controlar este explosivo proceso. El único gran poder que continúa existiendo, los Estados Unidos, no está en condiciones de controlar por sí solo esta situación. Quizá al principio quiera jugar el papel de policía del mundo porque así muestra su poderío pero, por razones económicas y políticas, este rol es imposible de mantener por mucho tiempo. En resumen, creo que ingresaremos al siglo XXI viviendo un período de inestabilidad política, quizá con guerras locales o guerras regionales por diversas partes del mundo, pero sobre todo, al menos para quienes vivimos en Europa, con una gran incertidumbre sobre nuestro futuro.”

Más adelante el maestro británico se reafirma en sus ideas. Todo “depende de la naturaleza de la recuperación económica del capitalismo. Tengo la impresión de que en el mediano plazo es poco probable que retornemos a un período de extraordinaria prosperidad, tal como sucedió entre 1948 y 1973. Se necesitarán tiempo y recursos para reorganizar la economía y la sociedad de los países que siguieron el modelo comunista. Además, el éxito económico de esta operación no está asegurado.
Durante años el mundo capitalista ha asumido que la demanda por bienes es una demanda en crecimiento anual. Lo mismo con los salarios y las ganancias. Si observamos la economía de los Estados Unidos nos daremos cuenta de que en los últimos diez años los salarios se han estancado, e incluso en algunos lugares han bajado (…) Es que, al igual que en el Tercer Mundo, la creciente desigualdad en la distribución del ingreso nacional ha llevado a un sector significativo de la población casi fuera del mercado (…)

Otro problema crucial será el incremento de la migración de millones de personas del Tercer Mundo hacia los países desarrollados. Este proceso ya está en curso, aunque todavía no a escala significativa. Tengo la impresión de que ésta será la más grande migración de todos los tiempos. Y obviamente, en un contexto de crisis económica e inestabilidad política, es fácil prever las consecuencias de esta presión demográfica (…) el incremento del racismo y la xenofobia como ideología de masas. Tengo aún muy fresca en mi memoria la experiencia del fascismo y espero que esto nunca más se repita”.

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