sábado 21, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La generación Z se arrepiente de pasar tanto tiempo en las redes sociales

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Por Jonathan Haidt * y Will Johnson ** para The New York Times

¿Las redes sociales fueron un buen invento? Una forma de cuantificar el valor de un producto es averiguar cuántas de las personas que lo utilizan desearían que nunca se hubiera inventado. Los sentimientos de arrepentimiento o resentimiento son habituales en productos adictivos (los cigarrillos, por ejemplo) y actividades adictivas como el juego, aunque la mayoría de los usuarios digan que las disfrutan.

En el caso de los productos no adictivos, como los cepillos de pelo, las bicicletas o los walkie-talkies, es raro encontrar personas que los utilicen a diario y deseen que desaparezcan. En la mayoría de los casos, a quien no le guste el producto puede simplemente no usarlo.

¿Y las plataformas de redes sociales? Su penetración en el mercado mundial ha sido más rápida que la de casi cualquier otro producto de la historia. La categoría se afianzó a principios de los 2000 con Friendster, MySpace y la que se alzó por encima de todas: Facebook. Para 2020, más de la mitad de los seres humanos utilizaba algún tipo de red social. Así que si se tratara de cualquier producto normal, supondríamos que a la gente le encanta y está agradecida a las empresas que se lo proporcionan, nada menos que gratuitamente.

Pero resulta que a quien no le gustan las redes le resulta difícil evitarlas, porque cuando todo el mundo está en ellas, los abstemios empiezan a perderse información, tendencias y chismes. Esto es especialmente doloroso para los adolescentes, cuyas redes han migrado, desde principios de la década de 2010, a unas pocas plataformas gigantes. Casi todos los estadounidenses las utilizan con regularidad y pasan una media de casi cinco horas al día en ellas.

¿Qué piensa realmente la generación Z de las redes sociales? ¿Se parecen más a los walkie-talkies, que casi nadie desearía que nunca se hubieran inventado? ¿O es más como los cigarrillos?

Recientemente hemos colaborado en una encuesta nacional representativa de 1.006 adultos de la generación Z (entre 18 y 27 años). Les preguntamos en línea sobre su uso de las redes, sus opiniones acerca de sus efectos en ellos mismos y en la sociedad y sobre qué tipo de reformas apoyarían. Esto es lo que descubrimos.

En primer lugar, el número de horas diarias que pasan en las redes es asombroso. Más del 60 por ciento de nuestros encuestados dijo que pas al menos cuatro horas al día, y el 23 por ciento dijo que pasa siete o más. En segundo lugar, reconocen el daño que les causan a la sociedad: el 60 por ciento dijo que tienen un impacto negativo (frente al 32 por ciento que afirma que tienen un impacto positivo).

En cuanto a sus propias vidas, el 52 por ciento de la muestra total dijo que las redes sociales los ha beneficiado y el 29 por ciento que los ha perjudicado. Aunque el porcentaje que cita beneficios personales específicos suele ser mayor que el que cita perjuicios, esto es menos cierto en el caso de las mujeres y los encuestados de la comunidad LGBTQ. Por ejemplo, el 37 por ciento dijo que las redes sociales tenían un impacto negativo en su salud emocional, con un número significativamente mayor de mujeres (44 por ciento) que de hombres (31 por ciento), y con más encuestados de la comunidad LGBTQ (47 por ciento) que no parte de ella (35 por ciento). Hemos encontrado este patrón -que las redes perjudican desproporcionadamente a los jóvenes de grupos históricamente desfavorecidos- en una amplia gama de encuestas.

E incluso cuando más encuestados citan más beneficios que daños, eso no justifica la distribución no regulada de un producto de consumo que está perjudicando a millones de niños y jóvenes. No estamos hablando solo de sentimientos de tristeza debido al miedo por perderse de algo o a la comparación social. Estamos hablando de una serie de riesgos documentados que afectan a los grandes consumidores, como la privación del sueño, la distorsión de la imagen corporal, la depresión, la ansiedad, la exposición a contenidos que promueven el suicidio y los trastornos alimentarios, la depredación sexual y la sextorsión y el “uso problemático”, que es el término que utilizan los psicólogos para describir el uso excesivo compulsivo que interfiere con el éxito en otras áreas de la vida.

Si cualquier otro producto de consumo causara daños graves a más de uno de cada 10 de sus jóvenes usuarios, se produciría una oleada de leyes estatales y federales para prohibirlo o regularlo.

Pasemos a la prueba definitiva del arrepentimiento frente a la gratitud: pedimos a los encuestados que nos dijeran, para varias plataformas y productos, si desearían que “nunca se hubiera inventado”. Cinco preguntas arrojaron niveles relativamente bajos de arrepentimiento: YouTube (15 por ciento), Netflix (17 por ciento), la propia internet (17 por ciento), las aplicaciones de mensajería (19 por ciento) y los teléfonos inteligentes (21 por ciento). Interpretamos estas cifras tan bajas como una indicación de que la generación Z no lamenta demasiado las funciones básicas de comunicación, narración y búsqueda de información de internet. Si los celulares permitieran simplemente enviarse mensajes de texto, ver películas y buscar información útil o videos interesantes (sin algoritmos de recomendación personalizados destinados a enganchar a los usuarios), habría mucho menos arrepentimiento y resentimiento.

Pero las respuestas fueron diferentes para las principales plataformas de medios sociales que más preocupan a los padres y a la propia generación Z. Muchos más encuestados desearían que estos productos nunca se hubieran inventado: Instagram (34 por ciento), Facebook (37 por ciento), Snapchat (43 por ciento), y las plataformas más lamentadas de todas: TikTok (47 por ciento) y X/Twitter (50 por ciento).

Nuestra encuesta muestra que muchos miembros de la generación Z ven peligros y costos sustanciales en las redes sociales. La mayoría quiere plataformas mejores y más seguras, y muchos no creen que sean adecuadas para niños. El 45 por ciento de los miembros de la generación Z afirma que “no permitiría o permitirá a mi hijo tener un teléfono inteligente antes de alcanzar la edad de la escuela secundaria” (es decir, unos 14 años), y el 57 por ciento apoya la idea de que los padres restrinjan el acceso de sus hijos a los celulares antes de esa edad. Aunque solo el 36 por ciento apoya la prohibición de las redes para los menores de 16, el 69 por ciento apoya una ley que obligue a las empresas de redes sociales a desarrollar una opción segura para los menores de 18. Este alto nivel de apoyo es válido para todas las razas, sexos, clases sociales y orientaciones sexuales, y tiene importantes implicaciones para la Cámara de Representantes, que está estudiando, precisamente, un proyecto de este tipo: la Ley de Seguridad Infantil en Internet.

Entre otras cosas, desactivaría las funciones adictivas, exigiría a las tecnológicas que ofrecieran a los usuarios jóvenes la opción de utilizar feeds algorítmicos no personalizados y obligaría a las plataformas a establecer por defecto la configuración más segura posible para las cuentas de las que se cree son titulares menores.

Por supuesto, las plataformas de medios sociales sirven como plataformas de comunicación, lo que significa que cualquier reforma debe respetar las protecciones de la Primera Enmienda; la medida de la Cámara pretende hacer esto centrándose en qué contenido se recomienda a los niños a través de sus algoritmos, no en lo que los niños publican o buscan. Pero aun así, imaginemos que los walkie-talkies perjudicaran a millones de jóvenes. Imaginemos que más de un tercio de los jóvenes desearan que los walkie-talkies no existieran, pero aun así se sintieran obligados a utilizarlos durante cinco horas al día.

Si así fuera, tomaríamos medidas. Insistiríamos en que los fabricantes hicieran sus productos más seguros y menos adictivos. A las empresas de redes sociales se les debe exigir lo mismo: o arreglan sus productos para garantizar la seguridad de los usuarios jóvenes o dejan de ofrecérselos.

(*) Psicólogo social de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York.

(**) Director ejecutivo de la empresa estadounidense de análisis e investigación de mercado Harris Poll.

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