Por Salvador Treber
La actual conducción económica apela en demasía al crédito externo. Ello conlleva una enorme incógnita sobre el ritmo de expansión y la posibilidad cierta de atender sus servicios sin hacer peligrar la estabilidad general.
Los argentinos tienen muy malos recuerdos, no tan lejanos, que datan del período 1991-2002 en que el país registró una virtual carrera de febril endeudamiento externo que, al llegar a superar los US$170 mil millones se convirtió en una carga imposible de atender y provocó una violenta eclosión durante el trienio 1999/2002. A partir de 2003, al maximizarse la gravedad de la situación, ello exigió centrar la gestión en revertir tal tendencia. Así comenzó a encararse una política correctiva que se caracterizó por una gestión centrada en su reducción sistemática como eje central durante toda la década 2003/13. Cabe aclarar que ese escenario se verificó tanto en el sector público como el privado.
Por otra parte, según lo que han verificado todos los analistas especializados en el tema, se detecta un extendido clima de incertidumbre respecto al futuro inmediato de la economía estadounidense y, muy especialmente, en su eventual relación con América Latina, pues comenzó con medidas conflictivas para con México. Los últimos años han sido muy difíciles, y según el Informe específico del Fondo Monetario Internacional, esta región no crecería más allá de +1.3% en 2017, luego de haber retrogradado en -0.6% durante 2016. Este organismo, de inmediato, seguramente movilizado por tales circunstancias, dispuso liderar al pactar nuevas y/o renovar anteriores operaciones, lo que considera una muy lógica “suba de las tasas de interés a largo plazo y mediano plazo”.
Además advierten que gran número de inversores se están retirando preventivamente del mercado de crédito y proceden aceleradamente a cambiar todas las demás divisas que atesoran, exclusivamente por dólares que colocan a corto plazo, como una forma de hacerlos rendir sin riesgo alguno. Entienden que, en tal circunstancia, al señorear en el ámbito ecuménico un creciente temor, se reducirán más aún las líneas de crédito vigentes, puestos en guardia por la caída del PBI.
Entienden que esa tendencia se verá acentuada respecto de los ya disminuidos flujos a América Latina, y los costos para pactar nuevos créditos necesariamente se elevarán en medida muy apreciable.
Visión crítica sobre nuestro país
En el Fondo creen aventurado y hasta ha causado cierto malestar que funcionarios argentinos supongan que esa “ola” no alcanzará a Argentina, y les resulta inexplicable que sean tan optimistas como se muestran en las entrevistas con los colegas nacionales. Lo actuado hasta 2015 consideraba como altamente prioritario reducir la deuda interna total preexistente; la cual, al finalizar el año citado, implicaba el equivalente al 37% del PBI. Pero no dejaron de plantear sus dudas por el cambio de rumbo operado, ya que a fines 2016, según información oficial del propio Gobierno, ha sido elevada a nada menos que 52.6% del mismo.
De esta forma, el pago de intereses pasó a requerir para atenderlos el muy preocupante equivalente al 23.6% de las exportaciones, mientras que en 2015 requirieron el 13.5%. Como éstas son las generadoras de divisas genuinas, la afectación con tal objeto redujo drásticamente la capacidad de compra externa de bienes y servicios. Semejante forma de operar es calificada como“peligrosa” y, más aún, porque en el mensaje que acompañó al Proyecto de Presupuesto para el año en curso anuncian que se toman otros US$45.000 millones.
En el contexto mundial actual se puede multiplicar por el efecto que surge al pagar servicios vencidos tomando más deuda. Eso sucedió en la última década del siglo XX; por ello, considerando ese precedente, actuar de esa forma puede en algunos años llevar a otra hecatombe. Debe advertirse que no es el único objetivo que deben cubrir las divisas. Además de la adquisición de bienes intermedios e inversiones, el rubro de remisión de utilidades a las centrales en el exterior de sus filiales en Argentina, según información del Banco Central, requirió la disposición adicional en 2016 de US$3.162 millones. Ello explica que la Cuenta Corriente en el mismo año arroje un déficit equivalente a -2.8% de PBI.
Es posible que tales aprietos hayan impulsado a reducir a un mínimo de 120 días la estadía obligada mínima en el país de colocaciones externas, aunque para muchos analistas, se trata de una medida casi desesperada… ¿Cómo salir de este atolladero? Hasta el momento casi se ha duplicado la deuda; es obvio que no implicó muy grandes riesgos, pero si se persiste en esa política acechan enormes peligros de los que tenemos una amarga experiencia. En la última década del siglo XX entre 1991 y 2002, con técnicos neoliberales instalados en el Ministerio de Economía, la deuda externa total se ¡triplicó! Y ello no fue la primera vez. En 1975 superó en más de 2.7 veces las exportaciones y durante el período 1976/83 pasó de US$7.850 millones a US$45.200 millones; es decir 5.8 veces.
Un aspecto muy gravitante en tal emergencia es que los tres que encabezan las estadísticas del comercio exterior con nuestro país, Estados Unidos, China y Brasil, en forma permanente mantienen un intercambio crecientemente superavitario en dichas relaciones y por ello es frecuente que se incurra en tomar desproporcionada deuda sólo para cubrirlos sin tratar de corregir previamente tal situación para que no se reitere, dando lugar a un proceso autoimpulsado de incremento sin límite que se torna incontenible.
Las decisiones y opciones adoptadas
Durante el año pasado y lo que va del presente se ha vuelto a repetir ese tipo de escalada que, si no se frena a tiempo, puede llevarnos una vez más a una eclosión. Ajenos a lo que enseña nuestra experiencia de más de medio siglo, se reitera en este momento el nacimiento de una nueva y fatídica espiral.
Los miembros del actual equipo económico plantean como prioritario “dar término con años de políticas aislacionistas”, sin tomar en cuenta siquiera que en un marco mundial impredecible en cuanto al futuro inmediato, la cautela y la prudencia en el manejo de la cosa pública son actitudes básicas e imprescindibles.
La canciller argentina Susana Malcorra advirtió -con lo que quizá se creyó la liberaba de responsabilidad- que “no se pueden tomar decisiones si no se sabe lo que va a pasar”; lo cual está imbuido de lógica pura en el ámbito teórico, pero, simultáneamente, viajaron a España y gestionaron tanto la concesión de créditos como la llegada de nuevas inversiones. Un acercamiento que se está negociando entre Washington y Bruselas (sede gubernamental de la Unión Europea) disiparía muchas nubes que vaticinan tormentas muy destructivas. Actualmente se encuentra muy sombrío el horizonte de las inminentes elecciones en Francia y Alemania, pues hacen temer que accedan al poder quienes postulan desmembrar totalmente dicha asociación.
El viaje a España se hizo en procura de inversiones de ese origen, especialmente para las áreas de transporte ferroviario y energía, pero los miembros de la delegación se encontraron con una actitud recelosa y, si bien reconocen que “están dadas para que Argentina reciba inversiones en gran cantidad”, prefieren actuar sin apresuramiento y al par de la concertación de otras inversiones de variado origen. Resulta evidente que las experiencias anteriores, en especial alrededor de las alternativas que tuvo el conflicto que afrontaron por YPF, los mantiene en estado de alerta; criterio que justifican en la preocupación por garantizar el actual proceso de recuperación a un ritmo e intensidad que no se verifica en el resto de Europa.
En nuestra cancillería, la frase más reiterada es “hay que esperar”; aunque ello se contradice con el referido incremento de la deuda externa y, sobre todo, lo que pretenden concretar en 2017, pues devora, y lo seguirá haciendo, una proporción creciente de divisas disponibles. Quizá el paso más positivo que se ha dado es el referido a la creación de mecanismos con que procuran cerrar la tradicional brecha con Brasil, pese a que ello no será nada fácil ya que la situación de ese país es harto comprometida. No puede olvidarse que en 2015 sufrió una caída del 4.25% en su PBI y que en 2016 repitió agravado marcas que solo se han verificado en las precarias situaciones típicas de una inmediata posguerra.
Sobre este año han preferido abstenerse de hacer pronósticos, pero los analistas sostienen que volverá a presentarse un crecimiento negativo. Además, los conflictos políticos que se iniciaron, o por lo menos se hicieron visibles, desde comienzos de 2014 que culminaron con la destitución de la presidenta Rousseff a poco de ser reelegida multitudinariamente y la asunción muy discutible del vicepresidente Temer, han creado una situación de enorme inseguridad y desconfianza máxima nada propicias para encarar una firme reactivación. El ministro de Hacienda, Enrique Meirelles, sostiene que “lo peor ya pasó”, pero casi nadie le cree. En 2016 el índice de consumo cayó -6.2%; la actividad industrial hizo lo propio en -6.6% y en 2017 se prevé que otros 2.5 millones de habitantes se vuelvan pobres. En ese enrarecido clima es muy problemático concertar operaciones de inversión y/o comerciales.
Las condiciones que se viven actualmente en el mundo aconsejan actuar con suma prudencia y tratar de no sobreendeudarse. Debe evaluarse muy cuidadosamente la medida en que todo ello afecta a nuestro país. Sobre una población económicamente activa de alrededor de 20 millones, los desocupados ya llegan a 1.750.000 y los subocupados a 2.065.000. Por otra parte, nada menos que el 43% de los ocupados (7.858.000) se desempeñan en actividades que no garantizan permanencia. En tal escenario, resulta imprudente y temerario apelar en medida muy creciente al crédito externo.
Debe tenerse muy presente que el proceso económico habido durante el período 1991/2002, que terminara tan mal, se verificó en un entorno internacional mucho más favorable que el actual y que se está peor en materia de crédito externo con una elevada dosis de desaprensión que puede acelerar la escalada a un punto crítico de no retorno.
Todavía están a tiempo. Es indispensable que la conducción económica actual corrija el equívoco curso adoptado o, en su defecto, ceda dichos puestos a técnicos avezados, que los hay, que eviten y despejen los densos nubarrones que constituyen una grave amenaza para tiempos bastante próximos.