“En contexto filosófico, la ética y la moral tienen diferentes significados. La ética está relacionada con el estudio fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad, mientras que la moral son las costumbres, normas, tabúes y convenios establecidos por cada sociedad. La relación entre ética y moral estriba en que ambas son responsables de la construcción de la base que guiará la conducta del hombre, determinando su carácter, su altruismo y sus virtudes y de enseñar la mejor manera de actuar y comportarse en sociedad”.
Por supuesto: la ausencia de ambos valores subvierte el carácter, destruye el altruismo y las virtudes y enseña la peor manera de actuar y comportarse en sociedad.
Esta introducción a los temas del presente artículo marca desde el inicio la importancia de consensuar y fijar el comportamiento que debemos profesar los que componemos una misma sociedad, con el objetivo de afianzar los fundamentos que nos permitan expresar y practicar principios, valores y actitudes que le den forma trascendente a dicha sociedad basada en la ética y la moral incorruptibles.
Esto no está sucediendo en Argentina. La atmósfera de graves discrepancias y falta de acuerdos trascendentes viene incidiendo permanentemente y con mucha mayor virulencia en los tiempos electorales para que, por dicha causa o por conveniencia, pareciera que los involucrados en estas performances no se sientan comprendidos o afectados por esta especie de virus y se echen la culpa unos a otros.
Por lo tanto, resulta fundamental investigar los orígenes que le dan sustento a este escenario confrontativo que permanentemente impide que los argentinos podamos, de una vez por todas, compartir un ámbito de coincidencias esenciales, recuperando valores y virtudes perdidos en la espesa nebulosa de acciones que sin lugar a dudas califican como de corrupción política.
Como condición ineludible y general, los hombres y mujeres que integramos o querríamos ser dirigentes o referentes de una clase social, sector u organización política deberíamos tener en claro estos conceptos y verificar que sin ética ni moral jamás podremos conducir y vertebrar un verdadero compromiso trascendente con y en el seno de la sociedad a la que pertenecemos.
La corrupción
Sayed y Bruce (1998) definen la corrupción como “el mal uso o el abuso del poder público para beneficio personal y privado”, y entienden que este fenómeno no se limita sólo a los funcionarios públicos… “El concepto de corrupción difiere dependiendo del país o la jurisdicción”.
“Las formas de corrupción varían pero las más comunes son el uso ilegítimo de información privilegiada y el patrocinio; además de los sobornos, el tráfico de influencias, la evasión fiscal, las extorsiones, los fraudes, la malversación, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, la cooptación, el nepotismo, la impunidad y el despotismo. La corrupción facilita a menudo otro tipo de hechos criminales como el narcotráfico, el lavado de dinero, la trata de personas, aunque por cierto no se restringe a estos crímenes organizados y no siempre apoya o protege otros crímenes”.
Frente a este fenómeno de la corrupción vemos cómo Argentina se encuentra incluida en la lista de los Estados víctimas de los hechos de corrupción. Aquí no importa la condición de ser un país desarrollado o subdesarrollado, para la corrupción en sí, pero en muchos casos, ante comunidades desorganizadas, anarquizadas, divididas y enfrentadas internamente, suelen prosperar aún más estos crímenes en manos de ciertas y determinadas elites que aprovechan tamaña realidad y cometen los ilícitos que pocos o nadie advierte; y menos investiga.
Cuando estos actos de clara estafa de los intereses de los pueblos se ejecutan en los altos cargos del poder institucional, producen las graves secuelas económicas y sociales que afectan al país en su conjunto. Pero cuando la corrupción asume la caracterización de “perniciosamente expansiva”, desciende y se extiende en el seno de toda la sociedad, es cuando corremos el peligro de que se perviertan los cimientos éticos y morales que sustentábamos. Ello es imperdonable, no sólo por contribuir a su existencia sino también por el perverso aprovechamiento de ello para seguir delinquiendo.
Ética y moral en las representaciones institucionales
Para conformar una sociedad organizada debemos partir de contar con mujeres y hombres probos quienes, en condición de asumir una representación política, sectorial o social al frente de una institución, mantengan incólume los intereses de sus asociados y los administren libres de la tentación que habilita cualquier acto de corrupción, por más pequeño que sea.
Esto es sólo en la faz económica ya que dicha representación, además, debe sostener a rajatabla los valores y virtudes de sus representados y preservar su buen nombre como el altruismo y las virtudes que profesa dicha entidad.
Cuando dicho dirigente se expresa o actúa, deberá hacerlo independientemente de lo que personalmente piense o crea, y ubicarse en el pensamiento y obrar de cada uno y del conjunto que integra dicha organización. De allí que el mejor cuadro de conducción es aquel que por sus gestos y expresiones no es señalado como líder sino como representante fidedigno de una institución determinada, sin dejar de ser un líder.
Pero al margen de todo esto, que es muy importante y, por sobre todas las cosas, ineludible, como principio ético no debe utilizarse tal representación ligándola con cuestiones ideológicas o partidarias, religiosas o de clase social alguna, ya que ello desvirtúa la esencia de dichas organizaciones porque ellas suelen estar integradas por mujeres y hombres de distintas extracción, clase social o religión, sobre todo cuando existen los motivos y razones que le otorgan una identidad y una mística propia y distintiva.
Esto supone -como verdadero signo democrático- que cada miembro o asociado tiene la libertad absoluta para que individualmente piense y/o adhiera a cualquier ideología o religión, resguardando la sana convivencia dentro de su entidad, sobre todo cuando los esfuerzos compartidos son concurrentes en beneficio de toda la sociedad. Este criterio se torna fundamental para el resguardo de su unidad.
El compromiso social
Si las distintas organizaciones exponen sus convicciones bajo estos fundamentos, es de esperar el cumplimiento que ética y moralmente se corresponde con el funcionamiento institucional de las distintas entidades intermedias al momento de elegir a quienes las conduzcan por ser fielmente sus representantes.
Pero cuando las instituciones pierden el rumbo de sus roles y funciones y quedan libradas al manejo discrecional de sus dirigentes, el concepto de comunidad organizada pierde su sentido y se genera un proceso de decadencia institucional, el viejo caciquismo que opera en contra de la propia sociedad porque pierde el derecho constitucional y democrático de participar independientemente de los partidos y en clara representación de las entidades conectadas con el trabajo, la producción, el comercio, la ciencia y tecnología, etcétera.
Cuando un dirigente político, sectorial o social asume un cargo en la Administración pública (o sea, en la administración de todo el pueblo), sea municipal, provincial o nacional, lo primero que debe hacer, por una cuestión ética y moral, es renunciar al cargo partidario y a la representación sectorial o social porque en esencia su responsabilidad y compromiso social es con todo el pueblo. De esa manera evitamos cualquier tentación que nos lleve a abandonar el cargo de servidor público y sólo sirvamos a los intereses de quienes nos catapultaron a la función pública.
En definitiva, la corrupción o la especulación es una debilidad humana desde el momento de su nacimiento y, por consiguiente, de todos los tiempos. Pero la evolución social que permite a los pueblos salir del gregarismo y la cuestión tribal y pasar a lo que significa la organización social como forma de ascenso consciente para la toma de decisiones fundamentales, hace que vayamos consolidando la idea de que en la propia sociedad está la posibilidad de conservar o recuperar valores y virtudes, siempre que sus dirigentes sean producto de tal alternativa.
Ése es un verdadero compromiso con la sociedad ya que, si no cuidamos la unidad y la fortaleza espiritual de la familia –en este caso, la comunidad–, corremos el riesgo de sucumbir a ser dominados por la corrupción y dejar que sigan reinando aquellos que prefieren un rebaño de dóciles ovejas y no una sociedad que sea consciente de ser la dueña de solucionar los problemas del presente y de construir un futuro trascendente.
(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte