Por Elba Fernández Grillo *
Ana y Juan no podían aceptar y comprender que divorciarse había implicado empobrecerse para todos los integrantes de la familia: todos los dineros que antes se colocaban en una sola caja, ahora debían dividirse en dos. Así, Juan había planteado, acompañado por su abogada, un incidente de “reducción de cuota alimentaria”. En la primera reunión manifestó que no podía seguir abonando el porcentaje que estaba acordado, pues había tenido que irse a vivir a un departamento y ello implicaba costos no previstos.
A su vez, Ana contaba que los niños permanecían con ella el mayor tiempo, dormían los tres y ella en una sola habitación pues su situación sólo le permitía alquilar un departamento de un dormitorio. Cuando estaban juntos, en el pasado, la casa que habitaban tenía dos dormitorios y se organizaban para trabajar cuidando los niños sin tener que abonar una niñera, lo que ahora ella no podía sostener. Es decir, antes habitaban un lugar más cómodo, podían desarrollar sus tareas sin la preocupación de quién se quedaba con los hijos, y podían pagar escuelas privadas, aspecto que para ellos era fundamental.
Desde que se habían separado, Ana, que era la encargada de abonar las cuotas de los colegios de sus hijos, no lo había hecho; en lugar de transporte escolar utilizaba los servicios de una mamá-chofer que por unos pesos menos llevaba a sus hijos. Y no podía pagar a una empleada o niñera para dejarlos cuando se iba a trabajar; y Juan le estaba planteando “disminuir la cuota”.
Con mi compañera mediadora intentamos apelar al sentido común, para comprender bien los gastos que cada uno tenía; se hizo una descripción de éstos, pero no había creatividad posible si ellos no estaban dispuestos a comprender: 1) que sus ingresos eran los mismos que cuando estaban juntos, 2) que el contexto socio-económico de Argentina tampoco permitía mucha improvisación, por lo que era conveniente mantener los trabajos que tenían; es más, cuidarlos mucho, 3) que debían ser responsables en cuanto a planificar la familia que deseaban tener y 4) que necesitaban analizar qué gasto de los que tenían podían resignar con el fin de cumplir con los pagos.
Entonces se planteó una fuerte discusión; ninguno de ellos aceptaba sacar a los niños de las escuelas privadas para que fueran a escuelas públicas, cuyo costo era cero comparado con los $4.000 que abonaban en la actualidad. Se trabajó mucho con la importancia del ejemplo, pues los hijos sabían que sus padres tenían deudas con sus colegios; con el valor de la educación que, según estos padres, era más valiosa si era privada; de la pertenencia a grupos sociales y actividades recreativas, etcétera. Todo esto nos llevó a un terreno pantanoso, ambos se recriminaban el auto, la peluquería, el gimnasio, las zapatillas de marca, desvalorizándose todo el tiempo. Esto que para los mediadores familiares es una obviedad, es decir que pareja separada se empobrece, para ellos era una novedad. Quizás lo más grave era un problema de valores; no aceptaban que les estaban enseñando a sus hijos a incumplir con sus compromisos y mantener situaciones irregulares en pos de una apariencia.
Juan insistía en su necesidad de disminuir la cuota para poder tener algún crecimiento económico; Ana, en que no podía recortar más de lo que lo hacía, arriesgando -a veces- a los niños, que permanecían solos mientras ella trabajaba; nosotras, intentando empoderarlos para que pudieran elegir alguna opción más satisfactoria que las actuales, con el fin de poder cumplir con las obligaciones económicas contraídas, todo un combo al cual le faltaban ingredientes principales: a) más tiempo de divorciados (sólo hacía seis meses que se habían separado) para haber transitado un aprendizaje y ser capaces de adoptar mejores soluciones a su nueva situación, b) determinar cuáles son los valores que van a priorizar enseñarles a sus hijos y c) haber superado el dolor y la frustración por el proyecto que no fue.
Las dos mediadoras consideramos necesario para ellos un tiempo de reflexión y de información sobre costos de otras escuelas o qué instituciones públicas tenían en su barrio. Fijamos una nueva reunión para dentro de dos meses, les asignamos estas tareas y los despedimos diciéndoles que “la mediación en los casos de familia es un procedimiento maravilloso, pero que magia o milagros todavía no hacemos”.
* Mediadora. Licenciada en Comunicación Social