Por Zulma Rivero de Baralle / Abogada, mediadora, miembro de Alfil Centro Privado de Mediación
En el siglo de la informática, la comunicación entre los seres humanos se torna cada vez más difícil. Y me refiero a la comunicación face to face, como dicen los ingleses. Deténgase el lector un momento para pensar las veces que creyó que evitaba un conflicto si no conversaba con la otra parte, si lo dejaba pasar para que las cosas se solucionaran solas. Esto, que parece tan sencillo, es una de las problemáticas más comunes que encontré en mediación en el último año.
Recientemente, una pareja compuesta por Juan, de 48 años, y Lucía, de 36, padres de dos hijos de 11 y siete años, llegaron a preguntarse en la audiencia de mediación mutuamente cómo habían sido capaces de decir tantas cosas horribles delante de sus hijos, por quienes los dos daban la vida si era necesario.
El conflicto, que tuvo su origen en una mala comunicación, fue evolucionando entre las partes y un buen día estalló en sus manos, con actitudes físicas y psíquicas violentas. Este proceso los lleva irremediablemente a concluir que la solución está en la separación y cada uno busca a su letrado para que lo asesore. En el momento en que la causa pasa a mediación ya está judicializada, es decir, “corrió mucha agua bajo el puente” y los niños ya recibieron, irremediablemente, el impacto de la decisión tomada por el adulto.
Técnicas: la pregunta es una herramienta que, usada como técnica en nuestro trabajo, nos permite llegar a las profundidades del conflicto. Lleva a las partes a pensar en todas aquellas cosas que no se dijeron a tiempo antes de que terceros (familia y profesionales) intervengan.
Mi compañera y yo, mientras escuchábamos conversar a Juan y a Lucía, nos miramos y pensamos: ¿cuántas veces sucede lo que esta pareja pudo ver? Es habilidad y trabajo del mediador poder detectar cuándo nos encontramos ante una pareja como la mencionada, para poder realizar a tiempo la derivación a terapia. Y asimismo diferenciar los conflictos de comunicación de los que no lo son; poder transformarnos en comunicadores enérgicos, cuando las circunstancias lo exigen, lo que no significa agresividad. Hablar con energía nos permite muchas veces defender uno de los principios básicos de la mediación: “el trabajo en el proceso es del mediador, la solución es de las partes”. Potenciar su habilidad para escuchar, en todos los ordenes de la vida, evitará y/o disminuirá conflictos; y ninguno es la excepción. ¿Cómo nos sentimos cuando una persona demuestra interés o entusiasmo en lo que estamos diciendo? Halagados, por supuesto; apreciados, seguros. La falta de atención genera comentarios fuera de lugar. La elección está en nuestras manos: escuchar o no escuchar. ¿Somos buenos en escuchar?
Premisas: vayan como ejemplo algunas de las premisas a tener en cuenta: 1. Elimino distracciones exteriores: ¿cuántas veces ponemos la cara y nos vamos? El eliminar distracciones es una de las características más difíciles de llevar a la práctica porque significa mejorar nuestra capacidad de atención, dejar de atendernos a nosotros mismos para pensar en el otro. ¿Cuántas veces escuchamos algo importante que el otro tiene para decirnos con el televisor encendido? 2. Animo a la otra parte a hablar primero. 3. Utilizo y observo el lenguaje corporal. El cuerpo habla antes que las palabras; recuerde qué mal se sintió cuando la persona a la que le estaba contando algo importante frunció el ceño, cruzó los brazos y disimuladamente miró su reloj. 4. Evito interrupciones innecesarias. 5. Estoy atento a las cosas que verdaderamente le interesan al otro. 6. Escucho de modo reflexivo, con lo cual contribuyo a que la otra persona se sienta importante. 7. Lo ayudo a corregir en forma inmediata las malas interpretaciones.
Conclusiones: ¿qué pasaría en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en nuestra vida diaria, si mejoramos la comunicación? Probablemente descubriríamos que muchos conflictos que nos agobian se diluyen, ya que podríamos comprender al otro al escuchar activamente, lo que no significa estar de acuerdo con él. El oyente no directivo acepta lo que se dice, se esfuerza por comprender, ayuda a despejar la mente del que habla a la vez que posibilita en el otro una liberación de emociones. Entonces se establece una mejor relación entre el que habla y el que escucha, ya que existe un reconocimiento recíproco. Cualquier persona, sin distinción de sexo ni edad, al ser escuchada se siente estimulada a dar mayor información. La base informativa permite coordinar mejor el proceso de mutuo entendimiento, algo que no ocurre cuando estamos inmersos en un conflicto, precisamente porque en el conflicto la comunicación es patológica y lo primero que se pierde es escuchar al otro.
El libro que me sirvió de guía en este artículo es El arte de la conversación, de Dan Gabor, y me movilizó en la necesidad de trasladar a los lectores un tema como la comunicación, tantas veces vapuleado y maltratado y tan necesario para todos aquellos que creemos en la posibilidad de un mundo más pacífico.