Hace algún tiempo fui testigo de una intensa controversia entre jóvenes adolescentes que se preguntaban por la naturaleza y condiciones necesarias para pertenecer o no a esa, siempre elusiva, clase media que ha preocupado al hombre a lo largo de su existencia.
Mi incipiente sordera y la discreción hicieron que perdiera sus jugosas reflexiones.
Los asistentes a ese encuentro veraniego eran chicos “de todos los palos”, de casi todos los estratos sociales. Y, voluntariosos, trataban de desatar uno de los más complejos nudos gordianos de la historia.
Trabazones que otros, a su tiempo, rehuyeron haciendo uso de aquella frase inolvidable del cura Brochero que rezaba: “Ésos son como bosta de paloma, no tienen ni buen ni mal olor.” Frase que resignificó Juan Domingo Perón advirtiendo a sus acólitos que no era de su cosecha sino de la del ahora santo radical de Traslasierra.
Alejado del espacio accidentalmente compartido bajo las sombras de sauces llorones y a la vera de un rumoroso arroyo del siempre maravilloso norte cordobés, comenzaron a bullir algunas ideas sobre el comportamiento de los argentinos y de la mayoría de las sociedades de nuestro enorme continente.
Martínez Estrada contribuyó con notable eficacia a la hora de los apuntes iniciales.
Así surgieron las primeras incógnitas –para nada originales- que deberíamos entre todos dilucidar: ¿por qué las clases medias latinoamericanas adoptan como modelos de comportamiento -gustos y costumbres- y de pensamiento, los de la burguesía? ¿Esa actitud hace que las clases medias –sin importar su paisaje- tengan sentimientos contradictorios ante los trabajadores manuales por temor a su propia proletarización o porque comienzan a sentir en carne propia la opresión y la explotación del capitalismo aun cuando carecen de una sólida conciencia política anticapitalista?
Los romanos entendieron temprano el intríngulis que les planteaba este núcleo social poderoso pero de convicciones evanescente. “Pan y circo” fue una de las fórmulas elegidas. La otra, promover la exaltación del nacionalista recurriendo a las capas más profundas y primarias de la conciencia del hombre.
Cuando esas recetas dieron muestras de agotarse, se apropiaron del cristianismo, dominando una vez más al conjunto social, ahora adaptándose a las necesidades del mágico colectivo. Cuestión que les ha permitido –con otras formas, con otros modos- influir hasta nuestros días en las decisiones más cruciales de la humanidad.
La historia, con sus veleidades, enfrenta una y otra vez a la clase media con su propia identidad. Se ve a sí misma frágil y temerosa.
Busca con desesperación un nuevo pater familiae que le dé respuestas y contención.
Debilidad que aprovechan algunos políticos inescrupulosos para culpar a otros de sus propios desaguisados, haciendo crecer teorías conspirativas que, aupadas desde el Estado, terminan irremediablemente en enfrentamientos intestinos y la guerra.
La clase media, en lo ideológico, no dista demasiado de la estructura dominante del lumpen proletario.
Ambos grupos entregan alegremente su futuro a hombres y mujeres como Donald Trump, Marine Le Pen, Geerd Wilders o a grupos políticos como Podemos, el Movimento 5 Stelle, el Syriza griego, entre otros, y a los populismos latinoamericanas que, por lo general, huyen hacia adelante cuando la política y la economía se complican, dejando en el campo otras sorpresas que desfilan a diario por las calles de nuestras ciudades con la complicidad silente de los gobiernos, mientras crece el temor en una población que trata de guarecerse en la intimidad del hogar.
Esta situación causa, en sectores importantes de las nuevas clases medias, irritación contra el capitalismo como sistema de administración de las riquezas y los gobiernos en ejercicio que lo instrumentan.
Pero al mismo tiempo, crece el temor permanente de su proletarización, que se considera como una caída en la escala social y que se traduce en odio visceral contra los inmigrantes, a los que ven como competidores en el mercado de trabajo cada día más restringido, aunque eso resulte a todas luces falso.
Según sea la perspectiva que adopten momentáneamente las oscilantes clases medias cambian las actitudes ante y de las instituciones.
Los aparatos del Estado pierden prestigio y dejan de aparecer como imparciales o comprometidos con el bien común y se desnudan como organismos de dominación y de opresión tal como sucede con la justicia en numerosos países del continente.
Justicia que, como la brasileña, fue instrumento y cómplice necesario de la insólita destitución de la presidente Dilma Rousseff que reclamaba el circo romano. Mucho más cuando uno de los impulsores del juicio político -Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara de Diputados- fue condenado a 15 años de prisión tras ser declarado culpable de aceptar sobornos en un contrato de la petrolera estatal Petrobras, por tres delitos de lavado de dinero y por evasión fraudulenta.
Moisés Naím (MN) -considerado por el Gottlieb Duttweiler Institut de Suiza como uno de los 100 líderes del pensamiento global-, concurre en nuestra ayuda para comprender la naturaleza de la clase media: “La globalización, la inmigración, la automatización, la desigualdad, el nacionalismo y el racismo son algunas de las causas que más se mencionan para explicar ‘La Gran Furia’. Pero me ha llamado la atención que los análisis no incluyen en su explicación lo que sucede hoy en Asia, América Latina o África. Una vez más, la narrativa dominante trata como si fuera mundial un fenómeno regional que ocurre principalmente en Norteamérica y el Viejo Continente.
Los análisis ignoran que la clase media, ésa que en Europa y EEUU está luchando para no perder su preeminencia económica, social y política, está en pleno apogeo en el resto del mundo.
Para una familia en India que por primera vez tiene ingresos que le permiten tener medicinas, casa, coche, televisión, teléfonos inteligentes y algo de ahorros, la defensa de la supremacía blanca que en EEUU motivó a muchos a votar por Donald Trump resulta ininteligible.”
“El boom de la clase media en países pobres es la principal revelación que acaba de publicar Homi Kharas, uno de los más respetados estudiosos de las clases medias del mundo. Sus cálculos indican que –continúa explicando Naím- 3.200 millones de personas forman parte de la clase media global, es decir, 42% de la población total. Para estos cálculos, investigadores e instituciones como el Banco Mundial definen como clase media a personas con ingresos diarios de entre 11 y 110 dólares al día”.
Para el consultor, la clase media ha venido creciendo rápidamente, pero a diferentes ritmos.
Mientras que en EEUU, Europa y Japón crece anualmente a 0,5%, en China e India aumenta seis por ciento cada año.
Además, anota que la clase media aumenta 160 millones de personas al año, y de seguir a este ritmo, en pocos años la mayoría de la humanidad vivirá, por primera vez en la historia, en hogares de clase media o más.
“Si bien las clases medias son hoy más numerosas que nunca en países como Nigeria, Senegal, Perú o Chile, su expansión es un fenómeno primordialmente asiático. Según Kharas, la abrumadora mayoría (¡88%!) de las mil millones de personas que formarán parte de la clase media que aparecerá en los próximos años vivirán en Asia (…) Naturalmente, los cambios que está experimentando esa clase social tienen importantes consecuencias políticas”, destaca Naím.
Y recuerda que en Europa y EEUU estas consecuencias ya las vemos visto en los resultados de las elecciones, los referendos y en la proliferación de “improbables candidatos” que promueven “inéditas agendas”.
Según el experto, en los países de menores ingresos también crecen rápidamente las expectativas y exigencias de clase media. “Estos nuevos protagonistas sociales más tecnológicamente conectados, con más poder adquisitivo, más educación, más información y más conciencia de sus derechos, son una fuente de inmensas presiones sobre gobiernos que no tienen la capacidad de satisfacer esas expectativas”, afirma.