La Casa de las Brujas fue, en su momento de esplendor, un punto de referencia social expectable. Considerada una de las residencias suntuosas de la Córdoba de fines del siglo XIX, las crónicas dicen que el chalet albergó, en sus bien vestidos salones, a destacados y brillantes personajes del momento y esto durante todo el período de prosperidad económica de Ismael Galíndez.
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Los veranos cordobeses encontraron en sus jardines un amable lugar de encuentro. Allí concurrían políticos, militares, gobernantes y hombres de empresa de la época. En muchas oportunidades sus salas de recibo sirvieron de apropiado y cordial foro para el tratamiento de importantes asuntos, como ocurrió cuando se decidió un trazo único al río, eliminando el “río Chiquito”.
También se ha afirmado que la mampara de vidrio y chapa colocada en el frente de la casona fue construida especialmente, a posteriori de la edificación original, para habilitar una sala de juego o casino. Pero, esta iniciativa de los años últimos del siglo de los ochocientos habría durado apenas unas pocas semanas, debido a la oposición que encumbrados personajes ofrecieron en su momento.
Cuentan asimismo las tradiciones de la Seccional Segunda que en el balcón que define el ingreso por las puertas de la mampara las damas de la casa y sus invitadas, con sombrillas y vestidos a la moda, tomaban el té a la mejor usanza inglesa, costumbre que le valió al edificio el mote popular de “la casa de las inglesitas”. Una de las contertulias era, en plena adolescencia, doña Julia Galíndez, quien luego se casaría con don Carlos Moyano. Las atenciones de la dueña de casa las realizaba doña Mercedes Ferreyra, esposa de don Ismael Galíndez, que encontraba atenta disposición en sus ajetreos de cortesía en su pequeño hijo, también llamado Ismael Galíndez. Ismael hijo con el tiempo alcanzaría el grado de vicealmirante de la Armada y ocuparía la intervención federal de la Provincia de San Juan, hacia 1934, y el Ministerio de Obras Públicas de la Nación, en 1943.
Las operaciones financieras de don Ismael Galíndez, en particular las aplicadas a los negocios inmobiliarios, tuvieron su período de decadencia con consecuencias catastróficas.
Galíndez llegó a acumular una deuda con el Banco Provincial de Córdoba, producto de obligaciones hipotecarias, que alcanzó la muy importante suma, a valores de la época, de 296.805,90 pesos moneda nacional. Para indicar un punto de referencia basta decir que el chalet fue valuado, como parte de pago, en 50.000 pesos moneda nacional.
En razón de estas circunstancias y ante la situación de iliquidez de Galíndez, la residencia fue transferida al Banco Provincial de Córdoba el 30 de marzo de 1901. Recién en 1942 el Banco de Córdoba traspasaría efectivamente la propiedad a la Provincia en la persona del gobernador, doctor Santiago H. del Castillo. Ya en mayo de 1888, Ismael Galíndez había transferido al Gobierno otra casa de su propiedad.
A tal punto los avatares comerciales habían hecho mella en el capital de don Ismael Galíndez que en comentarios de la prensa del momento se hablaba de remates de los muebles del escribano, político y comerciante, detallándolos expresamente: mobiliario de sala, antesala, escritorio, comedor, dormitorio, costurero y cocheras, así como cuadros, bronces, mármoles, obras de arte, carruajes y animales. Todas estas expresiones, entre muebles y semovientes, propias de un modelo social de importación europea, como bien lo señala Cristina Boixados en Las tramas de una ciudad.
Galíndez había tenido su esplendor como inversionista entre 1870 y 1890, año éste cuando lo afectó la crisis económica. Miembro de “El Panal”, el club político y también centro de operaciones financieras fundado por don Marcos Juárez, pudo asociarse con los más destacados desarrollistas del momento, tal el caso del propio Miguel Juárez Celman, Ramón J. Cárcano, Luis y José Revol, Antonio Rodríguez del Busto, Manuel Recarey, Ángel Machado, Carlos Cassaffousth, Amancio Galíndez, Cesáreo Ordóñez, Juan J. Pitt, Felipe Centeno, Samuel Palacios, Benigno Acosta, Mariano de Goycochea, José María Fragueiro, Alejandro Vieyra, Benjamín Otero, Pablo Barrelier, Agustín Garzón y Augusto López, entre otros.
Los emprendimientos de Galíndez abarcaron negocios de tierras como los de Pueblo San Martín, Estancia La Cruz, Pueblo La Unión (en las proximidades de San Vicente, donde intentó una explotación vitivinícola), el proyecto de la Nueva Córdoba y el Pueblito de La Toma, especulando con las propiedades comunitarias de los aborígenes que seguían la sistemática del período hispánico y darían origen a Pueblo Alberdi.
Participó también como capitalista en obras de infraestructura urbana como el nuevo Puente Sarmiento, al que se le llamó Juárez Celman, el puente de Pueblo San Martín sobre la actual calle Avellaneda y la empresa constructora del edificio de La Bolsa de Comercio, transformada luego en la Sociedad Anónima de Constructora de Hoteles de Córdoba.
Fue dueño también de propiedades rurales en Río Cuarto y Ballesteros.
(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera