Don Ismael Galíndez falleció trágicamente el 16 de abril de 1909, a los 65 años. En su edición del día siguiente, La Voz del Interior describió su muerte calificándola como crimen con premeditación y alevosía.
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El victimario fue Victoriano Fernández, un español con dos años de residencia en el país, avecindado en el Pueblo de San Vicente, quien había realizado una transacción inmobiliaria con Galíndez.
Fernández le compró a éste una propiedad, entregando 500 pesos de seña al momento de firmar el boleto de compraventa, conviniéndose que con el pago total se firmaría la correspondiente escritura. Llegada esta instancia, Galíndez le manifiestó a Fernández que no podía acceder a ello por tratarse de terrenos en litigio, enajenados con anterioridad. El español insistió repetidas veces en sus derechos, solicitando la devolución de lo pagado, pedido al que tampoco se allanó Galíndez.
El frustrado comprador, por demás exasperado, acompañado de su esposa, la argentina Filomena Leiva, concurrió entonces a la casa de 9 de Julio 167, donde residía el vendedor desde la pérdida de la casona de General Paz y La Rioja, penetró directamente al escritorio del dueño al tiempo que reiteraba airadamente su reclamo.
Tratando de terminar la discusión, Galíndez le dijo: “Está bueno, no venga a gritar. Si no está conforme, demándeme”. Fue en ese momento cuando un juramento terrible salió de la boca de Fernández y, sacando un revólver, amartilló a quemarropa sobre Galíndez, quien estaba sentado en su escritorio. Narra la crónica que el proyectil entró por el lagrimal derecho y se alojó en la masa encefálica de don Ismael.
Los familiares de Galíndez llegaron atropelladamente al lugar del hecho cuando el homicida se retiraba junto a su mujer. Las hijas y otras personas de servicio contemplaron entonces su cadáver inclinado hacia adelante, sobre el escritorio, con la diestra extendida, como si fuera a tomar una lapicera.
Victoriano Fernández, lejos de huir, buscó al vigilante de facción, a quien le expresó: “Acabo de hacer una muerte. Lléveme preso”. Posteriormente, ante el juez de crimen, doctor Carlos S. Tagle, el inmigrante se declaró autor del hecho penal, manifestando que nada le importaba que lo enviaran toda la vida a la cárcel y que estaba satisfecho de cómo había procedido, por ser la única manera que le quedaba para cobrar sus 500 pesos.
Aún no sepultado Galíndez, Ángel Sosa, amigo personal del difunto, presentando como testigo al prestigioso vecino de San Vicente, don Luciano Alvariño, publicó una nota en La Voz del Interior con la intención de proteger la memoria de don Ismael. Dice así Sosa: “Hacen (sic) 8 días, el señor Galíndez vendió a Fernández por pesos 1450, un terreno en San Vicente, recibiendo en el acto de la firma del boleto pesos 500 y quedando obligado Fernández a pagar el saldo por mensualidades de pesos 20 y una vez cubierto el precio totalmente, el señor Galíndez extendería la escritura pública correspondiente. Existen en el lote vendido unos ranchos que no pertenecían al vendedor. Fernández tomó sobre si la obligación de abonar a los dueños de aquellos su valor. Esta condición fue expresa en el contrato. Así las cosas, Fernández pretendió que los ranchos eran caros y que el señor Galíndez debía extenderle la escritura pública inmediatamente para su mayor seguridad”.
Sigue más adelante el mismo Sosa: “Lo de los ranchos, después de muchas idas y venidas, se arregló de nuevo, en lugar de pesos 320 se pagarían sólo 280, lo de la escritura no se podía solucionar sino en una forma: devolviendo los 500 pesos recibidos, que era lo que el señor
Galíndez se aprestaba a hacer en el momento en que recibió, de una manera tan alevosa, el balazo que extinguió su vida. Fernández, en el acto de inclinarse el señor Galíndez para firmar el cheque, le hizo fuego y así se explica que la libreta de cheques del Banco Español, que tenía en su escritorio y junto a si, quedara cubierta de sangre y la pluma es encontrada, por el señor Luis Funes, con la tinta todavía fresca”.
Poco tiempo antes, Alvariño había despedido a Fernández de su compañía de tranvías y alertó a Galíndez sobre su peligrosidad. No obstante, don Ismael fue sorprendido en su escritorio solo y en condiciones físicas delicadas, pues al día siguiente debía ser sometido a una operación quirúrgica por el doctor Nores, el mismo que luego sería rector de la universidad al tiempo de la explosión de la Reforma Universitaria.
El mismo día del asesinato, La Voz del Interior publicó un decreto del Departamento de Gobierno de la Provincia de Córdoba, en razón de haberse recibido un telegrama comunicando el fallecimiento del doctor Miguel Juárez Celman, asociándose al duelo. De esta manera, la muerte de la figura política bajo cuya influencia se cobijara don Ismael Galíndez y socio asimismo en algunos emprendimientos comerciales, se anticipaba sólo en algunas horas a la de su antiguo seguidor.
Ismael Galíndez fue sepultado el 18 de abril de 1909 en el cementerio San Jerónimo, a las diez de la mañana. Le sobrevivieron sus hijos Ismael, Mercedes, Carlos, María Teresa y Rodolfo.
(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera.