Por algo existe el Estado. Tal vez no tanto por el bienestar que puede brindar sino por los males que evita. De hecho, las funciones mínimas que debe cumplir un Estado respecto de sus ciudadanos son en virtud de la clara imposibilidad de cumplirlas por sí mismos las personas, aun agrupadas. Se necesita una organización sustentable en el tiempo y en el territorio, no sólo de acción sino también que tenga los mecanismos de control necesarios para que no se desvíe de los fines respecto a los cuales se halla instituido.
Ya sea educación, salud, seguridad, justicia o infraestructura, son necesidades para la vida social en común que sólo pueden ser llevadas a cabo de esa forma.
Lo contrario no es la ley de la selva, como generalmente se postula, sino la vuelta a una época feudal: el enquistamiento de “señores” que manejan la vida de todos a su antojo. Ya sea hace diez siglos o en la actualidad, se los denomine duques, condes, señores de la guerra o punteros políticos, todos llevan a lo mismo: mandar por el solo antojo personal, apoyados en dosis más discretas o más abiertas y obscenas de violencia.
Por eso es preocupante que existan, en nuestra sociedad que busca la libertad y la paz, tales bolsones de “cuentapropismo paraestatal”. Peor aún, es que las autoridades del Estado, que declaman su abanderamiento a la ley y la democracia cada vez que tienen oportunidad, no hagan nada al respecto.
Hay situaciones que exceden la simple ineficiencia estatal y asumen una gravedad tal que resulta difícil de entender e imposible de aceptar. Una de éstas se vive acá en la misma ciudad de Córdoba, donde vecinos armados con palos cortan de tanto en tanto la avenida de Circunvalación y exigen a los automovilistas el pago de un “peaje” de $50 para poder continuar con su viaje.
Al respecto, un vecino de esta ciudad llamo a la redacción del diario Día a Día denunciando que “para poder pasar les exigían a todos los automovilistas un pago de $50 (cincuenta pesos) y en caso de obtener una negativa como respuesta, te increpaban con los palos para que les dieras el dinero que tenías encima. Me dio bastante impotencia saber que las personas que pasan a diario por ese lugar están al vilo de estos malvivientes, siendo que el móvil de la Policía Caminera está a escasos metros de ese lugar”.
Uno podrá pensar que se trata de hechos aislados y que la autoridad policial, ante éstos, actúa de manera eficiente restableciendo la posibilidad de transitar libremente. Sin embargo, ello no es tan así ya que el mismo vecino, según narró, llamó al 101 y no obtuvo ningún tipo de respuesta.
Pero ésta no es una denuncia aislada ya que son muchas las efectuadas a través de las redes sociales, en las cuales se narran situaciones similares, lo que da a pensar que se trata de una práctica mediamente instalada.
¿Y las autoridades? Frente a esto, el Estado en muchos casos permanece expectante ya que mira y actúa solo cuando las cosas pasan a mayores. Muchas veces se disfraza de necesidad social lo que no es sino una “marcada de cancha” de ciertos dirigentes periféricos a los “de arriba”, buscando les den algo a cambio de “no armar quilombo”.
El Estado ausente y su primo, el Estado ineficiente o anómico, no hacen sino sembrar el campo de abandono de sectores de la población o zonas para que ocurran tales hechos de “cuentapropismo”.
Por eso, la actitud renuente y culposa de algunos en aplicar la ley frente a tales hechos. Lo “para” en las cuestiones públicas sólo lleva a lugares nefastos. Nuestra historia es testigo de eso.
En la democracia, aun con fallas de gestión, no hay lugar ni justificación alguna para la paraestatalidad. Y las autoridades del rubro son las primeras que deberían tener eso en claro.