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La agitada vida de un demócrata

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Roque Sáenz Peña fue un entusiasta permanente del compromiso. Desde sus años mozos abogó incansablemente por fortalecer las instituciones permanentes de la Nación y alcanzar “la emancipación de las ideas que vienen rompiendo el molde de los personalismos”.

Por Luis R. Carranza Torres

Con justa causa, el nombre de Roque Sáenz Peña ha sido registrado en nuestra historia nacional, como aquel presidente que tuvo el coraje de enfrentar a las malas prácticas de nuestra naciente democracia, dando un salto de calidad electoral con la sanción de la ley del voto secreto y obligatorio, así como la adopción del registro de enrolamiento militar como padrón electoral, a fin de aventar los votos comprados y el sufragio de los muertos.
Pero su historia personal, es mucho más rica en hechos que ponen de relieve, ese carácter suyo de hombre de bien y comprometido con su época.
Nació en Buenos Aires el 19 de Marzo de 1851, y cursó estudios en el novel Colegio Nacional de Buenos Aires. Pero la revolución de 1874, de parte de Bartolomé Mitre al gobierno nacional del presidente Avellaneda, le hace interrumpir sus estudios para alistar en defensa del gobierno, revistando como capitán del regimiento Nº 2, bajo el mando de Luis María Campos. Sofocada la revuelta, rechazó un nombramiento permanente en el ejército, para retomar sus estudios.

Luego de recibido de abogado, en menos de un año, se graduó de doctor en derecho. En 1876 es elegido diputado en la legislatura de la provincia de Buenos Aires por el partido autonomista, llegando a ser el presidente más joven del cuerpo.
Por ese tiempo, el corazón de Roque, latía por una niña de sociedad. Una relación, a la que su padre, se oponía con toda tenacidad y sin dar explicación alguna.  Ni la expulsión de la familia, ni de la desheredación de bienes, logró que Roque cambiase de idea. La relación padre-hijo se degradó casi hasta el punto de no hablarse. Cuando Roque, en un gesto conciliatorio, se entrevista con su padre para darle cuenta de sus intenciones de casamiento con la niña, su progenitor le cuenta, al fin, la verdad de las cosas. “No se puede casar con ella, hijo, porque es su media hermana”, le espeta su progenitor, de improviso.
Casi al mismo tiempo que le ocurre la desventura amorosa, principia la guerra del Pacifico. Las compañías guaneras del litoral marítimo boliviano, de capital inglés pero formalmente chilenas, se negaron a pagar un impuesto a la extracción de diez centavos por quintal de salitre, decretado por Bolivia. Y, acto seguido, las tropas chilenas invadieron el 14 de febrero de 1879, la ciudad boliviana de Antofagasta. Perú, obligado por un tratado de defensa mutua con Bolivia, le declaró formalmente la guerra a Chile el 5 de abril.

El pronunciamiento de la opinión pública argentina, fue unánime a favor del Perú y Bolivia. Roque Sáenz Peña, como otros jóvenes argentinos, ofrece sus servicios y es incorporado en el ejército peruano, por entender que » la causa de Perú y Bolivia es la causa de América, y la causa de América,  es la causa de mi Patria”. Y aclarará para las malas lenguas, que entendían su partida como una reacción pasional por un amor roto: “Yo no voy envuelto en la capa del aventurero (…) dejo mi patria cediendo a convicciones profundas (…) del sentimiento americano”, siendo su única aspiración, “convertirse en un simple soldado de la justicia y el derecho”.
En la defensa del morro de Arica, 1.200 soldados peruanos, faltos de casi todo, fueron sitiados por 6.000 efectivos chilenos. La batalla duró toda una jornada, y a pesar de haber sido herido por un disparo en el brazo derecho en sus inicios, Roque Sáenz Peña siguió combatiendo hasta su final. Ya prisionero, Sáenz Peña fue salvado de ser linchado por la soldadesca, gracias a la intervención de un oficial inglés que servía en el ejército chileno.

Se lo quiso someter a consejo de guerra y fusilarlo, por extranjero, pero por gestiones del Estado argentino, es finalmente liberado y vuelve al país con un recibimiento apoteótico. El Perú no olvidaría sus servicios, y en 1887 el Congreso lo ascendió a coronel, y en 1905, a veinticinco años de la heroica batalla del Morro de Arica, se le extendieron los despachos de general, invitándolo a presidir sus festejos.
Cinco años más tarde era elegido presidente de la República Argentina. En su discurso inaugural expresó: «Hemos inaugurado la segunda centuria entre los deslumbramientos y esplendores del pueblo de Mayo; pero no habremos cumplido con los deberes del presente, ni con las generaciones a venir, sin trabajar una democracia fuerte por sus organismos permanentes, amplía por la totalidad de los esfuerzos, y libre por la emancipación de las ideas que vienen rompiendo el molde de los personalismos…“
Era el soldado del derecho, que una vez más, se aprestaba a dar combate para sostener sus creencias.

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