Por Roberto Fermín Bertossi (*)
Cuando transcurre la antesala electoral nacional, la centralidad de los debates se centrifuga en un festival de egos, absolutamente carente de un factible programa transformador pensado y articulado con prospectiva para la satisfacción de legítimas expectativas de la población, principalmente enfocado en aquella honesta muchedumbre empobrecida, indigente e improductiva.
Obviamente así se ignora que “el hambre y la pobreza no la crean los pobres sino las instituciones” (Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz)
Recién habrá seguridad alimentaria en Argentina cuando todas las personas tengan acceso en todo momento a alimentos seguros y nutritivos, suficientes para cubrir las necesidades físicas básicas de una vida sana y activa para todos los argentinos.
Fundamentalmente, integran una noble y cabal “seguridad alimentaria” vg., los alimentos, los medicamentos, las cobijas y los servicios esenciales imprescindibles para conservar tal vida sana no sólo personal, también la familiar y comunitaria.
En Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, leemos: “Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas, son en si mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos por medio de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce”.
Sin dudas, tal lectura es un aporte que contribuye sustancialmente a revelar la ausencia de inteligencia política en nuestra dirigencia conocida. Caso contrario, ¿cómo entender y soportar tanta incapacidad e insensibilidad ante tanto sufrimiento de cada argentino con hambre, empobrecido e indigente?
Al leer El hambre, un libro de Martín Caparrós (Editorial Anagrama), podemos encontrar inquietantes interrogantes: ¿se imagina no saber si va a poder comer mañana? ¿Se imagina cómo es una vida hecha de días y más días sin saber si va a poder comer mañana? ¿Se imagina una vida que consiste sobretodo en esa incertidumbre y el esfuerzo de pensar cómo paliarla?
Sorprende la facilidad con que los argentinos convivimos con la miseria y la vulnerabilidad ajena encarnando objetablemente esa idea que más de uno enunció de más de una manera: “Es una vergüenza ser feliz con tanta miseria alrededor”, con tantas angustias y aflicciones que parecieran sernos tan lejanas, casi extrañas. Lo indefinible de todo esto es la agraviante y cuasi suicida insolidaridad de nuestra sociedad civil, atento el fatal apotegma de Bertolt Brecht: “Y cuando vinieron por mí…”
Ante semejante estado de cosas, el dantesco espectáculo de la dirigencia política nacional establecida (así lo reconoció Sergio Massa), pretende sostener que en las listas y candidaturas para las próximas elecciones habrá renovación política como si ello fuera una cuestión cronológica derivada de la biología humana.
Claramente Argentina más que renovar nos exige “transformar” esto es, quebrar la línea, inutilizar las ideas que en estos últimos cincuenta años nos empacharon de ascuas, postergación e indignidad; transformar es espíritu crítico, es replantear la realidad; transformar no es imponer o reimponer candidatos “camaleónicos” (Aquellos pertenecientes a la escuela de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”.)
La determinación para transformar consiste en proponer un plan de desarrollo humano, social, económico, industrial y ambiental con futuro, pero no presentar una y otra vez los mismos candidatos infectados del pasado, de la pesadez, de la embriaguez y del envilecimiento para proseguir conservando –como sea- nefastos status quo y establishment.
Entre nosotros los argentinos, “Transformar” será arriesgarse a probar algo político y democráticamente disponible pero nunca vivido, para lograr finalmente el bien común, afianzando la unión nacional, afianzando, liberando y prestigiando la justicia, consolidando e incrementando la amistad cívica, la paz interior y el bienestar general.
Preconclusivamente, lo más urticante para las camarillas y castas políticas peronistas que pueden decidir el futuro de los argentinos, es sinónimo por antonomasia de elitismo y sectarismo, alimentando un tufillo nauseabundo de oligarquía feudal, con la ratificada figura: “Mesa Chica”, la cual describe con mayor verosimilitud, la manera, el mecanismo y la forma como se resuelven las ´alquimias´ de ofertas electorales que nos impusieron y pretenden imponernos consuetudinariamente, amontonamientos de quebrados partidos políticos para elegir autoridades y representantes; politiquerías responsables –por caso- de toda declinación y derrumbe de aquellos hidalgos índices estadísticos (vg., alimentos, medicamentos, combustibles, jubilaciones y pensiones, pobreza e indigencia, desocupación, inflación, etcétera) que exhibió la coherencia e integridad del gobierno de ese prohombre que fue Arturo Umberto Illia.
Por último con Caparrós leemos: “El hambre es el mal que más personas sufren –después de la muerte, que sufren casi todas-. Y es, por eso, el que más mata –sí, después. No tienen plata, no tienen propiedades, no tienen peso: no suelen tener formas de influir en las decisiones de los que toman decisiones. Hubo tiempos en que el hambre era un grito, pero el hambre contemporánea es, sobre todo, silencioso: una condición de los que no tienen la posibilidad de hablar. Hablamos –con la boca llena– los que comemos. Los que no comen generalmente callan. O hablan donde nadie los escucha”.
(*) Investigador CIJS – UNC