Días pasados Unicef lanzó su nueva campaña “El hambre no tiene final feliz”, con el objetivo de “(…) advertir sobre la situación de pobreza que enfrentan chicas y chicos desde hace décadas y llamar a la población a contribuir para mitigar esta realidad” (textual de la página de la Unicef). Según esa entidad, en el país, un millón de niños se va a dormir sin cenar cada día, “cifra que se eleva a un millón y medio si se incluyen aquellos que se saltean alguna comida durante el día”.
Lamentablemente, nuevamente tenemos que escribir sobre la pobreza que azota a nuestro país, la que -como dice Unicef- no es un problema nuevo pues nos afecta desde hace décadas. “Más de siete millones de chicas y chicos viven en la pobreza monetaria. El aumento de los precios y el estancamiento económico desde hace más de una década han incidido en la capacidad de generación de ingresos de millones de hogares con niñas y niños”.
Sin embargo, como es sabido, la pobreza no afecta sólo a los niños sino que abarca a toda la sociedad. “En el caso de las personas adultas que viven en esos hogares y que se saltean alguna comida, el número se eleva a 4,5 millones, en muchos casos porque priorizan que sus hijos o hijas puedan alimentarse”. Va de suyo que la situación se agrava en hogares de escaso nivel de instrucción.
En este contexto, según Rafael Ramírez Mesec, nuevo representante de Unicef en Argentina, se lanza la campaña con el objetivo de “sensibilizar a la población sobre la realidad que viven miles de chicos y chicas en el país”. La campaña busca financiar distintos programas que van desde el apoyo nutricional al desarrollo de instrumentos, como el monitoreo del presupuesto nacional destinado a infancia. Para ello promueve que quienes puedan hagan donaciones mensuales.
Si bien la realidad es durísima, y el estudio la muestra con crudeza, también el mismo informe brinda una pequeña luz de esperanza. Al respecto expresa: “Para dar respuesta a los niveles de pobreza que afectan a hogares con niñas, niños y adolescentes se requiere de una combinación de políticas y la protección de los recursos presupuestarios que se asignan a la niñez, que permitan a su vez sostener y mejorar los esquemas de protección de ingresos destinados a familias en mayor situación de vulnerabilidad”. En este sentido, “los incrementos otorgados por el Gobierno a la Asignación Universal por Hijo, al Apoyo alimentario del Plan 1.000 días y la Prestación Alimentar van en la dirección adecuada para proteger ingresos en este contexto”, conforme expresa Ramírez Mesec, aunque claramente no alcanzan y es necesario continuar y mejorar la política destinada a erradicar la pobreza.
Nuevamente escribimos sobre este tema que, a riesgo de aparecer como repetitivos, entendemos que resulta necesario seguir visibilizando. Por su importancia, no se puede permitir que quede como una noticia más sino que es necesario que se lo muestre, para que se tome real conciencia de él y de una buena vez se revierta.
Decimos esto, porque desde hace tanto tiempo se dan a conocer las cifras del estado de muchos de nuestros conciudadanos, lo que da la sensación de que vamos naturalizando la situación y que ha permitido que un grupo de inescrupulosos se aproveche de ella para sacar réditos de todo tipo.
Como venimos diciendo la pobreza es una calamidad que debe ser erradicada. No tiene nada de romántico ni de virtuoso para quien la padece. Al contrario, genera tales situaciones de vulnerabilidad que lo que se consigue con ella es que quien la sufre se transforme en instrumento de cualquiera, por lo general de quien se encarga de generarla.
En dicho tren de ideas, ninguna sociedad tiene un buen futuro, descuidando en el presente a la infancia. Recordémoslo.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales