En diciembre de este año nuestra democracia recuperada cumplirá treinta años, lo que marca un récord histórico de la vigencia ininterrumpida de la Constitución en nuestro sistema político.
No es poco lo que se ha conseguido. Hay una generación completa que se crió y desarrolló en el marco de las obligaciones y derechos que garantiza la constitución.
La sensación general es de que falta mucho aún, que la democracia es incompleta, pero basta recordar algunos parámetros para entender que la evolución ha sido importante, aunque por momentos lenta y contradictoria.
Estamos mejor que en la época predemocrática moderna. Hemos dejado atrás y para siempre la violencia del terrorismo de Estado. No subsiste amenaza alguna de conflictos bélicos con otros países. Los avances son claros en la alfabetización de la población, la ampliación de derechos civiles y sociales, la universalización del acceso a la salud y la mejora en la infraestructuras vial, de saneamiento y agua potable en buena parte del país.
Crece la conciencia sobre el cuidado del ambiente; el acceso a las nuevas tecnologías es cada vez más evidente para todos los ciudadanos, entre otras variables.
Ha pasado mucha agua bajo el puente con avances y retrocesos pero hoy de la mano de un contexto internacional favorable para Argentina nuestra democracia tiene verdaderas chances de conseguir mejores resultados que los mostrados en estos primeros treinta años.
El desafío es mejorar el sistema
Corrupción, crisis de representación de los partidos políticos, falta de consensos entre los actores claves de la sociedad, falta de políticas de Estado, servicios básicos que no se cumplen a pesar de que el ciudadano los paga, descreimiento en las instituciones de la sociedad (fuerzas de seguridad, iglesia, justicia, escuela) son sólo algunos emergentes de una larga lista que el ciudadano de a pie reclama en su vida diaria a toda la dirigencia.
Digamos también que no es patrimonio exclusivo de nuestras ciudades y de nuestro país. Si no, veamos a los indignados de Europa, a los “Ocupa Wall Street”, de Estados Unidos, a la plaza Tahrir de El Cairo, la Verde de Trípoli, la Syntagma de Atenas… El malestar popular contra las élites del poder se está extendiendo por el mundo y los resultados de la globalización comienzan a mostrar su peor costado. Ante ese mundo global, inabarcable para nosotros, existe un ámbito, un espacio para establecer una nueva relación entre el Estado y la sociedad que es justamente el territorio de los gobiernos locales.
Durante el noeliberalismo de los años 90 mucho se insistió en la necesidad de hacer eficientes a los gobiernos locales a partir de concentrarlos, de fusionarlos, debate que vivimos en la década pasada en nuestra provincia de Córdoba y que no prosperó ante la defensa a ultranza de las autonomías comunales y municipales de fuerte raigambre constitucional cordobesa. Más descentralización es necesaria en oposición a la mayor concentración pregonada.
Hoy con más claridad vemos como en cada pequeña localidad, e incluso en las ciudades medianas de la provincia, se han ido consolidando redes sociales, económicas e institucionales que han impedido que prosperen las desigualdades entre los seres humanos. La brecha entre quienes tienen oportunidades y los que no las tienen se agiganta en la capital provincial ya que la migración permanente de otras provincias como la del propio interior cordobés ha generado una creciente situación de exclusión.
“El futuro de la democracia -escribe Norberto Bobbio en la introducción a su libro que lleva precisamente ese título- está no sólo en la ampliación del número de los estados democráticos, sino también y sobre todo en proseguir el proceso de democratización del sistema internacional”
Mientras ello ocurre en el mundo, la tarea se concentra en los territorios locales; allí hay que dar la batalla de la mejora democrática.
A la corrupción se la combate con transparencia en la gestión pública y funcionamiento de la Justicia.
Al devaluado sistema de gobierno representativo se lo nutre con la creación de nuevos, reales y potentes espacios de participación ciudadana.
La falta de políticas de Estado se la resuelve con respeto a las instituciones republicanas, diálogo y consenso político. Y todo ello es más proclive lograrlo en el ámbito local que en los provinciales y nacionales.