El golpe más duro a las intenciones reelectoralistas de Morales no proviene del ámbito político
Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Si el transitado concepto de “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington (quien anticipó la multipolaridad global a partir de la proyección del estilo de los países con vocación hegemónica y sus entrecruzamientos) pudiera extrapolarse para analizar la dinámica política en las diferentes regiones del mundo, sin duda una de las “civilizaciones” a estudiar sería la boliviana, nítidamente presente en la configuración de la América del Sur del siglo XXI.
Su referente indiscutido es Juan Evo Morales Ayma (1961), dirigente social que desde su posición en la gremial de trabajadores campesinos supo construir en apenas quince años un sólido movimiento político que, finalmente aliado al Movimiento al Socialismo -que reconfiguró su sentido de representación y vocación de poder-, alcanzó la Presidencia en pocos actos electorales. El último, anticipado luedo del fracaso con renuncia de Gonzalo Sánchez de Losada.
Desde 2006, “el Evo” como se lo llama en los diferentes rincones de la vasta y apasionante Bolivia, abroqueló un frente variopinto que explicó en su país la emergencia social nacida del fracaso neoliberal. Fueron los años en los que cayó Fernando de la Rúa en la Argentina; cuando Fernando Henrique Cardoso debió aplicar un durísimo ajuste que finalmente catapultó a Lula da Silva al Palacio del Planalto de Brasilia; el tiempo de vacío -mientras se sucedían los presidentes- que en Ecuador preparó la llegada de Rafael Correa al poder; la acefalía peruana de 2002.
Después de una durísima pulseada para dirimir liderazgos en la coalición que encabezó -la que lo mostró como un líder férreo e implacable-una alianza sectorial equilibrada le permitió a Evo consolidar al primer presidente indígena de Bolivia, concepto plasmado en una importante reforma constitucional (realizada en 2009), prácticamente una refundación del país, que se reconoce “plurinacional”.
Morales gobierna ininterrumpidamente desde entonces, ha logrado profundas transformaciones y dado equilibrio al más inestable y desigual país de la región durante el siglo XX. Sus alianzas han ido oscilando en función de los objetivos trazados. Su entendimiento con los líderes regionales de la década pasada lo incorporaron a foros en los que se promovió el “socialismo del siglo XXI”, aunque su perfil moderado lo aisló de excesos y fenómenos contracíclicos. Abrió la gestión al contenido social y encabezó una política de nacionalizaciones que fue presentada como una reivindicación soberana. Pero fue capaz de ensamblarla con un componente de capitalismo autárquico que combinó esfuerzos propios con diversos esquemas de asociación y apertura a la inversión internacional, suficientes para dinamizar la economía nacional, lo que eficientizó el campo energético, diversificó y desarrolló la agricultura, construyó importante infraestructura básica y creó tanto empleo como comercio internacional genuino. Un populismo desarrollista en el que han confiado muchos de los capitanes de empresa afectados en principio por las políticas de expropiación de las fuentes de producción, ahora vinculados con el Estado en numerosos emprendimientos.
Los números de Bolivia son impresionantes y han sido reflejados en diversos medios. Crecerá en 2019 a un piso de 4% de su PBI. La reducción de la pobreza alcanzada en los casi tres lustros de gobierno de Morales pondrá al país a fin de este año -cuando pueda medirse íntegramente el desempeño socioeconómico regional- en un nivel muy similar a la de vecinos como la deteriorada Argentina -alrededor de 0,45 del coeficiente Gini-, acontecimiento inédito que no requiere mayor abundamiento.
Este self made man que empezó a dominar el abecedario en una escuela pública de la provincia de Salta, cuando sus padres cruzaron la frontera para trabajar en la zafra, y que el tiempo haría Doctor Honoris Causa de nuestra Universidad Nacional de Córdoba, hoy es un mandatario reconocido como una de las cien personas más poderosas del mundo. Ha sabido recuperar -en términos contemporáneos- la distinción que su país supo alcanzar en diversos pasajes del siglo XIX, que por numerosos desaciertos fue arrasada en la centuria siguiente. Pudo encabezar un movimiento surgido en el desamparo y la más severa exclusión y transformar aquella reacción -que entre su participación en la elección que perdió en 2002 frente a Sánchez de Losada y la destitución de éste al poco tiempo fue demoledora- en proactiva construcción. Aquí radica su inobjetable activo.
Aunque su liderazgo comienza a experimentar agotamiento. Fue su intención de modificar diversos pasajes de la Constitución -entre ellos para asegurar la reelección indefinida del presidente- durante 2017, la que mostró, con el rechazo popular en un referéndum, la más significativa señal de alarma. Su voluntad de presentarse a un nuevo período, amparado en una curiosa interpretación del Tribunal Constitucional, generó repudio en ciudadanos tradicionalmente refractarios al estilo populista. El liberal -ex presidente- Carlos Mesa hoy intenta amalgamar un sector conformado por sectores pudientes; muchos de ellos se reúnen en “cabildos” populares, con reminiscencia de los antiguos “cacerolazos” o aquellas manifestaciones espontáneas de clase media-alta de los últimos años del gobierno de Cristina Fernández o Dilma Rousseff , dirigidas a generar espuma de fin de ciclo.
Pero el golpe más duro a las chances de Evo puede estar marcado por el fuego que después de dos meses acaba de detener en la Chiquitanía su devastador avance. Fueron más de cinco millones de hectáreas -el equivalente a un tercio de la provincia de Córdoba-, en una de las zonas de biodiversidad más ricas del continente. El fuego fue originado por “incendios controlados” autorizados por decreto de Morales para extender la frontera agropecuaria. La liberalidad en las concesiones, la deficiencia en los controles, su abordaje improvisado y la negativa presidencial a decretar la emergencia siguen siendo combustible para una deflagración que aún no se ha detenido en lo político. El presidente no ha suministrado respuestas claras, no asumió errores y trasladó la culpa a opositores. Es tangible una decepción popular con más chances de mellar su suerte electoral que la recurrente y desgastada estrategia electoral derechista. Morales no sólo debe reinventarse. De sortear la primera vuelta -todo indica que un balotaje abriría más el escenario a la incógnita- deberá reinventar la “civilización” que fue capaz de liderar, anticipando y promoviendo los cambios que la tornen sustentable en todos los planos. Renovando conductores. Superando las vallas insalvables que los ciclos biológicos y ecológicos -ambas aplicadas a la vida política- proyectan sobre quienes pretenden torcer, cuando la soberbia los confunde, el designio de la madre naturaleza.
(*) Docentes UNC.