Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia
Por estas latitudes la mayoría de los actores políticos y sociales desconocen los grandes debates que protagoniza la humanidad. Su círculo de intereses es muy pobre, hasta mezquino. Está limitado a la guerra de cargos por ocupar en el futuro inmediato. Esta vez, para salir de tamaña medianía, invitamos a recorrer el pensamiento de un filósofo que sostuvo, en todos los foros a los que fue invitado, que los intelectuales deben tener un mayor protagonismo frente a la permanente amenaza belicista que amenaza la humanidad.
Por esa razón, incitamos a recorrer el pensamiento de Alain Badiou. Un extraordinario filosofo francés -nacido en Rabat en 1937- que se atreve a escrutar, sin concesiones, la realidad. Sus verdades incomodan a todo el establishment, tanto que se le consideran un maldito a partir de sus ácidas definiciones sobre la democracia: “En realidad, las democracias de Estados Unidos y Europa organizan una guerra implacable contra todos los pobres del planeta”.
Sus visiones sobre la filosofía le transformaron en uno de los más importantes referentes de la filosofía francesa de estos días. Un referente insoslayable del pensamiento crítico forjado a la sombra del marxismo. Nunca abandonó la idea de integrarse a los movimientos de liberación y emancipación del hombre. Reconoce que su universo de ideas esta influenciado por Jean Paul Sartre, Louis Althusser y Jacques Lacan. Formación que estuvo enriquecida con profundas lecturas de Platón, Hegel y Husserl.
En una antigua entrevista que le realizó el diario italiano La Repubblica, allá por junio de 2003, afirmó que la filosofía existe porque hay crisis, guerras, revoluciones, catástrofes. “La filosofía existe siempre en condiciones más o menos dramáticas. Trata, precisamente, de pensar el drama, el horror, al mismo tiempo que la paz y la alegría. La filosofía no tiene límites. Su único tema es la verdad, y ese tema es la verdad, y ese tema no admite límite alguno”. Definición que debería tomar muy en cuenta nuestra clase política que prefiere el agravio, encorsetando la verdad, con sus enfoques de facción.
Al preguntarle sobre el rol de los intelectuales en la sociedad y si estos deben solo cumplir el papel de observador de la democracia y del funcionamiento de sus gobiernos, se enciende y afirma que no ve razón suficiente para el intelectual sea un mero observador.
“Tiene que ser un actor, un militante de la verdad, un combatiente. La ideología del espectador, que se encuentra en la filosofía política de Hannah Arendt, es muy discutible. No somos testigos del mundo; tenemos que incorporarnos al devenir, con frecuencia paradójico y violento, de las verdades, ya sea que esas verdades sean políticas, artísticas, amorosas y científicas (…) El intelectual forma parte de la sociedad; no es un elemento extraño ni extremo. Tiene que hablar, intervenir, actuar, según sus principios. Es necesario decir sin reservas ni cálculos lo que se piensa. No tenemos que ‘calcular’ nuestro público como lo hace la televisión. No somos comerciantes de ideas. Si los ‘intelectuales’ quieren que su pensamiento sea activo, deben seguir un viejo consejo de Mao Tse Tung: unirse a las masas, organizar los obreros, a los empleados, a los pobres. No hay que limitarse a estar entre ellos, ni creer que las ideas de la pequeña burguesía son las de todo el mundo”.
Al referirse a la democracia contesta con dureza. “Me parece que es evidente que las ‘democracia’ como la de Estados Unidos o la de Gran Bretaña, o también de los otros países europeos, son los regímenes políticos del imperialismo contemporáneo. No se puede esperar nada de la forma ‘democrática’ de esos Estados que practican la invasión, el bombardeo, el crimen de masas. En realidad, en la actualidad las ‘democracias’ organizan una guerra implacable contra todos los pobres del planeta. El camino es crear una política completamente ajena a esa presunta ‘democracia”.
“Estados Unidos, y en última instancia –continua nuestro filósofo- todos los Estados occidentales, quieren llevar la democracia a los pueblos del mundo exactamente de la misma forma en que los conquistadores pretendían llevar la ‘verdadera religión’ a los indios. Detrás de los militares siempre hay misioneros. Después de matar, se convierte. “Que la religión actual sea la ‘democracia’ no cambia las cosas”.
Es importante, avisa, tomar conciencia de que el empleo de la guerra para erradicar el terrorismo es una novedad. Estados Unidos y sus aliados, hablaron con absoluto desprejuicio. “La palabra ‘guerra’ es demasiado digna, está demasiado reservada para los conflictos entre Estados. Incluso durante la interminable y muy violenta guerra colonial contra los patriotas argelinos, que movilizó a centenas de miles de soldados, los gobiernos franceses, desde Mitterand hasta De Gaulle, siempre hablaron de ‘mantenimiento del orden’ y de ‘pacificación’.
Aún hoy, a la hora de ajustar las cuentas a los nacionalistas chechenos, valiéndose de los mismos métodos que los franceses en Argelia hace cuarenta años (tortura sistemática, campos de reclusión, pueblos aniquilados, violaciones, etcétera), Putin se cuida mucho de decir que, estrictamente hablando, hay guerra. Es un vasto operativo policial, que ‘irá a buscar a los terroristas hasta en los cagaderos”.
Y concluye diciendo que su tesis “es que la potencia imperial estadounidense considera a la guerra como una forma privilegiada, incluso única, de atestación de su existencia. Por lo demás, hoy en día se constata que la poderosa unidad subjetiva que arrastra a los estadounidenses al deseo de venganza y de guerra se constituye en torno a la bandera y al ejército. Estados Unidos se convirtió en una potencia hegemónica en y por las guerras (…)”.