La “actividad judicial” del Tigre de los Llanos: a conciencia más que con sapiencia técnica, ejerció una de las tareas más esenciales de un sucesorio.
Por Luis R. Carranza Torres
Pocos personajes en nuestra historia nacional, cualquiera sea el período que se tome, han alcanzado el grado de relevancia y han sido perpetuados en el imaginario patrio como Juan Facundo Quiroga.
No es un dato menor que acaso uno de sus más encarnizados enemigos, Domingo Faustino Sarmiento, haya sido quien tuvo una parte principal en su elevación a la categoría de mito histórico, merced a esa obra central de nuestra literatura que resulta “Facundo”. El que fuera escrito en 1845 durante su segundo exilio en Chile, utilizando la figura del caudillo riojano tanto para plasmar ciertas idiosincrasias de nuestro pueblo, como para atacar políticamente a la figura del gobernador de Buenos Aires y encargado de relaciones exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas.
Por provenir de una familia ideológicamente mixta en cuestiones de historia, siendo hijo de padre rosista y madre sarmientina, tuve influencias cruzadas respecto de Facundo. De allí que me formara opinión del mismo como un sujeto “múltiple”, con sus luces y sombras, pero bastante lejos de cualquier concepto de “barbarie”, y decididamente una persona de carácter polifacético, que se adelantó a lo que después sería moneda común en la denominada “Generación del 80”.
Sin embargo, y en algo que lo convierte en una “rara avis” de nuestros personajes históricos, fue un hombre de actividad polifacética pero siempre desde la acción. Todo lo contrario a por ejemplo el nombrado Sarmiento, que también lo fue pero especialmente desde la intelectualidad.
Una de las vertientes menos conocidas de las actividades del Tigre de los Llanos, es la acaecida en el año 1826, mientras era Comandante General de La Rioja, y se le encargó fungir como “inventariador, tasador y repartidor”, en la sucesión del Coronel Isidoro Moreno, persona de su amistad. Y que Emilio Sánchez recogiera en ese libro tan pintoresco sobre nuestra historia titulado “Del pasado cordobés en la vida argentina”, que descubriera hace ya dos décadas y fracción en la biblioteca de mi padre.
El pedido provino de la viuda doña Juana Ventura Vera así como de sus hijos, quienes movidos por la intención de “evitarse costas y gastos”, nombraron y facultaron “al señor comandante General D. Juan Facundo Quiroga”, obligándolos “a pasar por todo lo que hiciere y practicare”, respecto de los bienes que integraban el acervo hereditario perteneciente al causante, y a fin de justipreciarlos y repartirlos.
Al siguiente día, el caudillo federal acepta el encargo, en los siguientes términos: “En este lugar de El Portezuelo, a catorce días del mes de junio de 1826, yo D. Juan Facundo Quiroga acepto el nombramiento que se hace en mi persona con el compromiso que antecede con la viuda y herederos del finado Coronel D. Isidoro Moreno; con la calidad de practicar la formación del inventario y división de bienes, ya sea hasta su conclusión o hasta donde me lo permitan mis ocupaciones públicas y privadas, y con la expresa confesión de que carezco de los conocimientos necesarios para baluar en su justo precio mucha parte de los bienes que se trata de dividir pero sí lo verificaré según me dicte la conciencia, y sin grabamen de pre alguno y para admitir este encargo sólo me muebe el interés de hacer a los interesados este pequeño servicio, lo que se hará saber a los sitados para que resuelban lo que fuere de sus grados”.
No es menor, en cuando a la valoración de su carácter, que Facundo no tiene “empacho” en reconocer su falta de preparación técnica respecto del particular, así como lo corto de sus tiempos. Se trata de alguien abierto y franco con sus amigos. Con los enemigos, como la historia lo acreditará, resulta todo lo opuesto: cerrado e implacable.
Su primer acto es ponderar una imagen de la Virgen del Rosario “con su correspondiente Corona de Plata, sarcillos de oro y vestidos de seda y rosario de perlas falsas”, la que entiende que “vale 27 pesos”; luego ingresa al listado “una fuente de plata y un Jarro de plata que valen 39 pesos”. Culminará el primer día de su labor, habiendo tasado bienes por valor de 1.042 pesos “salbo yerro”.
Sus ocupaciones públicas le obligan a pausas en su labor. Y para fines de agosto, pese a llevar ya justipreciadas existencias por valor de 4.028, faltan las mayores posesiones por valuar, como la “Merced del Padre Luna”, una extensión de tierra otorgada al difunto dos años antes de su muerte.
No tenemos noticia de disconformidad por su labor, de parte de sus encargantes. La recta conciencia debió suplir la falta de experiencia en esas lides. Luego, las cuitas de la política y las hazañas castrenses harían pasar esa dedicación en la materia de Facundo, a los terceros planos de la historia.