En estos días en que el Senado se apresta a tratar el tema de que si los homosexuales se pueden casar o no, tras una manifestación en contra por parte de ciertos sectores de nuestra sociedad cordobesa -pacata, pseudo-progre, hipócrita y de dobles apellidos-, resulta oportuno considerar el asunto a la luz de un marco más amplio, que involucra lo que en doctrina vengo denominando desde fines del siglo pasado “el derecho a la diferencia”.