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Estados Unidos y Ucrania justifican la existencia del nazismo y la existencia de los “cabeza rapadas” 

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Por estas latitudes, desde siempre, se ha considerado a Estados Unidos como el “Gran Campeón de la Democracia y Adalid de la Libertad”. Tirios y troyanos, a lo largo de la historia, han coincidido en esas apreciaciones. 

Esos fueron los pergaminos sobre los que se montó el mayor aparato de publicidad de que se tenga memoria para favorecer la partición del mundo después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Argumentos que había usado en América Latina y el Caribe a partir de la aplicación de la Doctrina Monroe, que considera al resto del continente como su patio trasero y en donde ha violado los derechos humanos y realizado -con la complicidad de la casta dirigencial- todo tipo de experimentos, desde farmacológicos hasta nucleares y etnocidas, en los cuerpos de nuestros compatriotas latinoamericanos. 

Es la misma política que le permitió al supremacismo blanco reducir a la esclavitud y a la servidumbre a su población negra, latina y asiática, replicando en un todo los pogroms zaristas, soviéticos y alemanes. 

Sin considerar, por cierto, en este somero balance, tanto sus crímenes de lesa humanidad cometidos en Hiroshima y Nagasaki cuanto en las guerras de Corea, Vietnam y en tantas otras en las que haya intervenido “para consolidar la paz mundial”.

La Asamblea General de la organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó el 17 de diciembre pasado una resolución titulada “Combatir la glorificación del nazismo, neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia”.

El debate fue tenso. Malas caras y gestos adustos se vieron a derecha y siniestra. Se les exigía a los Estados miembros que asuman como propio el informe del relator del Consejo de Derechos Humanos sobre las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia.

Reclamo al que se sumó el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, luego de valorar la situación de Europa del Este, África, América Latina, Asia y Oceanía, producto de inspecciones que se realizaron bajo la supervisión directa de Michelle Bachelet, mientras otras figuras de importancia internacional viven preocupadas por evitar su tránsito por los estrados tribunalicios de sus países o de la Corte Internacional de La Haya. 

Anotaron que crece a lo largo y ancho del espectro político mundial -incluido en los discursos de los movimientos populistas y las nuevas izquierdas- una fuerte tendencia a la glorificación del movimiento nazi, mientras los “cabezas rapadas” exaltan a la Gestapo mediante la construcción de monumentos conmemorativos y manifestaciones callejeras para glorificar a Hitler, su camarilla y el pasado sangriento que han dejado por herencia.

En sus terroríficos manifiestos, que circulan por la web, condenan a muerte a quienes les combaten. Sus propuestas, en un todo demenciales, condenan a muerte a los descendientes de quienes integraron las tropas que los derrotaron en 1945. 

Desfiles que incluyen el paseo de restos mortales de supuestos héroes de guerra nazis; saqueos a sinagogas, quemas de escuelas y bibliotecas confesionales y profanación de cementerios judíos, entre otras infamias.

La ONU, con esta resolución de su Asamblea General, trata de levantar una valla contra el revisionismo histórico que intenta reinterpretar la Segunda Guerra Mundial a partir de negar la existencia de los campos de concentración y exterminio.

Sobre el neonazismo es dable advertir de que su vigencia es una constante histórica sostenida por importantes figuras y empresas rectoras del capitalismo, que multiplica sus ganancias explotando “la desigualdad racial que ha centrado sus esfuerzos en obtener un apoyo amplio para sus falsas afirmaciones de superioridad racial”.

Un detallado análisis de lo que le sucede al mundo en estos tiempos de extremismos políticos y pandemia permite establecer algunas graves anomalías que pueden hacer saltar por los aires el lábil equilibrio mundial.

La resolución de Naciones Unidas acusa el avance de la extrema derecha: “Incluso cuando los neonazis o los extremistas no participan formalmente en el gobierno, la presencia en él de ideólogos de extrema derecha puede tener el efecto de inyectar en la gobernanza y el discurso político las mismas ideologías que hacen que el neonazismo y el extremismo sean tan peligrosos”.

Todo parecía que marchaba viento en popa. El texto de la declaración parecía que podía ser firmado sin inconveniente alguno. Pero a la hora del escrutinio hubo sorpresas. 

Tuvo dos llamativos votos en contra: el de Estados Unidos y el de Ucrania. Además, la mayoría de países aliados de estas potencias se abstuvo: la totalidad de la Unión Europea (UE), el Reino Unido y buena parte de la Commonwealth. En total, 51 abstenciones.

A la hora de las excusas y justificaciones, se produjeron algunas de bulto. 

Comencemos por las de naturaleza geopolítica. La propuesta de condena al nazismo fue presentada por Rusia, que la reitera sistemáticamente cada año. Estados Unidos y sus aliados la rechazan, lo que provoca un debate volcánico que pocas veces alcanza la primera plana de los grandes medios. 

Estados Unidos se excusa en que “la glorificación del nazismo” por la primera enmienda a la Constitución norteamericana reza: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios.”.

Ucrania justificó su voto por razones muy concretas de política doméstica. Los neonazis participaron en forma determinante en el Euromaidán, nombre con el que pasó a la historia un conjunto de manifestaciones y disturbios heterogéneos de tono europeísta que derrocaron al presidente electo Víktor Yanukóvich del prorruso Partido de las Regiones.

Los disturbios dieron comienzo en Kiev en la noche del 21 de noviembre de 2013, un día después de que el gobierno de Ucrania suspendió unilateralmente la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio​ con la Unión Europea (UE).​

Las protestas estallaron entre los universitarios y fueron la vanguardia. Con el correr de las horas se unieron distintos sectores de la población, todos descontentos con la gestión del Partido de las Regiones y los resultados de su política económico-social. 

Entre los principales gestores de la asonada se encontraban organizaciones sociales y la oposición política, incluido el grupo ultranacionalista de extrema derecha Pravy Sektor, uno de los principales organizadores del movimiento en Kiev e instigador de los disturbios, el partido parlamentario de extrema derecha Svoboda​ y las iglesias ucranianas -como la iglesia Ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev, con excepción de la iglesia Ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú-.​ 

En las manifestaciones también participaron representantes de minorías étnicas (rusos, tártaros de Crimea,​ judíos,​ georgianos, armenios y otros) y ciudadanos de otros países como Polonia, Bielorrusia, Georgia y Rusia, entre otros.​

A partir de fines del año 2013 se profundizó la grieta que dividía a los ucranianos. De ellos, 38,0% apoya una asociación permanente con Rusia, mientras que 37,8% prefería una asociación con Europa.

​Al mismo tiempo, 41% consideraba que la prioridad para Ucrania tenía que ser la integración con la UE y 33 %, por el contrario, se mostraba partidario de una unión aduanera con Rusia. El mayor apoyo a la integración con la UE se encontraba en Kiev (alrededor de 75 %) y en el oeste de Ucrania (81%); este apoyo se reducía a 56% en el centro de Ucrania, a 30% en el sur y en Crimea (sede de la flota póntica) y a 18% en el este.​

Comentarios 1

  1. Ricardo Gustavo Espeja says:

    Indudable. No hay que olvidarse que el general Patton no quería desmantelar las Waffen SS para utilizarlas en derrotar a la entonces URSS.

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