Recordado por su pensamiento constitucional, destacó en muchas otras áreas
Alberdi no sólo fue un abogado destacado en la práctica del derecho comercial, un eminente jurista que consiguió plasmar un modelo de institucionalidad constitucional en el que se pudiese contener a la Argentina real, el autor de la fórmula política que permitió encarrilar constitucionalmente al país, superando 30 años de fratricidas guerras entre unitarios y federales. En su vida también incursionó en otros ámbitos, como el periodismo, la diplomacia, la composición musical, la sátira de costumbres y el ensayo social.
Aun en su producción escrita, ésta dista mucho de ser sólo jurídica. No por nada, en la Academia Argentina de Letras, un sillón académico lleva hoy su nombre.
A su inteligencia natural le sumaba una sólida formación jurídica que principiaba en el sentido común y práctico de las cosas, pulida entre las universidades de Buenos Aires y de Córdoba.
De su paso por el Colegio de Ciencias Morales, en Buenos Aires, le quedó el gusto por la música y el análisis crítico de las costumbres. Respecto a lo primero, su afición musical le permitió componer, para sus amigos, obras clásicas de piano, guitarra y flauta. De su producción musical podemos citar: Figarillo (minué en si b mayor), La ausencia (minué en la b mayor), otro minué en en si b mayor, Vals en Fa Mayor, Vals en Si b Mayor y La candorosa, vals en la mayor.
Fue en la casa de Mariano Andrade donde estudió piano con José María Cambeses. Junto a otros, en los carnavales de 1828 integraría la Comparsa del Momo.
Su primer opúsculo, escrito en 1832, no se refería al derecho sino que se trató de El espíritu de la música a la capacidad de todo el mundo. Resumen de historia y teoría musical. En igual rubro fue, en ese mismo año, el segundo: Ensayo sobre un método nuevo para aprender a tocar el piano con la mayor facilidad.
Alberdi llegó a Córdoba a mediados de abril de 1834, viaje en galera mediante. Buscaba, además de volver al terruño, adelantar en sus estudios, pues la universidad porteña no permitía anticipar el examen de grado.
Lo rindió el 9 de mayo, en la Universidad de San Carlos. En su preparación, llamó la atención por el uso de gráficos, resúmenes y otras técnicas de estudio poco conocidas por entonces. Tras su aprobación, decreto mediante del gobernador, el rector Baigorri le confirió el grado de bachiller en derecho civil.
Pero no todo fue estudio en el breve tiempo de su permanencia en Córdoba. Su fama musical lo precedía y, junto a otros, el gobernador Reynafé le encargó la realización del baile de los festejos del 25 de Mayo de ese año.
Era brillante de intelecto, de espíritu romántico dado a lo melancólico. Su compromiso con los asuntos públicos está fuera de todo cuestionamiento, se concuerde o no con algún aspecto, pero esa firmeza no existía en la esfera de lo privado. Siendo un codiciado partido a lo largo de su existencia, se reveló incapaz de asumir compromisos afectivos sólidos en el tiempo. Sin dudas, su sentimiento más perenne fue el amor a su propio país.
Otro aspecto no muy mencionado es que, pese a que su obra como jurisconsulto se refiere casi exclusivamente al derecho público, su práctica profesional nunca desbordó los límites del derecho privado, en particular del derecho comercial, sobre todo en su estancia en Valparaíso, a donde había llegado sin nada y se encumbró como uno de los mejores abogados de la ciudad en los temas de derecho marítimo, contratos de transporte por mar y aduanas. Fue allí donde escribió Bases y su proyecto de constitución.
Vuelto al país como diputado por Tucumán en 1878, luego de una ausencia que principió en 1834, no pudo permanecer mucho tiempo. Mitre, por su oposición a la Guerra del Paraguay puesta por escrito en su obra El Crimen de la Guerra, se encargó de una sistemática campaña en su contra desde su diario.
En 1880, al ser designado doctor honoris causa por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, no pudo hacer uso de la palabra por su estado de salud, por lo que su discurso titulado “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”, fue leído.
En ese mismo año, el presidente Julio Argentino Roca envió al Congreso un proyecto para editar sus obras completas y su nombramiento como embajador en Francia. Sus obras fueron editadas, pero en el Senado la oposición, fogoneada desde el mitrismo, consiguió que no se lograra el acuerdo para la designación diplomática. Alberdi se marchó igual, desilusionado. En el trayecto su salud comenzó a declinar, en el cuerpo y en la mente, y falleció en un suburbio de París el 19 de junio de 1884, a la edad de 73 años. Aun privado de la razón en sus últimos días, sus pensamientos eran sobre la suerte de la Argentina. En 1958, la Federación Argentina de Colegios de Abogados instituyó el día del nacimiento de Juan Bautista Alberdi, el 29 de agosto, como Día del Abogado, al entender la necesidad de que tal fecha se hallara asociada a “un homenaje al ilustre autor de Las Bases, que con su copiosa obra de publicista y jurisconsulto esclareció los problemas del país”. Un reconocimiento ampliamente merecido.