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Esclavitud y racismo en el Caribe

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Por Silverio E. Escudero

Barbarito Torres, el excepcional laudista de Buena Vista Social Club, después de un gran concierto celebrado en el edificio de la Organización de las Naciones Unidas, describió como pocos la realidad histórico-social que se vive en América Central y el Caribe.

El músico fue capaz de sintetizar en términos absolutos la herencia cultural que impusieron a la región las distintas etapas de la conquista y colonización a lo largo de la historia. Temas éstos que muchas veces han soslayado, en forma deliberada, la política, los medios de comunicación y la academia. 

Esos audios y textos que forman parte del plexo probatorio de nuestra serie de ensayos sobre el Caribe representaron un encuentro con un mundo de ideas que sirvió de disparador para abrir esa puerta tan extraña para los hombres y mujeres de estas latitudes que tenemos el hábito de opinar sobre una realidad diferente aferrados a pobres visiones veraniegas. 

Barbarito denuncia siglos de opresión. La presencia y voluntad omnímoda del Gran Padrecito Blanco están en cada plantación, en cada hacienda, en cada explotación pecuaria. Es factor determinante de las relaciones políticas e interpersonales. Sin su bendición nada puede hacerse. Decide los matrimonios y cobra el derecho de pernada. Organiza la vida social y dicta las normas de convivencia. 

En cada población caribeña hay, al menos, tres clubes distintos y excluyentes. Uno exclusivo para blancos. Los otros dos para mestizos y negros. Sus actividades son regladas por el antojo de las policías bravas, que irrumpen con prepotencia en esos centros de diversión de los “desclasados” a los que pretendía exterminar Rafael Leónidas Trujillo. 

Pretendía destruir en un todo esa comunidad, Soñaba con “blanquear” la República Dominicana. Intentó de mil maneras hacerlo. Desde campañas de esterilización hasta destruir los lazos de solidaridad que fundan una comunidad y hacen al progreso de la sociedad. 

Cualquier similitud con la realidad argentina no es una mera coincidencia.

A lo largo y ancho del Caribe se cuenta la misma historia. Así nos lo refirieron, en tiempo oportuno, Teresa de Hostos Olivar, nuestra entrañable amiga puertorriqueña, y, miembros de la fundación del Partido Liberación Nacional de Costa Rica. 

Los matices son referencias sobre la crueldad de los castigos a los que fueron sometidos los esclavos y de las violaciones de mujeres y niños por el amo y sus esbirros. Con las particularidades “civilizatorias” de ingleses, franceses, alemanes, neerlandeses, españoles, daneses, árabes y noruegos, con el auxilio de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. 

A esta altura del relato necesitamos reiterar un concepto. Se debe ser claro de una vez y para siempre. El Caribe fue epicentro de un enorme crimen de lesa humanidad sin condena impulsado por la trata transatlántica de esclavos y la esclavitud. Habrá también que reconocer el coraje de hombres y mujeres de la talla de Fray Bartolomé de las Casas que enfrentaron a los beneficiarios del repartimiento de indios que fueron, junto a la esclavitud, el fundamento de las enormes fortunas del continente, con la iglesia Católica como cómplice necesario. 

Alrededor de 40% de las personas africanas esclavizadas era enviado a las islas del Caribe, las cuales, en el siglo XVII, superaban al Brasil colonizado por los portugueses como el principal mercado para la mano de obra esclavizada.

Las plantaciones de azúcar de la región, fundamentalmente propiedad de colonos ingleses, franceses, neerlandeses, españoles y daneses que también se encargaban de su explotación, acababan con las vidas de las personas negras tan pronto como se importaban.

No sería completo este mosaico caribeño si no se incorporara el aporte árabe -asociados a la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales- que cazaron esclavos indios, filipinos, indonesios, chinos, javaneses, entre otras etnias, que fueron comercializados en el sur del Caribe y la región del Surinam.

La negritud como perspectiva, los estudios sobre la mulatez, la transculturación, el mestizaje, el color cubano, el antillanismo, la creolité, dados tanto en la poesía, la narrativa, como en la distinción de modelos interpretativos, en críticas sustentadas a los esquemas de pensamiento europeo, no alcanzan a dimensionar tamaño exterminio.

El Caribe, insistimos, fue el centro de consumo y distribución más importante de América de mano de obra esclava. El lugar en el que la esclavitud tradicional adoptó su forma jurídica más extrema por medio del Código de los Esclavos, que fue instaurado por los ingleses en Barbados y el Código Negro francés. 

Esas leyes, aprobadas en el siglo XVII por las metrópolis, definían a las personas africanas como “paganas”, “bestias” y “entes no humanos” que no eran dignas de regirse por las mismas leyes que los cristianos, blancos y de buena familia. 

Los legisladores procedieron a definir a las personas africanas como no humanas, un tipo de propiedad sobre la que los compradores y sus herederos adquirían su titularidad para siempre. 

Los códigos de esclavos se propagaron rápidamente por todo el Caribe y, finalmente, se convirtieron en el modelo que se aplicaba a la esclavitud en las colonias inglesas del sur, productoras de algodón que, posteriormente, se convertirían en los Estados Unidos y posteriormente uno de protagonista de la Guerra de Secesión.

La resistencia a la opresión de la esclavitud y el colonialismo étnico ha convertido al Caribe en un enclave destacado en la política de la libertad. Las revueltas producidas en los barcos de esclavos se propagaron en cascada en forma de rebeliones en las plantaciones y las ciudades, todas brutalmente reprimidas. 

El activismo popular y de base ha generado una herencia de oposición al racismo y el dominio étnico. El Caribe acogió la revolución haitiana (1804), que dio lugar al primer Estado negro libre del mundo y a la consiguiente proliferación de democracias constitucionales.

El mundo poscolonial posmoderno nunca será el mismo como resultado de su herencia de resistencia y del simbolismo de la justicia racial, elementos clave que han permitido a la humanidad avanzar hasta alcanzar su máximo y mejor potencial posible.

Si se lograra eliminar el contaminante tóxico que supone el racismo étnico jerárquico de todas las sociedades y permitirles adoptar una perspectiva horizontal sobre la diversidad étnica y cultural y las formas de vivir, se posibilitaría que el siglo XXI fuera profundamente revolucionario. 

Pero no es así. Haití desfallece. Paga con su sangre el haber pretendido ser libre y sentarse a la mesa -en un pie de igualdad- del amo blanco. Es por todo esto y por los motivos conexos que el Caribe se ha convertido en epicentro de un movimiento de justicia reparadora en el mundo. 

Su campaña de reparación de los delitos de la esclavitud y el colonialismo ha servido de modelo para el Sur Global en su búsqueda de unas condiciones equitativas para el desarrollo dentro del orden económico internacional. 

Naciones Unidas recuerda por este tiempo que la esclavitud no es una reliquia del pasado. Su versión moderna cuenta actualmente con unos 50 millones de personas, sometidas a trabajos forzados o viven atrapadas en matrimonios forzados, cifras con base estimaciones mundiales que publicó la Organización Internacional del Trabajo sobre este tipo de servidumbre.

“La mayoría de ellas, 28 millones, son víctimas de trabajos forzados y el resto, 22 millones, viven atrapadas en matrimonios forzados. Unas cifras que no pararon de crecer durante los últimos cinco años, con diez millones más de personas en situación de esclavitud moderna en comparación con las estimaciones mundiales de 2016.”

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