El testamento político de Lenin

Por este tiempo se conmemora el primer centenario de la redacción de una serie de documentos -cortos- que en conjunto constituyen el testamento político de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin. Ellos integran uno de los legajos más trascendentes de la historia política del siglo XX.

Se trata de la “última carta” que dictó Lenin, desde su lecho de enfermo, dirigida al XIII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en la que expone sus opiniones sobre la situación por la que atravesaba el partido. Formulaba nuevas propuestas organizativas que incluían ampliar el comité central (CC) de éste, su visión sobre el futuro político de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la caracterización de los dirigentes que habían sido propuestos para liderar el CC y el partido.

Esta carta, que se leyó a los delegados del congreso, realizado en mayo de 1924, fue parte de la discusión interna del encuentro, obstruido por Iósif Stalin, quien logró que el texto fuera suprimido de las actas del congreso y, luego, prohibida su difusión, censura que duró todo el periodo estalinista.

Este documento tiene una importancia central porque plantea una serie de propuestas programáticas al conjunto del partido para frenar su burocratización. También, porque es el postrero esfuerzo de Lenin para destituir a Stalin, cuyos planes hegemónicos en nada se diferenciaban de los de la ultraderecha europea.

La lectura circunstanciada del llamado “testamento” destruyó el mito construido por los escribas estalinistas que presentaron a Stalin como el discípulo predilecto de Lenin, los mismos que lo convirtieron en una especie de héroe cuasi-divino, recto, superior… desprovisto de cualquier rasgo humano.

Extraña herencia la estalinista que receptaron alborozados los populismos latinoamericanos.

La recuperación y preservación del testamento leninista se la debemos al trotskismo, que permitió mantener la imagen viva de un Lenin más humano, flexible, audaz y perspicaz, sin perder la intransigencia que un revolucionario debe tener para hacerle frente a cada situación a la que deba enfrentarse.

Fue ése el comienzo de la lucha por la sucesión cuando Lenin tuvo los primeros ataques de su enfermedad.

El buró político, que sin Lenin tenía seis miembros, vio nacer una facción que tenía como único propósito evitar que León Trotsky ganase la mayoría que le permitiera convertirse en "el heredero” de Lenin.

La troika (tríada) estaba conformada por Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y Stalin. Claramente, este último fue quien más provecho obtuvo de esta alianza.

En los últimos meses de 1922, como secretario General Stalin se apropió de los resortes del poder y controló todos los movimientos del partido.

Lenin observaba con preocupación el creciente poder que Stalin acumulaba, y estaba dispuesto a dar un combate dentro del CC en contra de estos métodos que minaban el camino del gobierno revolucionario ruso y el desarrollo de la revolución internacional.

A medida que la salud de Lenin empeoraba, la política del secretario General se volvía cada vez más agresiva y reaccionaria. En la reunión del CC de noviembre de 1922, en la que ni Lenin ni Trotsky estuvieron presentes, se votó un cambio radical en el comercio exterior que debilitó las bases del monopolio estatal en beneficio del sector privado.

Trotsky, en representación de Lenin, se encargó de defender la postura de ambos y logró que se retrocediera con la medida en diciembre.

Ese mismo mes, Lenin comenzó a dictar su “testamento”. Estaba destinado a ser leído en el congreso del partido que se realizaría en abril de ese mismo año. Sin embargo, no fue difundido. ¿Qué había en el testamento que tanto atemorizaba a la troika?

El testamento de Lenin está formado -como hemos señalado- por una serie de cartas y notas por él dictadas a sus dos secretarias, entre el 14 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923.

Son escritos cortos y sintéticos, porque tenía unos pocos minutos al día para poder dictar sus ideas, por exigencias médicas. La tensión del revolucionario estaba centrada en tres aspectos: el problema de la dirección del partido, el rol de la Gosplan (Comisión de Planificación del Estado) y la cuestión de las nacionalidades. Todos apuntaban directamente a Stalin.

Lenin proponía aumentar el número de miembros del CC a 50 o incluso a 100, con la idea de incorporar a jóvenes obreros para que adquieran la experiencia política necesaria y sumaran su aporte para mejorar las pésimas condiciones en las que se hallaba el aparato del partido.

Estos jóvenes no tenían por qué provenir de estructuras del aparato sino que tenían que estar “cerca de los obreros simples y campesinos”.

Apuntó contra la incapacidad de la Inspección Obrera y Campesina, órgano dirigido por Stalin, encargado de controlar la burocracia y el mal manejo de las instituciones del Estado, y proponía ligarlo a la Comisión de Control.

Era la pieza maestra de su plan de reorganización del CC y de toda la cima del organigrama del partido.

Frente a la polémica con respecto a una posible escisión en éste por las diferencias entre Stalin y Trotsky, se inclinó hacia el segundo, al quien destacó como el más capaz de entre los miembros del CC -aunque agregó que tenía una excesiva confianza en sí mismo y que se sentía demasiado atraído por los asuntos administrativos-.

Trotsky tomó estas palabras como lo que eran: una crítica política entre revolucionarios. Sin embargo, cuando se refirió a Stalin alertó sobre el inmenso poder que estaba acumulando y puso en duda que supiera utilizarlo prudentemente.

Días más tarde, el 4 de enero, hizo un agregado contundente: calificó a Stalin como “grosero, defecto intolerable en las funciones de secretario General”; y agregó: “Propongo a los camaradas que reflexionen sobre el modo de desplazar a Stalin de ese cargo y de nombrar a otra persona que tenga sobre el camarada Stalin una sola ventaja: la de ser más tolerante, más leal, más cortés y más atento para con los camaradas, de un humor menos caprichoso, etcétera”.

El segundo punto que desarrolló en el documento fue la Gosplan. Nuevamente Lenin se ubicó del lado de Trotsky y reconoció que era una “idea sana” mejorar sus capacidades. Para eso se debía incorporar a profesionales y especialistas que trabajasen en común con la dirección del organismo.

En la carta del 14 de diciembre de 1922, la secretaria de Lenin copió: “Pienso proponer al congreso que otorgue un carácter legislativo, en ciertas condiciones, a las decisiones de la Gosplan, accediendo en este punto al camarada Trotsky, en cierta medida y en determinadas condiciones”. Lenin veía la necesidad de profesionalizar esta tarea aumentando la competencia del órgano estatal.

Pero “la bomba contra Stalin” se refería al problema de las nacionalidades. Allí acusó directamente al aparato del partido de sostener los peores métodos del zarismo en Georgia, donde se había impuesto por la fuerza el Estado soviético y el centralismo burocrático.

Lenin apuntó directamente al comisario del Pueblo para las Nacionalidades –Stalin–, encargado de establecer relaciones entre el gobierno y el resto de las nacionalidades menores, que fueron brutalmente oprimidas durante el zarismo.

Lo acusó de chovinista y social-nacionalista, planteando que tenía un problema de principios: comprender la naturaleza del internacionalismo.

Lenin sostenía que era la nación opresora la que no sólo debía reducirse a observar la igualdad formal de las naciones oprimidas sino que tenía que luchar efectivamente por mejorar las condiciones de las pequeñas naciones y establecer lazos solidarios y democráticos en función de fortalecer la Unión de las Repúblicas Soviéticas. “Quien no haya comprendido esto, no haya comprendido la posición verdaderamente proletaria frente al problema nacional, en el fondo sigue manteniendo el punto de vista pequeñoburgués”.