Por Silverio E. Escudero
Los peregrinos argentinos en viaje por Medio Oriente se unen a la multitud de cristianos de Oriente y Occidente que celebraron, este año, en forma conjunta, la resurrección de Cristo en la iglesia del Santo Sepulcro, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. El lugar más sagrado del cristianismo.
Los recuerdos y sensaciones de la mayoría de los devotos están teñidos con los colores de la fe: otros, más precavidos -alejados de la tecnología- observan con detalle el conjunto que les servirá para dar color a sus anecdotarios personales.
Uno de esos viajeros, habitante del Gran Córdoba, precavido, anotó en cuadernos sus aventuras, desventuras y peripecias del viaje. En esa su bitácora dejó constancia del clima de tensión y violencia que reinaba entre las congregaciones que custodian el Santo Sepulcro. Tensión y violencia que culminó con escenas de pugilato entre estos verdaderos barrabravas de dios por supuestas violaciones a las normas que intentan mantener un clima de armonía entre los condóminos.
Trifulca que concluyó con la intervención de la policía israelí, la detención e identificación de los implicados, y “la invitación” a nuestro informante a comparecer en carácter de testigo por tratar de separar a un fornido etíope –del rito copto- y un armenio, custodio de la capilla de Santa Elena que, ensangrentados, rodaban por el empedrado, golpeándose sin piedad.
La iglesia del Santo Sepulcro, por estas rencillas casi cotidianas, dejo de ser un lugar sosegado y de reflexión. Es el escenario de peleas frecuentes entre monjes y curas. En agosto de 2002, una de ellas terminó con una docena de personas hospitalizadas y más de un centenar detenidas, tras la riña “provocada por un religioso copto que movió su silla buscando la sombra, algo que indignó a los monjes etíopes. Los armenios y los griegos, ambos ortodoxos, se tienen especial rencor y han llegado en más de una ocasión a las manos.”
La Policía de Israel, en los primeros días del mes de agosto de 2008, envió dos batallones antidisturbios para calmar los ánimos. La batalla, según los dichos de los testigos, fue de una ferocidad inusitada. El enfrentamiento entre monjes ortodoxos armenios y griegos se produjo al inicio de una procesión de religiosos armenios en conmemoración del descubrimiento en el siglo IV de la cruz en la que murió Jesús. “Los griegos se molestaron por el desarrollo de la marcha sin uno de sus miembros presente, temiendo que el acto le restara méritos a su reclamo sobre el Edículo del Sepulcro, la estructura antigua alzada en la que sería la tumba de Jesús, permitiéndoles en cambio a los armenios el clamar derechos sobre ella.”
Si bien se atribuye a Elena, la madre del emperador Constantino, en su peregrinaje a Tierra Santa y otras provincias del Medio Oriente, el redescubrimiento y demarcación del camino de Jesús, y la excavación en el monte Calvario que llevó a encontrar la Vera Cruz, no ha logrado el milagro de armonizar intereses y responsabilidades en tan sagrado recinto.
Diferencias que se profundizaron en tiempos de las Cruzadas.
Saladino, el Sultán de Egipto y Siria, impuso su autoridad y ordenó el caos de los cristianos, evitando que se autodestruyeran. Y, de paso, extender un manto de protección para evitar que otros musulmanes la dañaran, como ocurrió en 1009 cuando el califa al-Hakim ordenó que se quemaran varias iglesias en Tierra Santa, incluido el Santo Sepulcro.
Saladino, en persona, encargó a las familias Al Husseini y a la de Nuseibeh la custodia cooperativa del templo. Los Al Husseini son los guardadores de la llave y la familia de Nuseibeh tiene a su cargo el trabajo físico de abrir y de cerrar la puerta de la iglesia. Ceremonia que se repite cada mañana, cuando las puertas de la iglesia se abren a las cuatro de la madrugada, miembros de las dos familias -o un representante designado por ellos- están presentes para lo que se ha convertido en un acto ceremonial de cooperación.
El representante musulmán retira el pestillo y empuja para abrir una puerta; luego un clérigo de la Iglesia Católica Romana, Ortodoxa Griega o Armenia Ortodoxa -quienes se rotan la encomienda- abre la otra puerta desde el interior, mientras que algún un clérigo de las otras denominaciones supervisa la ceremonia. Lo mismo sucede al revés, cuando la iglesia cierra sus puertas a las 7 de la tarde.
Los historiadores, sin embargo, no pueden determinar a cuánto tiempo se remonta el papel de estos porteros, pero tampoco han hecho serios intentos de refutar el legado, algo que la mayoría considera esencial para las operaciones diarias de la iglesia. “Es básicamente como un montón de cosas en la iglesia; es una tradición”, señala Raymond Cohen, profesor emérito de relaciones internacionales en la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien estudió la iglesia y escribió el libro Saving the Holy Sepulchre (“Salvando el Santo Sepulcro”). “Y, en realidad, creo que es una de las joyas de Jerusalén”.
Reiteramos, la familia de Al Husseini tiene la llave; los Nuseibeh tienen a su cargo el trabajo físico de abrir y de cerrar la puerta de la iglesia, un deber que se remonta a 637, cuando el califa Omar lleva el Islam a Jerusalén, explica Wajeeh. Y Nuseibeh, sentado en el banco junto a Al Huseini, dice: “Nuestra familia llegó por primera vez a Jerusalén con Omar”, y desde entonces se le ha confiado la protección de la iglesia de los vándalos y entrega su tarjeta de presentación, que declara que es “Custodio y portero de la Iglesia del Santo Sepulcro”. Hecho que niega Al Husseini que reclama primacía.
¿Quiénes son los boxeadores de Dios? El diario El País nos aproxima a “Las fronteras sagradas”. Éstos son los protagonistas:
1. Griegos: La llamada Hermandad del Santo Sepulcro controla la mayor parte del templo, que los griegos ortodoxos llaman “Iglesia de la Resurrección”. Bajo su custodia está, entre otros, el Calvario, la roca en la que se levantó la cruz de Cristo; la piedra de la unción del cuerpo de Jesús y el acceso al templete donde se hallaba su tumba. En el Katholicón, o Coro de los Griegos, se halla el Ónfalo, un punto que varias referencias bíblicas consideran el centro del mundo.
2: Franciscanos: el Vaticano les encarga la custodia de Tierra Santa, pero la presencia católica está en los márgenes de los lugares cruciales. Suya es la capilla de la Crucifixión, junto al Calvario, y los oratorios consagrados donde Cristo resucitado supuestamente se apareció a María y la Magdalena. En otra gruta, los franciscanos veneran el lugar donde Helena descubrió la cruz.
3: Armenios: su tesoro está en el subsuelo: la recóndita capilla de Santa Helena, la madre del emperador Constantino, que en el siglo IV dijo haber localizado la mayoría de lugares sagrados del cristianismo.
4, Coptos: los cristianos de Egipto tienen una pequeña capilla en la parte trasera del templete que alberga la tumba de Cristo. Adoran en ella, dicen, la parte externa de la piedra en la que reposó la cabeza de Jesús ya muerto.
5. Estiopes: están relegados al tejado de la iglesia del sepulcro, cuyo terreno se disputan con los coptos. De hecho, aprovechando los servicios de Pascua de 1970, ocuparon el espacio de esa terraza que hasta entonces controlaban los propios coptos y cambiaron los cerrojos. Desde entonces, un monje copto hace guardia.
6. Sirios: son una de las comunidades más antiguas en Tierra Santa, pero controlan a duras penas una dejada capilla en el acceso a la tumba de José de Arimatea, en disputa con los armenios.