Enrique Martínez, presidente del Instituto de Tecnología Industrial (INTI).
El país crece una vez más a tasas chinas porque sus recursos naturales y su ubicación en las cadenas de valor globales permiten un crecimiento sostenido de sus exportaciones, a la vez que la política oficial de sostener y estimular la capacidad adquisitiva media permite mantener y reforzar el mercado interno.
La macroeconomía argentina, deberíamos decir que está floreciente. En ese escenario irrumpen algunos miles de personas –que simbólicamente representan a algunos millones de habitantes del país– y reclaman un techo.
Lo hacen en términos traumáticos. Por dos razones: a) Porque objetiva y subjetivamente su accionar entra en conflicto con otros habitantes. b) Porque quedan a la luz interpelando la política y la conciencia ciudadana de una manera brutal.
El país avanza en términos económicos, casi se diría que viene dando un salto hacia adelante y la brecha entre los que tienen y los que no tienen, como mínimo, se mantiene. ¿Cómo es esto?
Los “reaccionarios” dicen que la culpa la tienen los pobres, que no se educan o no se las saben arreglar, junto con los que dejaron entrar al país inmigración pobre.
Los “progresistas” dicen que hay que tener paciencia, que el alza de la marea elevará todos los botes, además de fijar políticas de ingresos como la asignación universal por hijo o similares.
Los unos y los otros
Los desinteresados por la política, mientras tanto, que son rotunda mayoría en el país, ven por televisión construcciones reales o semificcionales que muestran la clase media amenazada por los que quedaron fuera del sistema, y terminan concluyendo que lo mejor que se puede hacer es que se queden allí afuera.
La dolorosa brecha, que separa y aísla un universo de necesidades básicas en la que a la vivienda se suman como falencias la alimentación, la educación de calidad, hasta la esperanza misma, nos está dando el alerta de que hay que trabajar allá, del otro lado de la brecha. Hay que focalizar políticas para darles un horizonte a quienes hoy no lo tienen y esas políticas no tienen sentido sin la participación plena de los propios excluidos actuales.
Barrios de viviendas con alto porcentaje de autoconstrucción. Sistemas de producción comunitaria de bienes que satisfacen necesidades básicas, acompañados por espacios de comercialización intracomunitarios. Infraestructura social de jerarquía equivalente al resto de la sociedad. Propuesta educativa especialmente fortalecida.
Son títulos que en el INTI hemos pensado y sobre los que hemos trabajado con variada intensidad. Pero no son cuestiones instrumentales, simplemente, que las resolverá el mejor ingeniero o el mejor trabajador social.
Cuestión de principio
Hay una cuestión previa, sobre la cual ya hemos trajinado en esta columna mensual, pero sobre la que debemos volver ante la contradicción de un país con números globales florecientes y una minoría excluida y desesperada, a la cual otras minorías políticas y especuladoras terminan manipulando hasta contra sus intereses y, por supuesto, sin resolver la demanda.
Esa cuestión pasa por acordar que el hambre y la pobreza extrema deben ser encarados en forma directa, con miradas y tecnologías propias y dirigidas a esos dramas en concreto, evitando las aproximaciones indirectas o por arrastre, que terminan siendo puros espejismos.
Cada excluido debe recuperar su condición humana digna, debe ser dueño de su propio destino. Y eso se conseguirá ayudándolo a usar sus manos y su mente en términos productivos, más que convirtiéndolo en un consumidor marginal por aportarle ingresos de algún subsidio. Esto siempre será un paliativo. Válido, pero no la solución final.