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El proceso de Sócrates: un aprendizaje indeleble en el tiempo

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Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet

Meses atrás, brindando clases en una maestría internacional sobre retórica clásica y argumentación jurídica, abordé los pensadores de la sofística, puesto que, por ellos, se habrá de expandir la retórica entre los griegos y que fue conocida por los sicilianos Córax y Tisias, quienes -según indican las fuentes- son los padres de la retórica. 

Fue por los sofistas, también, que ganó mala fama la retórica y la llevó al desprecio inicial de Platón y luego a su revitalización por Aristóteles. En ese entorno, un punto de inflexión para dichas transformaciones, a la distancia, se puede ponderar en la figura neblinosa de Sócrates. Especialmente en lo que se refiere a su muerte y, antes, al proceso judicial que a ella lo encamina.

Tristemente, los maestrandos de esa cohorte, como de otras anteriores, tenían una imagen difusa y precaria, centralmente infantil, del juicio contra Sócrates y, por lo tanto, las conclusiones procesales, políticas y filosóficas no podían ser de mayor consistencia. 

Dicha ignorancia, originada en el grado de las Facultades de Derecho, no se condice con el interés académico que investigadores, juristas y estudiosos han brindado desde siempre al mencionado tema, y que una vista a Google Académico demuestra con elocuencia, como también la significativa bibliografía científica que existe. 

Con todo ello a la vista, adelantamos que nada nuevo bajo el sol habremos de descubrir; sólo queremos ilustrar sobre una materia que ordinariamente cumplen abogados y jueces, como es intervenir y decidir en pleitos. En especial sobre éste, que se inscribe en el listado de los más famosos de la historia universal. 

Corresponde una ordenación política del tiempo en que acontece el juicio; esto es, el año 399 a. C.; para esa época, Atenas había perdido el brillo del siglo de Oro de Pericles, que nos ha dejado marcado el modelo ideal de la vida democrática y política. 

Esa vida política había sido gestada a partir de las grandes reformas que se habían producido en tiempos anteriores. La primera, con Clístenes entre 510 a. C. y 505 a. C. y, luego, la de Efialtes, en 462 a. C.; será sobre esas últimas transformaciones políticas e institucionales que habrá de gobernar Pericles, especialmente entre 442 a. C. y 429 a. C. Muerto Pericles por la gran pandemia de Atenas, la guerra del Peloponeso se amplifica y se extiende hasta 401 a. C., para clausurarse con la batalla de Queronea en 388 a. C., cuando Atenas cae en poder de Esparta y, con ello, se instalará la tiranía y vendrán tiempos de desintegración política -sin perjuicio de los esfuerzos del arcontado de Euclides de 403 a. C.-, que -luego- facilitarán la desaparición de Grecia en manos de los macedonios y de Alejandro Magno. 

De tal modo, el juicio a Sócrates se produce en tiempos de turbulencia política y cuando ya se advertían indicios de descomposición en los espacios públicos. Diríamos, en lenguaje moderno, una sombra de corrupción atravesaba las instituciones democráticas y judiciales que se habían reformado y que, por obra de Aristóteles, podemos utilizar para darle marco escenográfico al proceso. 

Aristóteles nacerá en 384 a. C., unos 15 años después del juicio a Sócrates, ingresará con 17 años a la Academia de Platón y permanecerá hasta sus 40 años, cuando inaugure su propia escuela, el “Liceo», y morirá sobre el 322 a. C. Los últimos años del filósofo están dedicados al estudio comparado de las instituciones políticas de las ciudades de Grecia, obra perdida en buena parte, aunque se ha podido recoger lo que conocemos como “La Constitución de los Atenienses” (circa 325 a. C.) y por ello, quizás la última producida por el estagirita. 

Por dicha obra, reconocemos el funcionamiento institucional de las magistraturas en Atenas y por las fuentes doxo-bibliográficas, lo del proceso a Sócrates. Por ambos aspectos, caben las siguientes precisiones: i) que fue un proceso especial, por estar vinculado a una acusación que implicaba una cuestión religiosa. Los denunciantes, si luego no conseguían al menos un quinto de votos, debían pagar una multa; incluso podían perder la ciudadanía; ii) por dicha razón, el juicio estaba presidido por el arconte rey; iii) lo cumplieron 500 jurados, elegidos por sorteo entre los ciudadanos mayores de 30 años; iv) las prácticas procesales propiciaban una clara idea de transparencia; v) no existen abogados en el pleito y los jurados no cumplen deliberación de ningún tipo sino que actúan y deciden según el juramento brindado y su conciencia; vi) el juramento impone: “Votar de acuerdo con las leyes allí donde existan leyes y, donde no existan, votar lo más justamente que podamos”; vii) el proceso tuvo como resultado final una decisión condenatoria por mayoría; viii) la condena fue a la muerte de Sócrates. 

Hacemos ahora, en igual orden, algunos agregados sintéticos a tales núcleos: i) la denuncia fue formulada por Meleto, Ánito y Licón. La central es la primera y se acusaba a Sócrates de negar la existencia de los dioses de la ciudad e incorporar otros, así como de obrar en contra de las leyes de la polis corrompiendo a los jóvenes; ii) el arconte, además, debía realizar una audiencia preliminar con acusado y acusador y merituar la procedencia del juicio y -en su caso- convocar a los jurados; iii) el sorteo se cumplía poco tiempo antes del juicio y las personas sorteadas se correspondían con las distintas tribus de la polis y cada uno cobraba una cantidad de dinero; iv) el juicio es público, se iniciaba y terminaba en el mismo día y los tiempos para la acusación, defensa y votación estaban marcados por el flujo de la clepsidra. Los jurados –o sea, los que juran- votaban mediante un objeto -ostracón, un fragmento de piedra caliza- uno agujereado para marcar culpabilidad y otro liso -inocencia-, que depositaban en una ánfora de bronce o madera, respectivamente. 

v) Existían rétores que se encargaban de escribir las acusaciones y/o defensas que luego las partes memorizaban. Sócrates rechazó la buena defensa que Lisias le preparó, la que -a juicio del mismo Cicerón- habría sido suficiente para triunfar, pero “Sócrates que, con haber sido el más sabio y virtuoso de todos, se defendió en el juicio capital de tal manera que no parecía reo ni suplicante, sino maestro o señor de sus jueces (…). Yo no disputaré -dice Cicerón- si su doctrina -de Sócrates- es mejor o más verdadera; sólo digo que una cosa es la filosofía y otra cosa la elocuencia, y que la una puede ser grande sin la otra” (Diálogos del orador, L.1). Al no existir deliberación, la incidencia de los argumentos persuasivos era muy importante para el ánimo de los juzgadores y muchos de los logógrafos explotaban su habilidad para ello y ensayaban estrategias que Sócrates rechazó por indignas, como era y sigue siendo, el falacia ad misericordiam. Refiere Conrado Eggers Lan: “Andócides, luego de su erudita y jurídicamente fundamentada argumentación, en De Misteriis, termina por lamentarse de no poder traer consigo, para pedir por él, a su padre, que ha muerto, o a los hermanos que no tiene, o a los hijos que no han nacido; por lo cual solicita a los jueces que se pongan en el lugar de su padre, sus hermanos y sus hijos” (en Platón, Apología de Sócrates).

vi) El valor del juramento de cualquier modo se encontraba devaluado en mucho; así lo refiere el mismo Cicerón en su discurso Pro Flacco (IV 9, 10; V 11, 12), recordando: “Cuando un testigo griego se presenta con intención de hacer daño, no piensa en las palabras a jurar, sino en dañar (…) Para tales sujetos el juramento es una broma, el testimonio un juego (…) todo se basa en procaces mentiras” (en Burckhardt, Jacobo; Historia de la cultura griega); vii) en el proceso griego, si el jurado condenaba inicialmente a una pena no capital, debía volver la palabra al ajusticiado para que sea él quien proponga su sanción, la que después sería aprobada a no por el Jurado. En el caso, la votación por la condena fue por 61 votos, mientras que la segunda vuelta, por el castigo capital, fue de 221 votos. La razón fue que Sócrates propuso que sea halagado por la polis, atento a todo lo que había hecho por ella (¿soberbia, ingenuidad, coherencia?); viii) Sócrates ha sido fiel a su modo de vivir; dice haberse preparado toda la vida para dicho momento; negó utilizar los mecanismos generativos de piedad por indignos y humillantes, también rechazó la huida que su amigo Critón sugiere. Finalmente espeta al jurado que lo condena, que se habrán de arrepentir de haber condenado a un hombre sabio. A ello, diversas fuentes indican que en el 330 a. C. -es decir, 70 años después- se le pide al gran artista Lisipo una cabeza en bronce del filósofo, para que luzca en el Pompeion.

Las últimas palabras dedicadas al jurado son memorables y las usamos para cerrar esta contribución, que continuaremos en otro momento, dando las claves de la interpretación ética del proceso. 

Dice Sócrates: “Porque si ustedes creen que condenando a muerte a los hombres impedirán que algunos les reproche que no viven correctamente, no reflexionan bien. En efecto, ése no es un [modo] de desembarazarse, ni eficaz en absoluto, ni honorable; el único [modo] realmente honorable y fácil, no es el de impedir a los demás, sino el de preparase a sí mismo de modo de llegar a ser el mejor” (39d).

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