Una modesta película terminó convirtiéndose en un elemento de formación jurídica
Por Luis R. Carranza Torres
Se trata de una comedia ambientada en un juicio. El proceso, destinado a ser un simple telón de fondo para contar una historia entretenida, terminó convirtiéndose no sólo en el toque que la convirtió, primero, en un éxito, y luego en un clásico de culto. Es, también, aún hoy, un cuarto de siglo después, lo que lleva a ser una referencia habitual en los cursos y materias encaminados a la enseñanza práctica del derecho.
My Cousin Vinny en su título original en inglés o Mi Primo Vinny entre nosotros, traducción directa del anterior, fue filmada en 1992. Dirigida por el británico Jonathan Lynn con un modesto presupuesto, el reparto es un conjunto destacado de buenos actores, si bien no del conocimiento masivo: Joe Pesci como Vincent “Vinny” La Guardia Gambini, Marisa Tomei interpreta a Mona Lisa Vito, su sufrida novia, Ralph Macchio es Bill Gambini, el primo en problemas, y Mitchell Whitfield actúa a Stanley Rothensteinse, el amigo que comparte el problema con el primo de Vinny. Por su parte, Fred Gwynne hace de un impagable juez sureño, el honorable Chamberlain Haller, y Lane Smith se desempeña con su habitual experiencia como el fiscal Jim Trotter III.
La historia, en principio, no tiene grandes elementos argumentales: debido a una serie de fatales coincidencias, dos jóvenes neoyorkinos que viajaban por el sur de Estados Unidos son tomados por ladrones y asesinos al entrar a un bar, al lado de la ruta, que acaba de ser asaltado y muerto uno de sus dueños. Con tanta mala estrella como poca plata, deciden llamar al primo de uno de ellos para que los represente como abogado.
Vincent acepta la defensa más por una cuestión de cariño familiar que por estar capacitado para llevarla a cabo. Se ha graduado en una universidad de medio pelo, más por copista y plagiador del esfuerzo de otros que por haber aprendido algo. De hecho, ni se ha matriculado para ejercer la profesión legal. Se trata de una de esas personas que siempre ha buscado vivir del modo más cómodo posible con el menor esfuerzo, escapándole a cualquier responsabilidad. Un chanta, simpático por demás, tal como lo es la mayoría de ellos.
No se destaca por su conocimiento de la ley. De hecho, no la conoce en lo absoluto. Pero tiene, como se dice, “calle” y eso le permite salir airoso del pleito. También, crecer como persona asumiendo la responsabilidad de tener la vida de otro en sus manos. Fruto tanto de una como de otra cosa, a lo largo de la cinta se muestra esa habilidad suya para investigar los hechos, conseguir pruebas, preparar una estrategia para el juicio, sostener posturas o formular las preguntas justas a los testigos.
Una corte rural en Alabama es el escenario principal del filme, donde chocan de forma divertida lo opuesto de las idiosincrasias de dos italoamericanos de Nueva York, como son Vinny y su prometida Mona Lisa, respecto al carácter más apocado, reservado y tradicional de la gente del lugar.
Más allá de los aspectos propios como película de comedias, lo real de los detalles acerca de lo que ocurre en una audiencia de juicio ha llevado a que se convierta en un objeto de referencia, en diversas partes del globo, cuando se trata de enseñar o reflexionar sobre las implicancias de las prácticas de litigación.
Es por ello que distintos organismos de lugares tan diversos como el Poder Judicial de Neuquén o el Colegio de Abogados de Málaga lo emplean periódicamente a tales fines. Por su parte, la American Bar Association la situó en el tercer puesto de la lista de las mejores 25 películas del género judicial de todos los tiempos.
Como se ha dicho también, uno de los atractivos de la trama es que se trata de una película sin villanos. No se cuenta un enfrentamiento maniqueo entre el “bien” y el “mal”, como ocurre en la generalidad de las películas que reflejan juicios, cualquiera sea el género desde el cual lo aborden. El juez no es corrupto sino todo lo contrario, sumamente correcto y muy estricto en aplicar las leyes. El fiscal es aún más justo y con todos los códigos respecto del adversario a la hora de actuar su papel en el proceso.
El antagonista en realidad, de unos y otros, es algo que quienes litigan conocen al dedillo: lo azaroso de cómo se presentan los hechos y las dificultades para probar lo que ocurrió, en el curso de un proceso. Y, por detrás de ello, la incertidumbre con la que tanto la defensa como la acusación llevan a cabo su tarea. Carl von Clausewitz, en su obra De la guerra, definió para la ciencia militar la “niebla de la guerra” como esa naturaleza ambigua e incompleta de la información que se tiene durante el transcurso de un conflicto y que hace que los comandantes tomen decisiones fundamentadas basados más en su intuición (Fingerspitzengefühl) que llevando a cabo un razonamiento lógico, por no contar con todos los elementos necesarios para eso. Existe también, mutatis mutandi, una “niebla del proceso”, y en esta cinta cinematográfica se la retrata con todo acierto.
Es por ello que, más allá del éxito comercial en su tiempo, y el respeto de la crítica especializada, que le valió a Marisa Tomei un Oscar como Mejor Actriz de Reparto, la película conserva su vigencia no sólo respecto de los amantes del cine sino como útil muestrario de las cosas a que uno debe atender y dedicarse cuando lleva adelante un pleito.