Eduardo Velasco, en el prefacio de su libro Esparta y su Ley, se alza contra esa consideración usual sobre los espartanos como “un estado militarista y brutal”, por ser “un reflejo deliberadamente distorsionado de lo que realmente fueron”. Esto lo adjudica a las fuentes de los tradicionales adversarios de los espartanos, los atenienses: “Tras la fachada perfecta de hombres aguerridos y mujeres atléticas se escondía el pueblo más religioso, disciplinado y ascético de toda Grecia, que cultivaba la sabiduría de un modo discreto y lacónico, lejos del ajetreo y la chabacanería urbana” que ya entonces habían hecho su aparición en otras polis.
Sin dejar de presentar varios puntos oscuros y reprochables, la organización institucional espartana fue la primera establecida en Grecia, con no pocos aspectos de avanzada a destacar. Tradicionalmente dichas reformas se adjudican a Licurgo, personaje que ocupa un lugar discutido entre la existencia histórica y la pertenencia a la leyenda mítica.
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