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El mar de Aral, una tragedia ambiental que pudo ser evitada

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Hace demasiado tiempo que no invito a viajar teniendo como guía nuestro (el vuestro) antiguo y ajado Atlas. Ese que conservamos en algún rincón de la biblioteca o cubierto por el polvo del cuarto de las cosas olvidadas.

Vayamos por él. Aun a sabiendas de que a un solo click el ordenador trae imágenes casi perfectas e historias increíbles. La tarea de hoy es redescubrir aquellas antiguas notas que referían a los viajes de Marco Polo y los escenarios salidos de la imaginación de Emilio Salgari, Julio Verne, Alejandro Dumas, Arthur Conan Doyle y Jack London, entre muchos otros.

Esta vez marchamos, unidos y con barbijos, hacia los confines de Asia Central. Al lugar donde confluyen los límites de las antiguas ex repúblicas soviéticas de Kazajistán y Uzbekistán. 

Viajemos a las costas del mar de Aral, aquel que fue uno de los más bellos lagos endorreicos del mundo; que continúa siendo representado en los mapas con un azul cobalto profundo, como si aún fuese el cuarto más grande del mundo, con una superficie mayor de 68.000 km², y que es el centro de una de las mayores tragedias ambientales del planeta.

Todo empezó cuando, en su locura, Iosef Stalin, dueño de la vida y hacienda de todos los habitantes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), decidió transformar a su antojo la región. Eran tiempos del centralismo democrático y de la economía planificada. Tiempos en los que nada importaba salvo los intereses estratégicos del Kremlin. 

Larga sería la lista de denuncias por violaciones de los derechos humanos, el traslado forzoso de poblaciones enteras y los desaguisados ambientales cometidos por Moscú,  defendidos, aun cuando fueran vergonzantes, por los capítulos latinoamericanos del Partido Comunista. 

En esa cadena de delitos de gravedad inusitada se encuentra el tema de la semana. 

Todo comenzó entre 1953 y 1954, cuando el gobierno soviético decidió el trasvase de los ríos Amu Daria y Sir Daria -que alimentaban la cuenca del Aral- hacia el desierto del norte de Asia Central para transformarlo en una inmensa área cultivable, con el fin acrecentar la producción de arroz, melones, trigo y maíz; y especialmente algodón, habida cuenta de que la URSS pretendía convertirse en uno de los principales productores mundiales -objetivo que consiguió; en la actualidad, Uzbekistán es uno de los mayores productores-exportadores de algodón del mundo-.

Todo parece perdido en el Aral. Algunos viajeros han dejado sus impresiones en espeluznantes relatos. James A. Nathan y James K. Oliver son dos testigos de cargo. Allí están sus papeles de investigación con anotaciones amenazantes. Papeles que sirvieron, en parte, para analizar los “Efectos de la política exterior norteamericana en el orden mundial”, que editó, en 1991, el Grupo Editor Latinoamericano.

“El origen de todo está en un proyecto de la antigua Unión Soviética, puesto en marcha entre 1954 y 1960, para construir un canal de 500 kilómetros de longitud que tomaría un tercio del agua del río Amu Darya, uno de los que desembocan en el mar de Aral, para irrigar una enorme extensión de tierra entre Uzbekistán y Turkmenistán destinada al cultivo del algodón. Pero la mala organización y gestión de esta explotación obligó a extraer más agua de otros ríos, como el Syr Darya, y el mar de Aral comenzó su progresivo proceso de desecación”.

El periódico británico The Guardian dedicó siete ediciones especiales a denunciar la situación del Aral y sus humedales. En uno de sus informes, aseguró que el caudal había estado disminuyendo -desde 1960- con extrema rapidez. Dieciséis metros ha sido la bajante registrada entre ese año y 1996. 

La falta de lluvia y nieve sobre las montañas del Pamir también han contribuido al bajo nivel de las aguas en verano. Con todo -anotan los periodistas- más de 95% de las presas y zonas cercanas se han transformado en verdaderos desiertos y los más de 50 lagos de los deltas, que equivalen a unas 60.000 hectáreas, se secaron, dejando a los habitantes de la región sin sus fuentes naturales de alimentación. 

A partir del momento en el que un satélite de la NASA comenzó a capturar imágenes del mar de Aral en el año 2000, se reveló a los ojos del mundo su trágico destino. La diplomacia de Moscú no encontró explicaciones y sus promesas de remediación jamás se hicieron realidad. 

La parte norte de Kazajstán y la del sur que pertenece a Uzbekistán ya están definitivamente separadas.

Las iniciativas para frenar la desaparición total del mar de Aral no han tenido el éxito esperado debido a que el agua del Amu Darya y del sur del Aral son utilizadas para incrementar la industria algodonera de Uzbekistán; y la presa construida para salvar el norte del mar acabó con las esperanzas de recuperar el sur.

En un sinnúmero de documentales es dable apreciar la situación de las regiones que bordean el Aral, donde viven unos 60 millones de personas. La industria pesquera quedó devastada. Sólo quedan centenares de esqueletos de barcos varados en la arena como testimonio de un pasado floreciente.

Es una imagen anticipada a la de un apocalipsis. La sal que ha quedado en la superficie se extendió por los campos circundantes, el agua está contaminada y las temperaturas son más extremas en verano e invierno.

La revista Estrategia, fundada y dirigida por el general argentino Juan Enrique Guglialmelli, estudia exhaustivamente el caso del mar de Aral. Allí se anota que la tragedia comenzó en los años 30, cuando un racimo de canales sustraía agua de los ríos tributarios de la cuenca endorreica. Estimó que en 1960 se desviaban a la tierra entre 20 y 70 kilómetros cúbicos de agua. 

Entre 1961 y 1970, el nivel del Aral descendió a un ritmo promedio de 20 centímetros al año. En los años 70, el ritmo de descenso casi se triplicó, hasta alcanzar entre 50 y 60 centímetros anuales. En los años 80, el nivel del mar se reducía una media de entre 80 y 90 centímetros cada año. 

A pesar de la contundencia de las estadísticas, el volumen de agua utilizada para la irrigación continuó en aumento. La cantidad extraída de los ríos se duplicó entre 1960 y 1980. Mientras tanto, la producción de algodón casi se duplicó en el mismo periodo.

La progresiva desaparición del gran lago no sorprendió a los soviéticos. Aparentemente, en la URSS se consideraba que el Aral era un “error de la naturaleza”, y un ingeniero soviético habría dicho en 1968: “Es evidente para todo el mundo que la desaparición del mar de Aral es inevitable”.

Lo que quedaba de él, en agosto de 2017, no era significativo. Se había dividido en dos mares: el mar de Aral Norte, que se conserva, y el mar de Aral Sur, abandonado y en desaparición.

Por razones económicas, éste fue abandonado a su suerte. En su agonía, está dejando enormes llanuras de sal que producen tormentas de arena que llegan a sitios lejanos como Pakistán y el Ártico, que hacen los inviernos más fríos y los veranos más cálidos. 

Uno de los intentos de mitigar estos efectos consiste en la plantación de vegetación en el antiguo fondo del mar, ahora tierra firme. Hace falta plantar un millón de árboles, pero los gobiernos que deberían haberse comprometido en la empresa tienen otras prioridades. 

El mar de Aral es un punto de alerta. Enjuicia a la humanidad y sus gobiernos como responsables del avance de la desertificación, el calentamiento global y del cambio climático.

Comentarios 1

  1. Ricardo Gustavo Espeja says:

    Una verdadera tragedia ecológica.Prestremos atención a los humedales del litoral argentino

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