Conocedor del derecho, no fue extraño que alcanzara el éxito en la literatura. Por Luis R. Carranza Torres
Exitos de ventas, premios de renombre, la consideración de ser, con solo 33 años, uno de los mejores escritores de lengua francesa… No hay otro autor de esa edad con tal historial. Al abogado suizo la crítica literaria lo compara con Vladímir Nabokov o Philip Roth en cuanto a calidad de su pluma. Pero, además, Dicker es un bestseller al mismo nivel que Dan Brown o Stieg Larsson. Cuenta con miles de seguidores que se definen como “dickeradictos” de sus novelas, habiendo recibido el apodo de “niño prodigio de la intriga”, según los críticos.
Joël Dicker nació el 16 de junio de 1985 en Ginebra. Es un suizo francoparlante, hijo de una bibliotecaria y un profesor de francés. Residió durante su infancia en Ginebra, aunque pasó buena parte de sus veranos en la costa este de Estados Unidos, donde vive parte de su familia y transcurren muchas de sus historias.
Después de sus primeros estudios, asistió al Collège Madame de Staël, una distinguida escuela secundaria ubicada en el municipio de Carouge, en el cantón de Ginebra, Suiza. Aunque el estudio no le atraía demasiado.
Siempre tuvo el toque de la precocidad en su vida. Con 10 años de edad fundó una revista, “La Gazette des Animaux” (La revista de los animales), acerca de la naturaleza, que dirigió por siete años.
Por ello fue galardonado con el Prix Cunéo a la Protección de la Naturaleza, y fue nombrado Editor en Jefe más Joven de Suiza por el Tribune de Genève.
A los 19 años escribió un relato para un concurso bajo el título El Tigre, pero no lo ganó por razones muy particulares: la presidenta del jurado le dijo que no le habían entregado el primer premio porque no creían que un chico de esa edad fuera capaz de escribir un cuento con una voz autoral tan madura. También le expresó que si realmente había escrito el cuento no se preocupara, porque iba a ganar muchos de esos concursos en el futuro. El tiempo le daría la razón en eso.
En esa época, un Joël adolescente tomaba clases de actuación en la escuela de Drama en el Cours Florent en París. Quería ver el mundo un poco más allá de la tranquila suiza.Pero un año después regresaría a su ciudad natal para estudiar Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Ginebra. Fundada por el mismo Juan Calvino en 1559, el derecho fue parte de su oferta académica desde sus inicios como seminario teológico, aun antes de establecerse como universidad.
El lema de la casa de altos estudios era “Post tenebras lux” (Después de la oscuridad, la luz). Le venía como anillo al dedo en su búsqueda de un lugar en el mundo.
Todavía siendo estudiante de derecho, en 2009, concluyó una novela llamada Los últimos días de nuestros padres, en la que revela la historia de una rama secreta del Servicio de Inteligencia Británico durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de sus intentos, ningún editor quiso publicarla.
Se graduó como abogado en 2010. Ese mismo año envió su novela a concursar para el Prix des Écrivains Genevois, lauro literario que se entrega cada cuatro años sólo a obras sin publicar. La novela resultó ganadora y el premio le fue entregado en diciembre de 2010.
En enero de 2012 se publicó finalmente tanto en Francia como en Suiza, con buen suceso. Pero es en ese mismo año, con la publicación de otra novela (La verdad sobre el caso Harry Quebert) que Dicker se convirtió en un éxito de ventas con más de seis millones de copias. El libro se tradujo a 33 idiomas y obtuvo, también en ese año, el Grand prix du roman, otorgado nada menos que por l’Académie Française.
Su última obra, aparecida en 2018, La desaparición de Stephanie Mailer, contiene como los anteriores acción, intriga, temas de actualidad y preguntas incómodas sobre las implicancias de cometer o padecer un delito. De esas implicancias que uno, desde la facultad hasta el ejercicio de la profesión, recoge como experiencias de vida. Con suerte, de terceros.
No poco del talento narrativo de Dicker reside en llevar al papel, en articular dentro de una historia adictiva, los interrogantes que el derecho plantea de cara a la sociedad: el castigo, la victimización; o respecto del compromiso, la impotencia o el desinterés ante el daño a otro.
Sin caer en la novela negra, sus narraciones presentan atmósferas complejas que giran en torno a un misterio y a personajes de los que casi nada se sabe. Alguna vez, en una entrevista con la cadena española RTVE explicó que los asesinos que le interesan no son los psicópatas sino las “personas normales que han traspasado la línea”. Y se pregunta: “¿Qué bomba ha explotado en esa vida para que haya actuado así?”.
Nos ha pasado algunas veces en el estudio. “¿Por qué hizo eso?”, hemos preguntado. Personas comunes que, de pronto, llevan a cabo cosas terribles. Es cuando caemos en la cuenta de que, como abogados, tenemos algo de ese Dicker interrogador de misterios.