Por Silverio E. Escudero
Se me contó, cuando apenas dejaba la niñez, la muerte, el asesinato de dos poetas distintos y geniales. Se cumple –por estos días- un nuevo aniversario del fusilamiento de uno de ellos.
La voz del relator no era otra que la de mi abuelo materno, ese abuelo gallego y republicano hasta la médula al que aseguré dedicar mi vida al combate del fascismo donde quiera que éste se presente y con la vestidura que se enmascare.
Mi relación con él fue excepcional. Yo era el único “autorizado” para penetrar en su mundo cuando la morrina, la nostalgia, intentaba ganar su batalla de los domingos por la tarde.
Debajo de un enorme paraíso y protegidos por el brocal de un antiguo aljibe solía contarme, con voz queda, sus historias de inmigrantes e invitaba a recitar a dos voces poemas de Antonio Machado, García Lorca, Miguel Hernández o Vicente Aleixandre que, tiempo antes, me había enseñado a descubrir en los libros que guardaba en el cuarto de los trastos.
En esas tardes, como en muchas otras, cuando se rompía la capsula de silencio que lo rodeaba, recibí las primeras lecciones en las artes de la política y de la historia para que no olvidara jamás las hazañas de la Segunda República Española y la heroicidad de sus defensores que se enfrentaron contra el mayor ejercicio bélico previo a la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los momentos de mayor tensión ocurrió un día –que bien pudo ser hoy- cuando me llamó a su lado. Estaba tenso, emocionado.
Fue un encuentro diferente, en su escritorio. Rebuscó entre sus papeles una hoja prolijamente mecanografiada y me invitó a leerla. Cuando concluí, preguntó: “¿Entiendes lo que significa? Si aceptas, será un compromiso.”
Lo leímos juntos, a coro. Esta vez con un nudo en la garganta y los ojos cuajados en lágrimas: “Nosotros, los antifascistas detenidos en el campo de Buchenwald, nos hemos reunido hoy para rendir homenaje a los cincuenta y un mil prisioneros asesinados en él por la bestia nazi y sus aliados. Cincuenta y un mil padres, hermanos e hijos que están muertos. Murieron con gran sufrimiento por luchar contra un régimen de asesinos fascistas. Cincuenta y un mil madres y mujeres y millares de sus criaturas.
Nosotros, que hemos sobrevivido, testigos de la brutalidad nazi, asistimos con impotente ira a la muerte de nuestros compañeros. Si algo nos ayudó a sobrevivir fue un pensamiento; saber que un día se haría justicia. ¡Hoy somos libres!
Agradecemos al ejército aliado, a los norteamericanos, a los ingleses, a los soviéticos y a todos los ejércitos de liberación que combaten por la paz, por la vida, por nosotros y por toda la humanidad.
Nosotros, ex-prisioneros de Buchenwald, rusos, franceses, polacos, checoslovacos, alemanes, españoles, italianos, austríacos, belgas, holandeses, ingleses, luxemburgueses, rumanos, yugoslavos y húngaros, luchamos juntos contra las SS, contra los criminales nazis, por nuestra liberación.
Un pensamiento nos mueve: ¡Nuestra causa es justa! Y ¡la victoria será nuestra!
Hemos recogido, en muchas lenguas, la misma dura lucha despiadada y con numerosas víctimas, lucha que todavía no está terminada. ¡Todavía ondean banderas hitlerianas!¡Los asesinos de nuestros compañeros continúan aún con vida! ¡Nuestros sádicos verdugos andan por ahí aún sueltos!
Por eso, en este maldito lugar de horror fascista, juramos ante el mundo entero que no abandonaremos la lucha hasta que el último responsable haya sido condenado.
El exterminio del nazismo y sus raíces es nuestro lema. Nuestro ideal es la construcción de un mundo nuevo en paz y libertad.
Se lo debemos a nuestros compañeros muertos y a sus familias.
Levantad las manos para jurar que estáis dispuestos para esta lucha y repetid conmigo: Nosotros lo juramos”.
Traer el recuerdo del juramento de Buchenwald no es casual.
Debe servirnos de advertencia en este momento complejo de la historia de la humanidad, en el que prima la confusión.
Retornó con fuerza –desde las mazmorras- la antigua Confederación de las Derechas aceptando, como antes, la orientación política de los supremacistas blancos y organizaciones neonazis que han decidido unir fuerzas en Europa, América del Norte, Australia, Nueva Zelandia, el sur del África y América Latina y el Caribe, bajo la tutela de Vladimir Putin y Donald Trump, para eliminar para siempre las razas inferiores integrada por negros, asiáticos, mulatos, indígenas, hindúes, mestizos, mexicanos, latinos y judíos, entre otras mil etnias que pueblan la tierra.
La Confederación de las Derechas, la Alianza Identidad Cristiana, la Iglesia Mundial del Creador, la Asociación del Espíritu Santo para la Unificación del Cristianismo Mundial (más conocida como secta Moon), la Confederación de los Caballeros Blancos y los Caballeros Tradicionales de Estados Unidos, reúnen en su seno a nacionalistas blancos de todos los pelajes, millennials, antiguos y nuevos miembros del Ku Klux Klan, miembros de Alternativa de Derechas y fanáticos religiosos de todos los credos que coinciden en asegurarles a sus fieles: “Los demonios se manifiestan en cuerpos humanos negros, mugrientos, hediondos y tremendos … de nariz deformadamente chata o enormemente aguileña, de boca abierta y profundamente rajada, de ojos hundidos y chispeantes, de manos y pies ganchudos como de buitre, de brazos y muslos delgados y llenos de pelo, de Piernas de burro o de cabra…” (Francisco Flores. El Diablo en España. Madrid, Alianza Editorial, 1985, p.41.)
Ya mostraron las cartas. Vienen a por todo. Sus cartillas de adoctrinamiento así lo marcan; también los objetivos políticos-militares.
Se han presentado –en Europa- a elecciones con suerte diversa, ocupando escaños en casi todos los parlamentos del viejo continente. En América Latina aparecen mayoritariamente mixturados con expresiones populistas pseudorrevolucionarias. Otros prefieren la fricción del combate callejero. Lo han hecho en cientos de ciudades.
El pasado fin de semana, el escenario elegido fueron las calles de la ciudad estadounidense de Charlottesville (Virginia) donde cada combatiente, antes de comenzar la refriega, levantó su brazo derecho al grito de ¡Heil Trump!, en honor al presidente cuya elección ha permitido la revitalización de estos grupos de activistas que, por décadas, han rechazado hasta el conservadurismo moderado que, por momentos, quisieron representar tanto republicanos como demócratas.
La indubitable relación entre el inquilino de la Sala Oval con los ultraderechistas puso en posición incómoda a la Casa Blanca. No pudo evitar que el presidente se viera desnudo ante la inquisitiva mirada de los medios de comunicación. Ésa y no otra habría sido la razón por la cual, frente al un ominoso silencio de su padre, Ivanka Trump afirmó en una serie casi interminable de tuits esta síntesis:
“No hay lugar en la sociedad para el racismo la supremacía blanca y los neonazis. Todos tenemos que unirnos como estadounidenses y ser un país unido”
Los objetivos inmediatos de estos grupos ya han sido claramente explicitados. Eliminar el seguro de salud y anular la Ley de Derechos Civiles de 1964, firmada por el presidente Lyndon B. Johnson, que prohibió la aplicación de filtros raciales para los votantes y la segregación en escuelas, bancos de sangre, centros de trabajo y lugares públicos.
Jorge Ramos, el periodista hispano de mayor penetración e históricamente enfrentado con el presidente Trump, al entrevistar a Jared Taylor, el editor de la revista online mensual American Renassaince, tuvo en sus manos al huevo de la serpiente.
EEUU, le dijo Taylor, debe volver a un “modelo europeo” en el que los blancos básicamente permanecen como la mayoría, remarcando su apoyo a las medidas propuestas por Trump respecto a la inmigración y evitar el ingreso de nuevos inmigrantes ilegales y la deportación de los existentes, además de prohibir el ingreso de manera permanente a inmigrantes provenientes de territorios de mayoría musulmana.