El 13 de julio de 1819 arribó la fragata La Argentina al puerto de Valparaíso, tras un raid de corso que la llevó a dar la vuelta al mundo golpeando a las posesiones españolas.
Tuvo allí varias sorpresas desagradables. Para empezar, notó que las presas que había adelantado a su llegada (la corbeta Santa Rosa, la goleta María Sofía y el lugre Neptuno), habían sido tomadas por las autoridades del puerto.
Dos días antes, Thomas Cochrane, jefe de la escuadra chilena, las había incautado bajo la acusación de ser naves piratas, informando al Ministerio de Marina: “Anoche atracó en el puerto un bote que daba lugar a sospechas”; la causa de eso era que “la persona que lo mandaba manifestaba mucha ansiedad por regresar inmediatamente a su buque”. Sin más, mandó abordarlo, diciendo que “tiene todas las circunstancias que usualmente constituyen los piratas, y a más otro barco y una goleta que han detenido como presas. (…) Todos los antecedentes relativos a estas naves confirman la opinión que yo me había formado desde el principio de que son piratas”.
Como puede verse, es claro que no había mayor fundamento concreto en la acusación, que la subjetiva y personal opinión del marino inglés a cargo de la escuadra chilena.
No quedó allí la cosa. Cuando arribó “La Argentina” a puerto, abordaron la nave dos oficiales británicos al servicio de la Armada de Chile, el capitán Spry y el capitán O’Brien, quienes le notificaron la orden de arresto que pendía sobre él por decisión del almirante Cochrane bajo la acusación de ser un pirata. Bouchard expresó que el gobierno de Chile no tenía jurisdicción y que sólo debía responder de sus actos ante las autoridades argentinas otorgadoras de su patente de corso. Como insistieron en apresarlo, desenvainó su sable poniéndose en posición de guardia, expresando que no serían ellos quienes lo tomarían preso.
Los oficiales optaron por retirarse y dar parte al comandante de la escuadra, que dispuso tomar por la noche la fragata “a viva fuerza”, aprovechando que la mayoría de los tripulantes descansaban en el puerto. Fueron apresados y encerrados en la misma nave. No se sellaron las bodegas ni tampoco se levantó inventario de lo existente en el buque.
Se le inició un juicio por piratería, que comenzó el 20 de julio, integrando el tribunal el camarista Ignacio Godoy, como presidente; el letrado Bernardo Vega y el licenciado Carlos Correa de Sáa; el fiscal público era José María Argomedo. En tanto se tramitaba, se le escamoteó todo lo posible del buque de parte de Cochrane.
Para peor, en medio de su prisión y proceso, su armador Vicente Anastasio Echevarría le reclamó desde Buenos Aires, a pesar de ser conocedor de su situación, la rendición de cuentas y prontas remesas de dinero. Bouchard le escribirá a modo de contestación: “Si conservo la vida, que me parece será bastante, esto será la recompensa que ha tenido Colón con los españoles después de haber descubierto las Américas y yo por haber dado la vuelta al Globo con una bandera de los países libres de América y más en mi contra con la bandera de Buenos Aires”.
Como nos dice De Marco en su obra sobre Bouchard, lord Thomas Alexandre Cochrane, a cargo de organizar la escuadra con que San Martín se aprestaba a iniciar la campaña anfibia al Perú, “ponía en evidencia su capacidad militar pero también su carácter arbitrario y una sobrevaloración de su persona cercana a la egolatría con la que tal vez procuraba moderar su resentimiento de noble arruinado”.
Las fricciones con San Martín se hacían cada vez más notorias, a la par de su palpable animadversión de los oficiales argentinos, “que se la retribuían sin disimulo”, conforme De Marco. El Libertador llegaría a referirse a él, cuando lo abandonó en plena campaña del Perú como “el lord filibustero”.
Documentos de la época, incluso de compatriotas como el comodoro Guillermo Bowles, comandante de la estación naval británica en la región, hablan de una persona cuya “insolencia intolerable”, llevaba a que “en el puerto era un incordio costoso y en el mar un líder incomparable”, y cuyos sentimientos por la causa de la independencia americana “estaban acompañados por una visible preocupación por el lucro y el estatus”.
De hecho, Bouchard y Cochrane habían cruzado sus caminos en el pasado y no de la mejor forma. En febrero del año 1800, siendo Bouchard artillero en el navío de línea Généreux de la marina francesa, este buque fue capturado tras un combate cerca de la isla de Malta por la armada británica, en lo que fue el bautismo de fuego del joven francés de 19 años. El oficial encargado de trasladar la nave capturada a la isla de Menorca para ser incorporado a la flota inglesa fue el teniente de navío Thomas Cochrane, quien se distinguía entonces por su encono contra los franceses.
El capitán Spry, que había chocado con Bouchard, fue el encargado de llevar el sumario, ocupándose que presos o enemigos personales del acusado. Unas actuaciones tan groseras que no se pudieron sostener cuando se elevaron a la consideración del tribunal de juicio, el cual resolvió el 9 de diciembre de 1819 la devolución de los buques, diarios y demás papeles a Bouchard, junto con su absolución, “(…) afianzando competentemente al teniente Coronel Bouchard de toda responsabilidad por las reclamaciones entabladas sobre la goleta ‘María Sofía’ queda absuelto de la instancia del presente juicio y sus formalidades. Póngase en libertad y devuélvansele la Fragata Argentina y demás buques tomados en su corso”.
Casi sobreabunda decir que el dinero, las mercancías y el armamento secuestrado nunca fueron devueltos. Cerrando de forma amargo, lo que había sido una campaña por los mares del mundo que fue al decir del historiador naval Teodoro Caillet-Bois, “acaso, el episodio más pintoresco de nuestra guerra de la Independencia, si no de los más gloriosos”.