ESCUCHARLa historia europea del siglo XX es rica en matices. No sólo por las consecuencias de las dos grandes guerras mundiales sino por la desbordante personalidad de sus líderes, cuyos nombres quedaron emparentados, definitivamente, con el resurgimiento de sus naciones.
Si Winston Churchill y Konrad Adenahuer fueron los constructores del nuevo Imperio Británico y de la República Federal Alemana, Francia no sería sin la poderosa impronta de Charles de Gaulle, cuyo nombre fue sinónimo de resistencia y libertad cuando la desazón cundía en la antigua Galia.
“El insufrible señor De Gaulle”, según la mordaz definición de Eleonor Roosevelt, reunía en su persona todos “los defectos”. Éstos le sirvieron para defender la unidad territorial francesa cuando era sólo una voz en el desierto y las unidades especiales de las SS ponían patas para arriba todo el país en busca de guerrilleros y partisanos; y, más tarde, sostener la soberanía francesa ante las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos.
Don Cook, en su biografía de Charles de Gaulle, anota algunas curiosidades acerca de cómo percibían al líder francés. Para Stalin es sólo “un hombre sencillo”; y tenía razón: “Había una sencillez monolítica en la rectitud y carácter y la vida personal de De Gaulle -anota el biógrafo-, en la concentración con que perseguía sus objetivos de poder. En ocasión de su único encuentro con Stalin, el objetivo era un tratado de amistad con la Unión Soviética. Pero él quería un tratado de acuerdo a sus propios términos y no estaba dispuesto a regatear o pagar el precio de Stalin que en ese momento era el reconocimiento, por parte de Francia, del comité nacional polaco, un títere de los soviéticos. De Gaulle adoptó su habitual postura intransigente y finalmente Stalin cedió… incluso con un murmullo de felicitaciones a De Gaulle por su actuación.
La estratagema favorita del general era el simple fait accompli, monolítico, irreversible, no negociable, encaminado a perturbar el tablero de ajedrez y cambiar el juego. Muy temprano en la guerra dio una orden secreta a la marina francesa libre para ocupar los islotes de Saint Pierre y Miquelon, cerca de Terranova, en contra de las instrucciones de de Roosevelt.
También está su veto a la entrada de los ingleses al Mercado Común Europeo, la suspensión de cuatro convenios de colaboración defensiva con Estados Unidos y su retiro de las fuerzas francesas del comando militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Después de decidir uno de estos movimientos, acudía a las prácticas de un jefe militar, utilizando todos los medios disponibles, todas las escaramuzas, falsos movimientos y engaños para distraer y desorientar al enemigo para que no lanzara un ataque repentino.”
Ése fue el sentido que le imprimió a toda su vida pública y privada. No negociar cuando las condiciones le fuesen propicias; y no negociar cuando el rival posee superioridad numérica y estratégica. En esas circunstancias, De Gaulle -explica en sus propios manuales de guerra- comienza operaciones de desgaste, guerra de guerrillas que le permitirán apropiarse del centro del tablero.
Ése fue el sentido final que le imprimió a su mensaje del 22 de junio de 1940, transmitido por la BBC de Londres, cuando asume el comando de la resistencia. Francia se había rendido a los ejércitos alemanes. Adolf Hitler, Hermann Goering, Wilhelm Keitel, Gustav Jold, Rudolf Hees, Joachim von Ribbentrop hollaron París y la bandera con la cruz gamada ondea en la torre Eiffel.
Sólo queda en pie De Gaulle. Desde Londres, ante el estupor de alemanes e italianos, levanta su voz. Son miles los franceses y cientos de españoles republicanos los que responden al llamado. Se suman hombres y mujeres antifascistas, contenidos por el grito libertario del general: “El gobierno francés, tras haber pedido el armisticio, conoce ahora las condiciones dictadas por el enemigo (…) por las que las fuerzas francesas de tierra, el mar y el aire serían desmovilizadas (…) que el territorio francés sería ocupado y que el gobierno francés caería en la dependencia de Alemania e Italia (…) Sin embargo, muchos de los franceses no aceptan la capitulación ni la servidumbre, por razones que se llaman honor, buen sentido y el interés superior de la patria.
¡Yo digo el honor! Porque es absurdo considerar la lucha como perdida. Sí, hemos sufrido una gran derrota. Un mal sistema militar, las faltas cometidas en la gestión de operaciones, el espíritu de abandono del gobierno durante estos últimos combates nos han hecho perder la batalla de Francia. Mas nos queda un vasto imperio, una flota intacta, mucha plata. Nos quedan aliados, cuyos recursos son inmensos y quienes dominan los mares (…) ¡Yo digo el interés superior de la patria! Ya que esta guerra no es una guerra franco-alemán que una batalla pueda decidir. Esta guerra es una guerra mundial. Nadie puede prever si los pueblos que son neutros hoy lo permanecerán mañana, ni si los aliados de Alemania seguirán aliados todavía. Si las fuerzas de la libertad triunfaran sobre las de la servidumbre, ¿cuál sería el destino de una Francia que se habría sometido al enemigo? El honor, el buen sentido, el interés de la patria mandan a continuar el combate, donde sean y como puedan (…) Por lo tanto (…) Yo, el general De Gaulle, emprendo aquí, en Inglaterra, esta tarea nacional. Invito a todos los militares franceses de las fuerzas de tierra, de mar y de aire, invito a los ingenieros y los obreros franceses especialistas en armamentos que se encuentran en territorio británico o que podrán llegar, a reunirse conmigo. Invito a los jefes y los soldados, los marineros, los aviadores, donde sea que se encuentren actualmente, a ponerse en contacto conmigo. Invito a todos los franceses que quieren permanecer libres a escucharme y seguirme. ¡Viva la Francia libre y digna!”
