Por Martín Fresneda*
Por esa serie de hechos aberrantes cometidos bajo la dictadura cívico-militar se conmemora hoy el Día Nacional del Abogado Laboralista. El testimonio del ex secretario de Derechos Humanos de la Nación, hijo de algunas de las víctimas
Siempre los 7 de julio hace mucho frío. Yo tenía dos años y medio cuando pasó esta historia que contaré otra vez. Vivíamos en Mar del Plata, con mis padres Tomás José Fresneda y María de las Mercedes Argañaraz. Ese día amanecieron sin imaginar que era el último día que verían a sus dos hijos, Pablo Ramiro, de cuatro años y Juan Martín, quien suscribe. Hacía dos días que mi viejo se había guardado en el sindicato del que era representante legal junto a Carlos Bossi, el Sindicato Unido de Trabajadores de la Industria de Aguas Gaseosas y Afines.
En esos días, mi viejo caminaba por las calles con un sobretodo negro mirando lejos, demasiado. Es que él no creyó que fueran capaces de tanto. Mi vieja se lo venía diciendo, lo veía venir: “Tomás esto se está poniendo jodido, nos rajamos”.
Mi viejo era peronista, abogado laboralista, herrero artístico, estudioso y corajudo. Mi vieja, autodidacta, de izquierda, de fuertes convicciones y sensibilidad por la humanidad y la cultura. Ambos militantes que creían que era posible un mundo mejor, más justo, y aunque era difícil pensar que algún día se pondrían de acuerdo en cómo saldar contradicciones y llegar a la revolución, no dejaba de ser un sueño maravilloso de ambos.
Caía la tarde, mi madre nos cocinaba unos fideos mientras acariciaba en su vientre a su tercer hije, consternada en la tensión de su mal presentimiento. “…Es que son tan pequeños…”. Y llegaron “Ellos”, el grupo de tareas del Grupo de Artillería de Defensa Aérea (GADA) 601, destruyeron la puerta del departamento y, a partir de ahí, el espanto se presentó ante mis ojos.
Yo tampoco podía saber que ése iba a ser el último día en que vería a mis padres. Los llevaron junto a Carlos Bossi a La Cueva, centro clandestino de detención y exterminio. No entendían muy bien qué sería de ellos, más debían suponer que los de CNU esa noche no durmieron mirando el hielo dar vueltas en el vaso de whisky… “Y eso que le advertimos a este pelotudo…”.
Me contó Bossi que mi vieja quería escapar, que en una oportunidad intentó convencerlos de escapar porque estaba segura de que los matarían, mientras mi viejo creía que podían salvarse porque había alguno de “Ellos” que era conocido de la universidad.
En esos días cayeron todos los abogados laboristas ligados al mundo sindical, con sus familias. Todos llegaron a La Cueva, la mayoría no salió con vida. Por decisión de “Ellos”, Marta García, esposa de Jorge Candeloro, sobrevivió y contó una y mil veces el horror de lo sucedido. Esos días los militares los bautizaron “La Noche de las Corbatas”. Desde entonces, y ahora por ley, así se los recuerda.
Mar del Plata ya desde principios de los 40 venía gestando el salto en turismo interno y la apertura del puerto consolidó la industria pesquera y comercial. Los trabajadores forjaron sus sindicatos y conquistas de derechos laborales. En los 60 se convertiría en una ciudad pujante con una clase trabajadora consciente de la riqueza que su trabajo producía.
Es por ello que en 1974 Perón encomienda al jurista Dr. Norberto Centeno que elaborara el anteproyecto de Ley de Contrato de Trabajo, hoy ley 20744, que entre sus tantos derechos instituye la “estabilidad laboral”. Ley que generó una clara distribución de las riquezas y que los poderes fácticos jamás perdonarán.
Fue quizás el último legado histórico que dejó Perón, antes de su partida, al movimiento obrero enarbolando la justicia social. Ésa que vuelve, siempre vuelve, con sus nombres en la Memoria.
Hace mucho frío como ese día, como esa noche, como ese 7 de julio de 1977.
(*) Ex secretario de Derechos Humanos de la Nación. Hijo de Tomás José Fresneda y María de las Mercedes Argañaraz, quienes aún permanecen desaparecidos. El tercer hijo del matrimonio nació en cautiverio y continúa apropiado sin conocer su verdadera identidad. Su familia prosigue su búsqueda.