“Eutanasia” es el dulce nombre de una ofensa a la vida que declina y que irrumpe sigilosa en una sociedad que muchas veces sin advertirlo, busca defender la vida, ensalzando la muerte.
Por Ricardo del Barco *
U na cosa que quiero señalar es que la mentalidad eugenésica no es simplemente una idea más en el arsenal de la “cultura” de la muerte.
Por el contrario, la eugenesia engloba esta “cultura”. Es una de sus motivaciones Margaret Sanger, la fundadora de Paternidad Planificada, la filial en Estados Unidos de la Federación Internacional de Planificación de la Familia (IPPF, por sus siglas en inglés), la organización que más promueve el aborto en todo el mundo, dijo lo siguiente: “Más hijos para los capacitados; menos hijos para los incapacitados, ésa es la esencia del control de la natalidad” (The Birth Control Review, mayo de 1919).
De hecho, Margaret Sanger, cuya nefasta influencia se dejó sentir en la primera mitad del siglo XX, publicó, precisamente en 1922, un libro titulado The Pivot of Civilization (“El pívot de la civilización”), por medio del cual divulgó las ideas eugenésicas.
El siguiente pasaje de este libro revela con toda claridad el carácter eugenésico de la ideología de Sanger y constituye un eco perfecto del pensamiento de Malthus: “La caridad organizada es el síntoma más seguro de que nuestra sociedad ha criado y continúa criando, perpetuando y aumentando cada vez más el número de defectuosos, delincuentes y dependientes.
La atención que se les da a las mujeres pobres es la filantropía más dañina e insidiosa. El crecimiento de la clase obrera debería ser regulado, puesto que son imbéciles benignos, que estimulan a los elementos defectuosos y enfermos de la humanidad para que sean más irresponsables, se extiendan y se reproduzcan.
Debemos eliminar los yerbajos humanos, aislar a los idiotas, los desajustados y los que no sirven, y esterilizar a la raza genéticamente inferior” (The Pivot of Civilization, Nueva York: Brentano’s, 1922, p. 108). Lógicamente, la eugenesia de Sanger la llevó al racismo. La siguiente cita lo demuestra fehacientemente: “No queremos que nadie se entere de que queremos eliminar a la población negra y el ministro religioso es el hombre que puede aclarar esa idea, si alguna vez se le ocurre al más rebelde de sus miembros” (citado en Madeline Gray, Margaret Sanger: A Biography, Nueva York: Marek, 1979, 326).
Lo peor de todo es que esta mentalidad eugenésica condujo a Sanger a apoyar la eliminación de aquellas vidas humanas consideradas un “estorbo”.
Las siguientes palabras de Sanger, tomadas de otra obra suya, son terribles y demuestran la patética conclusión a la que lleva la eugenesia: “Lo más misericordioso que una familia numerosa puede hacer con uno de sus miembros más pequeños es matarlo”.
Eutanasia y derecho a la vida
“Eutanasia” es el dulce nombre de una ofensa a la vida que declina y que irrumpe sigilosa en una sociedad que muchas veces sin advertirlo, busca defender la vida, ensalzando la muerte.
Si en el planteo anterior se plantea la eliminación del otro en razón de un interés supuestamente superior, “la salud de la raza”, aquí nos encontramos con un argumento que apela a la piedad. Se ha difundido el criterio de que en ciertas condiciones, la vida no es soportable, y es más humano la eliminación del que sufre.
El hedonismo que subyace en esta argumentación disimula pero no alcanza a cubrir totalmente la matriz egoísta sobre la que se apoya. El sufrimiento del otro es un molestia para el que esta a su lado. La pregunta es: ¿el verdadero motivo es ahorrar el sufrimiento al enfermo o a las lo que tienen el deber de cuidarlo?
La decisión de anticipar la muerte a un enfermo supuesta o realmente incurable queda en manos de decisores que -supuestamente- evalúan con rigor hasta cuándo rige el derecho a la vida.
La cínica decisión de los médicos nazis, que a los locos y enfermos incurables les anticipó el final, vuelve rodeada de un halo de humanidad en las legislaciones permisivas de algunos Estados norteamericanos y de Holanda.
La vida que declina, por humanidad, en este razonamiento no tiene derecho a ser protegida. Maximiliano Mariotti en su pequeña pero elocuente novela El pequeño molino del Ocaso( 1975) supo anticipar la perversidad de una sociedad fría y egoísta que establecía mediante “un calculo racional” lo que le correspondía de vida a cada habitante, una vez que hubiera terminado su etapa productiva.
Y así, en esa sociedad felizmente planificada, mediante un cálculo que combinaba edad y tiempo de retiro jubilatorio, el Estado decidía el momento en que cada vida entraba en su ocaso.
El planteo de novelista, anticipó el razonamiento eutanásico de la sociedad contemporánea, cuyos comienzos conocemos, pero con el final desconocido.
Sólo podemos decir que, iniciado este camino, no hay limites ni retornos. Y una vez más vuelvo al precedente nazi, los argumentos eutanásicos comenzaron “racionalmente” con “sólo” ciento diez enfermos incurables, el número se fue incrementado sin pausa y las razones se fueron ampliando sin límites. Las actas del Tribunal de Nuremberg son un documento sobre el cual debemos volver cada día, para entender lo que ocurre, cuando esta locura se inicia.
La piedad, que se plantea como fundamento a esta ofensa al derecho de la vida, esconde una gran mentira. Hoy la ciencia médica ofrece un valioso aporte en aquellas situaciones terminales para proteger al sufriente, me refiero a la medicina paliativa.
Pero frente a tanto argumento falsamente pietista, que fundamenta este nuevo ataque al derecho a la vida, es bueno oír a aquellos que están en la dolorosa situación de una enfermedad grave o incurable.
Cito el siguiente testimonio de Magaly Llaguno, directora ejecutiva de la organización Vida Humana Internacional: “Como enferma de cáncer que soy, quiero hablarles de mis experiencias.
A juzgar por mis propios sentimientos y los de otros enfermos con quienes he tenido contacto, puedo decirles que la depresión es algo muy común entre las personas gravemente enfermas. Inclusive, mucha de la quimioterapia que recibimos los enfermos de cáncer causa depresión.
Sin embargo, los que tenemos enfermedades terminales no necesitamos que alguien nos ‘ayude’ a cometer suicidio -lo cual por cierto implica que la persona que nos ‘ayude’ a cometer suicidio cometa un asesinato-. Ésta es una propuesta cruel, inhumana y simplista.
Si a un enfermo le plantean esta falsa solución, comenzará a sentir que lo consideran una pesada carga para sus familiares y para la sociedad. Inclusive, si la idea del suicidio no ha pasado por su mente anteriormente, quizás sí se le ocurra ahora y se sienta obligado a morir porque lo consideran una carga. Puesto que todos necesitamos una actitud positiva para que nuestro sistema inmunológico funcione bien y para que nuestro cuerpo sane o al menos la salud mejore, una actitud negativa y promuerte en los que nos rodean sólo nos hará daño”.
Hay evidencias científicas de que el amor y el apoyo de los demás ayudan a lograr la sanación. Los estudios realizados muestran grandes diferencias con respecto al tiempo que sobreviven las personas gravemente enfermas que reciben amor y apoyo, y las que no los reciben.
Uno de los estudios, realizado en la Universidad de Texas, les preguntó a los pacientes si participaban regularmente en un grupo de apoyo, como por ejemplo asistiendo a una iglesia, y si esa participación les proporcionaba fuerzas y consuelo.
Seis meses después del tratamiento, los que contestaron “no” a ambas preguntas tuvieron siete veces más probabilidades de morir que los otros (Cancer Recovery Foundation of America).
“Otro estudio de la Universidad de Los Ángeles (UCLA) realizado con grupos de apoyo, investigó a personas a quienes se les practicó una cirugía debido al cáncer melanoma. Después de dicha cirugía algunas de las personas participaron en grupos de apoyo por sólo seis semanas, mientras el resto simplemente se fue a su casa.
Cinco años después los investigadores encontraron que entre los que no participaron en ningún grupo de apoyo hubo tres veces más muertes y dos veces más metástasis que entre los que lo hicieron.
Verdaderamente, el amor y el apoyo de otras personas constituyen una necesidad básica para los enfermos.
El no obtenerlos es dañino; cuánto más dañino será el ofrecerle a una persona enferma la eutanasia o el suicidio asistido.
Los enfermos necesitamos una verdadera compasión, no la falsa compasión que ofrecen los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido.
Necesitamos a alguien que nos escuche, que nos dirija una palabra de apoyo; pero más que nada, necesitamos el amor y la compasión de los que nos rodean.
Cuando no hay familiares ni amistades que puedan llenar esas necesidades, deben hacerlo los profesionales de la medicina. ¡Los médicos y las enfermeras se entrenan para curar a los pacientes, no para matarlos o ayudarlos a suicidarse!
Si ocurre lo contrario, habremos vuelto a los crueles tiempos paganos en que los pacientes no sabían si el doctor los visitaba para curarles o para matarlos mediante la eutanasia.
También necesitamos médicos que estén bien informados sobre los múltiples fármacos paliativos que están disponibles para aliviar el dolor, los cuales tienen la capacidad de eliminar casi todo el sufrimiento físico.
En las palabras antes citadas encontramos una elocuente defensa del derecho a la vida en situaciones terminales. El testimonio tiene una elocuencia que reemplaza a mil razones.
* Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. –
Profesor de Derecho Político en las Universidad
Nacional de Córdoba – Profesor de Ciencia Política
en la Universidad Nacional de La Rioja y en la
Católica de Santiago del Estero (Argentina)